La tramposa industria de la felicidad
Parece que todos tenemos la obligación de ser felices, tal como propone la industria de la felicidad, un auténtico negocio que en el fondo enmascara las bases ideológicas de la sociedad de consumo individualista y competitiva.
Aunque pueda sonar, y de hecho suene, abiertamente conspiranoico, la creciente cultura de la felicidad podría responder, según ciertos enfoques disidentes, a un inquietante sistema de control social gestado por la sociedad de consumo y sus think tanks, destinado a adormecernos y cultivar nuestra docilidad y perfil consumidor. Su origen estaría en el capitalismo de consumo estadounidense, como una deriva extrema del socorrido «sueño americano». Fomentando in extremis el individualismo, el culto al ego y la adicción a los likes en un marco de deseabilidad social, focalizando toda la responsabilidad de nuestro bienestar y felicidad en nosotros, así como enalteciendo a modo de mantras e itinerarios vitales conceptos como emprendeduría, marca personal, éxito económico, optimización y eficiencia, etc. De este modo, se nos distancia de la cohesión y el activismo social, anulando nuestra rebeldía y capacidad de reacción ante las injusticias.
Esta industria fomenta el individualismo y el culto al ego
Los cambios sociales se sugieren innecesarios e infructuosos, pivotando la felicidad en nuestra adaptabilidad. Ese enfoque concibe la amabilidad, la positividad, el optimismo y hasta la resiliencia ante las dificultades como instrumentos útiles para aplacar las resistencias, herramientas que, llevadas a las instituciones educativas, sociales, sanitarias y políticas, podrían suponer, según esa lectura crítica, la sumisión sistemática ante todo atropello.
Unas bases engañosas
Dicen los autores de La vida real en tiempos de la felicidad que, aunque no ha cumplido sus ambiciosas promesas de mejora de la condición humana y de las instituciones sociales, la psicología positiva sí ha cumplido sus objetivos ideológicos. «La ciencia de la felicidad ha transmitido con éxito el mensaje de que somos responsables de nuestros éxitos y fracasos en la vida; de que si nos esforzamos lo suficiente podremos conseguir todo aquello que nos propongamos; de que la realidad no existe, sino solo nuestra propia interpretación de la realidad; de que las actitudes triunfan sobre las circunstancias, sean éstas cuales sean; de que debemos mejorarnos a nosotros mismos de forma incesante para mejorar la sociedad, no la sociedad en sí; de que ver el lado bueno de las cosas aliviará nuestro malestar como por arte de magia; de que ser felices constituye la forma más natural, enriquecedora, saludable y funcional de vivir.
Tras décadas de ascenso del individualismo, la ciencia de la felicidad se revela hoy en día como una poderosa herramienta para hacernos, si cabe, más responsables de nosotros mismos, pero ni esa responsabilidad nos ha servido para hacernos más conscientes de nuestras vidas, ni la autonomía e independencia que nos promete ha servido para hacernos más libres y menos vulnerables a las sibilinas formas de coerción de ciertas instituciones, o a las veladas formas de gestión y control del comportamiento, características de la sociedad de consumo».
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