Una sociedad narcisista
La humildad tiene una larga historia que debemos revisar y valorar de nuevo para ver lo que realmente puede significar en tu estilo de vida
La humildad siempre ha sido una virtud muy escurridiza. Es imposible buscarla directamente. Para empeorar las cosas, como su pariente cercano, la autenticidad, tampoco parece estar muy valorada en la sociedad contemporánea. Actualmente, en especial en el ámbito público, no solo se la ignora, sino que se rehúye de ella.
Considerada como una virtud, la humildad tiene una larga historia que debemos revisar y valorar de nuevo para ver lo que realmente puede significar en tu estilo de vida. Una simple reflexión acerca de la humildad de los padres (abbas) y las madres (ammas) de los desiertos persas y del norte de África del siglo IV lo corrobora. En relación con este grupo, la poeta Kathleen Norris, en su libro Acedia and Me, indica que los monjes del desierto «consideraban la humildad como una herramienta para mantener la fe. Mientras que hoy en día la palabra humildad puede tener la connotación de mostrarse servil a la humillación, su origen latino sugiere fuerza y fertilidad. La palabra procede de hummus, como tierra. Una persona humilde es la que acepta la paradoja de ser a la vez grande y pequeño, y que no menosprecia esa esperanza que Kierkegaard denomina posibilidad». El anterior presentador del famoso programa de radio de la BBC The Living World,
Peter France, en su libro Patmos, se suma a esta perspectiva al indicar que, para este grupo de monjes, la humildad «era simplemente el rechazo a estar centrado en uno mismo. Era y es una forma poderosa de entender el mundo».
En su libro «El Tao de lo cotidiano» (Luciérnaga, 2022), Robert J. Wicks defiende que la humildad promueve la fortaleza de carácter, porque una persona humilde toma decisiones basándose en lo que cree, y se aferra a ellas sin preocuparse por lo que piensen los demás.
Una de las formas mediante las cuales estos monjes pretendían alcanzar esta meta (que nosotros también podemos lograr si seguimos su ejemplo) es pasar tiempo a solas. Esto significa pasar periodos de tiempo en silencio y, a poder ser, en soledad, para estar presentes o meditar, pero también simplemente reflexionar en silencio cuando estamos en un grupo de gente. En estos periodos, el objetivo es estar presentes para nosotros mismos, libres de juicios. Con este ejercicio podemos observar tanto nuestras debilidades como nuestros dones de forma clara y ecuánime.
Cuando esto ocurre, abrimos la puerta a la humildad, porque la honestidad toma el mando en el espacio que creamos en nuestra conciencia. Cuando realizamos esta apertura en momentos de silencio, creamos un vacío mental. Con este espacio interior, la preconciencia o el conocimiento (las formas de pensar, percibir y entender) que están más allá de nuestra conciencia pueden tener visibilidad y los podemos examinar. Entonces, nos enfrentamos a la vida y adoptamos una actitud hacia nosotros mismos y hacia los demás que hemos podido dejar de lado intencionadamente o inconscientemente, porque, entre otras cosas, puede disminuir o recortar nuestra tendencia a la soberbia.
Esta actitud te transforma: cuando tomas consciencia y añades humildad, obtienes sabiduría, y cuando luego añades esta sabiduría a la compasión, obtienes amor. El nuevo espacio dentro de nosotros mismos que ha creado la humildad nos ayuda a desaprender lo que ya no nos es útil. Idealmente, también nos coloca en posición para dar la bienvenida a otros a nuestra esfera interpersonal sin necesidad de que respondan a muchas de nuestras necesidades y expectativas.
Como dice el escritor Douglas Abrams: «La humildad es una actitud que se centra esencialmente en el bienestar de los demás. Estudios de psicología social han desvelado que la gente que se sobreestima a sí misma presenta una tendencia más elevada a la agresividad que la media. Estos estudios también subrayan la relación entre la humildad y la capacidad de perdonar. La gente que se considera a sí misma superior juzga los defectos de los demás más severamente y los subestiman». La humildad, paradójicamente, promueve la fortaleza de carácter. Una persona humilde toma decisiones basándose en lo que cree, y se aferra a ellas sin preocuparse por su imagen o lo que piensen los demás, y esta determinación no tiene nada que ver con la obstinación.
Este texto Robert J. Wicks fue publicado en «La última palabra» de la revista Año Cero 391
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