El poder de la intuición o visión ciega
Experimentos de laboratorio indican que la denostada visión ciega, también conocida como intuición, siempre vinculada al mundo de los sueños y la fantasía, en realidad constituye la guía más certera para tomar decisiones claves de nuestra vida. En contra de lo que dicta el sentido común, el análisis racional de la situación no siempre es la forma más adecuada de encontrar la solución a un problema…
«Si ahora mismo agarrase una pelota de tenis e hiciese el ademán de lanzársela a Milina, ella seguramente se cubriría el rostro con uno de sus brazos y se apartaría de la trayectoria de la bola», dijo en una entrevista la psicóloga Jody Culham. En principio, sus palabras nada tendrían de extraordinarias, excepto por la salvedad de que la escocesa Milina Cunning es ciega. Perdió la vista a los 20 años a causa de una delicada operación quirúrgica. Después de 52 días en coma, cuando despertó, se dio cuenta de que no podía ver, por lo que desarrolló una intuición fuera de lo común.
Sin embargo, unos seis meses más tarde comenzó a percatarse de que no solo era capaz de percibir los obstáculos que se encontraba en su camino, sino que también podía distinguir si era un silla, una camisa o cualquier otra cosa. Exactamente lo mismo podía hacer con las personas: sabía claramente si había alguien sentado en la cocina o en el salón y de quién se trataba. «Soy capaz de caminar por la casa y recoger las cosas que están en el suelo. No puedo verlas, pero sé que están allí y qué son: unos zapatos, un juguete o lo que sea», afirmó la mujer.
Gordon Dutton, neurólogo de la Universidad de Glasgow, se encargó de estudiar las extrañas capacidades de Milina. En un primer momento, le pidió que caminase por un pasillo intentando evitar unas sillas que el científico había colocado estratégicamente. Nuestra protagonista chocó con varias de las mismas. Más adelante, Dutton le hizo la misma petición, pero en esta ocasión le indicó que caminara deprisa y sin pensar en la existencia de los obstáculos.
Sorprendentemente, Milina evitó todas las sillas como si las estuviera viendo. La conclusión es que, de algún modo desconocido, esa intuición, o «visión ciega» –como es conocido este fenómeno en el ámbito científico–, no se desarrolla en el consciente, sino en el inconsciente. En este punto, la cuestión se pone interesante, porque todos nosotros, aunque no seamos ciegos, empleamos esa pasmosa capacidad de ver sin saberlo, que seguramente constituye una enorme influencia en nuestro proceso de toma de decisiones.
Casos sorprendentes
En definitiva, los casos de Milina y otros similares indican claramente que una parte importante de nuestras decisiones, que creemos son el resultado de un análisis racional de la realidad, se generan en el inconsciente, un apartado de nuestra mente sobre la que no tenemos control. Por lo tanto, ¿dirigimos a nuestra mente o es ella la que maneja nuestra vida sin que ni siquiera nos demos cuenta?
Los primeros casos de visión ciega tuvieron lugar en 1917, entre los soldados que participaban en la I Guerra Mundial. Pero habrían de transcurrir cincuenta años para que se iniciase una auténtica investigación científica sobe el asunto. En 1967, Lawrence Weiskrantz y Nicholas K. Humphrey, de la Universidad de Cambridge, seccionaron la corteza visual de varios simios, comprobando que seguían manteniendo importantes facultades visuales, como la detección de movimientos o la discriminación de formas.
Los mismos científicos comenzaron a experimentar en 1974 con Daniel B., un paciente dotado de visión ciega, pero sus trabajos fueron recibidos con enorme escepticismo por la comunidad académica. Daniel había acudido al oftalmólogo Michael Sanders, del Hospital Nacional de Londres. A pesar de que no podía ver nada a partir de la izquierda de su nariz –debido a una operación quirúrgica para acabar con sus insoportables dolores de cabeza–, aseguraba que era capaz de detectar cualquier objeto o persona situado en ese «punto oscuro».
Sanders puso su mano en la zona donde Daniel carecía de visión, y éste se la agarró a la primera. Repitió idéntica operación sin equivocarse en ningún momento. El oftalmólogo enseguida se puso en contacto con Weiskrantz, que llevó a cabo numerosas pruebas con Daniel, como colocar una pantalla en su punto ciego y pedirle que señalara la zona del monitor por la que aparecía un círculo. Acertó en la mayoría de las ocasiones, sobre todo cuando seguía las indicaciones del científico, que le pedía que no racionalizara sus acciones, sino que simplemente se limitara a «adivinar» cuándo y en qué zona del monitor surgía la figura geométrica.
Más recientemente, en 2016, Beatrice de Gelder, profesora de neurociencia cognitiva de la Universidad de Tilburgo (Países Bajos) y directora del Laboratorio de Neurociencia Cognitiva del mismo centro, llevó a cabo numerosas pruebas con un paciente identificado en el ámbito médico como TN. A raíz de dos accidentes cardiovasculares, el hombre perdió su visión por completo. Sin embargo, gracias a su intuición es capaz de recorrer un largo pasillo a toda velocidad, esquivando por centímetros cajas, sillas y otros utensilios de oficina. Según TN, simplemente se limita a caminar, pero no tiene conciencia de observar nada, ni tampoco recuerda cómo hace para evitar los obstáculos. En definitiva, es incapaz de describir y razonar sus actos. Las pruebas psicofísicas a las que se sometió, a fin de evaluar la posibilidad de que mantuviera una mínima visión consciente, no apreciaron ni el menor resquicio de funcionamiento visual, ni siquiera en la detección de grandes objetos.
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