Vida alternativa
01/02/2007 (00:00 CET)
Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
Hierbas que curan
Uno de los primeros lugares en donde el hombre antiguo buscó alivio a sus dolencias fue en el mundo de las plantas. Por medio de un proceso empírico de ensayo y error fue conociendo sus virtudes. Ahora, y día tras día, la farmacopea moderna confirma los hallazgos de nuestros antepasados
Las plantas curan y aunque desde luego no hacen milagros, sobre sus tallos, raíces, hojas y pétalos se sustenta buena parte de la farmacopea moderna. Sin el milenario trabajo de compilación terapéutica desarrollado por chinos, hindúes, egipcios, griegos, romanos, etc, que nosotros hemos heredado, hoy en día no contaríamos con un abanico tan amplio de sustancias al servicio de la salud, catálogo que se sigue enriqueciendo en las últimas décadas gracias a la cooperación entre la ciencia médica de laboratorio y el conocimiento desplegado por curanderos y chamanes de diversas regiones del planeta, principalmente de América. Con todo, y a pesar de los más de 50.000 años de antigüedad que se atribuye a la fitoterapia, el mundo de las plantas continúa siendo un terreno fértil para los hallazgos, pues no en vano sólo conocemos un 10% de la flora mundial.
De este gigantesco catálogo medicinal natural apenas aprovechamos unas páginas. La industria de la farmacopea química que domina el mercado de la salud a nivel internacional tiene en el reino vegetal la inmensa mayoría de materia prima que necesita, a partir de la cual aísla sus principios activos y los sintetiza en laboratorios para comercializarlos en forma de medicamento químico. Esta paradoja es aún mayor sí tenemos en cuenta que, si bien la cantidad de principio activo es mayor en el medicamento que en el vegetal de origen, los efectos secundarios y las contraindicaciones tan abundantes en la farmacopea convencional resultan ser simples anécdotas en la fitoterapia. La experiencia ha puesto de manifiesto con frecuencia que tan importante es el principio activo como aquellas otras sustancias coadyuvantes que de manera natural forman parte de la planta, aspecto muchas veces ignorado por la farmoquímica. Igualmente los científicos han descubierto que el "factor receta" es crucial; la acertada combinación de plantas en sus dosis correctas transmitidas durante milenios tiene una razón química perfectamente justificada que va más allá de un único principio activo.
Sacándoles el máximo partido
La magia de las plantas tomó bajo las lentes del laboratorio el nombre de alcaloides, heterosidos, terpenos o taninos para referirse a los agentes o principios activos que durante miles de años han logrado curar o aliviar a la humanidad de muchos males. Pero no hemos de perder de vista que en la efectividad terapéutica de las plantas influyen innumerables factores, que van desde la composición del terreno a la climatología, pasando por el momento de la recolección en ciclos anuales e incluso diarios, o el crucial método de conservación que se utilice. Un proceso deficiente puede derivar en un producto carente de gran parte de sus propiedades, aunque externamente no se aprecien diferencias, generándose también alteraciones si el método de extracción de los principios activos no es el adecuado. Las formas de preparación más habituales son:
Infusión: se logra hirviendo la planta durante unos minutos en agua. Endulzándolas con miel o azúcar logramos las pociones y tisanas, las primeras de consumo en frío y las segundas en caliente. Saturándolas de dulzor se obtiene el jarabe.
Extracto: se obtiene por concentración del zumo obtenido por presión.
Pulverizado: se reduce a polvo la planta desecada, que se puede consumir disuelta, encapsulada o mezclada con miel en forma de electuario.
Maceración: el macerado en alcohol de la planta da origen a la tintura alcohólica, a la tintura etérea y al enolito, según se utilice alcohol, éter o vino respectivamente. También se pueden usar en forma de cataplasma, aceite, ungüento o alimento.
De este gigantesco catálogo medicinal natural apenas aprovechamos unas páginas. La industria de la farmacopea química que domina el mercado de la salud a nivel internacional tiene en el reino vegetal la inmensa mayoría de materia prima que necesita, a partir de la cual aísla sus principios activos y los sintetiza en laboratorios para comercializarlos en forma de medicamento químico. Esta paradoja es aún mayor sí tenemos en cuenta que, si bien la cantidad de principio activo es mayor en el medicamento que en el vegetal de origen, los efectos secundarios y las contraindicaciones tan abundantes en la farmacopea convencional resultan ser simples anécdotas en la fitoterapia. La experiencia ha puesto de manifiesto con frecuencia que tan importante es el principio activo como aquellas otras sustancias coadyuvantes que de manera natural forman parte de la planta, aspecto muchas veces ignorado por la farmoquímica. Igualmente los científicos han descubierto que el "factor receta" es crucial; la acertada combinación de plantas en sus dosis correctas transmitidas durante milenios tiene una razón química perfectamente justificada que va más allá de un único principio activo.
Sacándoles el máximo partido
La magia de las plantas tomó bajo las lentes del laboratorio el nombre de alcaloides, heterosidos, terpenos o taninos para referirse a los agentes o principios activos que durante miles de años han logrado curar o aliviar a la humanidad de muchos males. Pero no hemos de perder de vista que en la efectividad terapéutica de las plantas influyen innumerables factores, que van desde la composición del terreno a la climatología, pasando por el momento de la recolección en ciclos anuales e incluso diarios, o el crucial método de conservación que se utilice. Un proceso deficiente puede derivar en un producto carente de gran parte de sus propiedades, aunque externamente no se aprecien diferencias, generándose también alteraciones si el método de extracción de los principios activos no es el adecuado. Las formas de preparación más habituales son:
Infusión: se logra hirviendo la planta durante unos minutos en agua. Endulzándolas con miel o azúcar logramos las pociones y tisanas, las primeras de consumo en frío y las segundas en caliente. Saturándolas de dulzor se obtiene el jarabe.
Extracto: se obtiene por concentración del zumo obtenido por presión.
Pulverizado: se reduce a polvo la planta desecada, que se puede consumir disuelta, encapsulada o mezclada con miel en forma de electuario.
Maceración: el macerado en alcohol de la planta da origen a la tintura alcohólica, a la tintura etérea y al enolito, según se utilice alcohol, éter o vino respectivamente. También se pueden usar en forma de cataplasma, aceite, ungüento o alimento.
Comentarios
Nos interesa tu opinión