Año 2015. Un pueblo de Cantabria. Un padre y un hijo alquilan una vivienda que lleva un año cerrada. El padre se interesa por ella y esa misma tarde le dan las llaves. Los nuevos inquilinos sabían que en esa casa se había suicidado alguien quince años atrás, alguien al que el padre había conocido e incluso jugado a las cartas con él. Pero dejan de hablarse por una disputa. Al entrar a vivir les parece raro que tres habitaciones de la planta de arriba estén llenas de pertenencias del antiguo propietario. Escuchan pasos y ruidos y en el altillo de la habitación en la que duerme el hijo también se oyen ruidos. Acabaron llamando a Cuarto Milenio y el equipo desplazado hizo grabaciones dejando la casa cerrada a cal y canto: se escuchaban pasos, puertas que se cerraban y como si alguien se paseara por la casa. Además, la vivienda linda con otra que actualmente está vacía porque el vecino que vivía en ella se fue : se había marchado aterrorizado porque oía martillazos procedentes de la casa de los testigos.
Ahora son ellos los que también oyen golpes de la casa de al lado, que está vacía. Pero de momento siguen viviendo ahí. El hijo se quiere marchar, pero el padre se resiste a perder la fianza.
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