Hay un mercado en México D.F. donde no se vende fruta, carne o embutidos. Podría pasar desapercibido; bajo una gran techada de uralita miles de personas se amontonan buscando los productos que pretenden consumir; hay empujones, gente gritando una u otra oferta, otros que se quejan del calor y la aglomeración… Podría pasar por un centro comercial de cualquier barrio popular de esta megaciudad en la que habitan más de veinte millones de personas. Pero este lugar es especial. Porque lo que aquí se vende forma parte de la creencia en estado puro, de la tradición más antigua, de supersticiones sin sentido, dirán algunos… Junto a "revientacalzones" vemos plantas contra el asma, cartas de tarot, huesos de cabra, cabezas de carnero, estampas de San Josemaría Escribá, inciensos de olores y sabores, sahumerios, libros paganos, Sanciprianos y Sanciprianillos, brujas, chamanes, curanderos y hechiceros… Es el mercado de Sonora, el mayor centro de venta de productos de brujería de todo el planeta. Un punto ecléctico que demuestra que esas viejas tradiciones a las que anteriormente me refería, siguen tan presentes como el día en que nacieron.
En este tiempo de realidad virtual, ciborgs y redes sociales, en algunas partes del mundo todavía se cree en el poder del brujo, en su dominio sobre todo lo que representa la magia; especialmente la que da más miedo: la negra y la roja. Años atrás, en uno de los viajes que realizamos a Perú, tuvimos la oportunidad de acceder a la casa-altar de uno de estos personajes. Decir que su mirada era demoniaca seguramente será quedarse corto. La profundidad de sus ojos negros era tan insoportable como los múltiples olores que inundaban la estancia en la que desarrollaba esas mismas magias.
Y en el centro, el cráneo de su abuelo presidía toda la mezcla de elementos que permitían que aquello que pedía, se hiciese realidad. "Es el abuelito", me dijo. Porque aquí el "poder" pasa de abuelos a nietos. Junto a él las páginas ennegrecidas de un antiguo libro, el Sancipriano, se movían al son del viento que se colaba desde la calle. Al menos hasta ese día, porque mi querido amigo Juan José Revenga se lo acabó llevando -se lo regaló el brujo–. Y fue este hombre envuelto por un halo de oscuridad el que nos aseguró no sólo que la magia era efectiva, sino que chamanes como él no solían pasar de los 45 años. Las guerras entre hombres de poder son largas y cruentas. Por eso suelen morir pronto. Es sólo un ejemplo de que la brujería no ha desaparecido con la Inquisición; ni siquiera las corrientes religiosas asociadas a ella.
Al fin y al cabo, siendo más típicos que tópicos, ya se sabe que haberlas…
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