El poltergeist de Rosenheim
Es uno de los grandes casos de la historia de la parapsicología. Los fenómenos que tuvieron lugar en 1967 desconcertaron a especialistas de todo tipo y no obtuvieron una explicación clara.
Fue en agosto de 1967, en el número 13 de la Königstraße, en Rosenheim (Alemania). Allí, en el bufete de abogados de Sigmund Adam, la normalidad hacía días que había comenzado a resquebrajarse. Al principio, los empleados no le habían dado demasiada importancia: algunas llamadas en las que nadie respondía, ruidos e interferencias en las comunicaciones, una luz que parpadeaba o se apagaba… Sin embargo, la situación fue en aumento.
Los empleados afirmaban haber visto moverse pesados armarios y archivadores, como si una presencia invisible los hubiese empujado
Los problemas en las comunicaciones no solo persistieron, sino que se multiplicaron. Algo extraño ya que la centralita era reciente y estaba a cargo de Siemens. A comienzos de octubre, los técnicos de la compañía revisaron toda la instalación en busca del problema sin encontrar una explicación a lo que sucedía. No obstante, decidieron instalar una nueva. De poco sirvió, pasados unos días, los empleados volvieron a quejarse de los problemas. Algo que se confirmó en el coste de la factura telefónica, que había ascendido significativamente.
Sigmund Adam, el dueño del bufete, ordenó el cambio de compañía sin obtener mejor resultado con ello, aunque sí descubrió el registro de cerca de cincuenta llamadas en un margen de apenas diez minutos a primera hora de la mañana.
Los técnicos afirmaron haber visto cómo los fluorescentes se rompían ante sus ojos
Las anomalías en el sistema eléctrico también resultaron un quebradero de cabeza. Las luces se encendían y se apagaban azarosamente, había subidas y bajadas de tensión... Tras la pertinente revisión en busca de respuestas, las preguntas se multiplicaron. Al comprobar los tubos fluorescentes, los técnicos se dieron cuenta de que algunos estaban girados hasta noventa grados, afirmando incluso que habían visto cómo se giraban ante sus propios ojos. Incluso contaban que algunos fluorescentes estallaban tras ser cambiados.
La cosa fue a más cuando los empleados afirmaban haber visto moverse pesados armarios y archivadores, como si una presencia invisible los hubiese empujado. Los objetos comenzaron a cambiar de lugar, las lámparas y los cuadros se balanceaban, descargas al usar las máquinas de escribir, aparatos que se encendían y apagaban solos… Todo un rosario de fenómenos que fueron sembrando el miedo y la inquietud.
LA PARAPSICOLOGÍA EN BUSCA DE RESPUESTAS
Ante el desconcierto y la falta de respuestas claras que acabasen con el problema, Sigmund Adam decidió poner el caso en manos del departamento de Psicología y Áreas Limítrofes, dependiente de la Universidad de Friburgo de Brisgovia, responsabilidad del doctor Hans Bender, uno de los padres de la parapsicología alemana.
Tras una visita inicial al bufete a finales de 1967, Bender cogió las riendas del caso. Formó una comisión de estudio con miembros del Instituto Max Planck de Múnich, como el físico Friedbert Karger, o Gerhard Zicha, profesor de la Universidad Técnica de Múnich.
Lo primero que hicieron fue estudiar posibles anomalías en la instalación eléctrica, estableciendo posibles causas para explicar lo que sucedía. Ninguna de ellas pudo explicarlo convincentemente.
Los fenómenos habían comenzado poco después de la incorporación de la joven secretaria de 19 años, Annemarie Schaberl
La prensa de la época no pudo dejar pasar un tema tan sugerente y dio buena cuenta de lo que sucedía en el bufete de Sigmund Adam. Cuando adquiere dimensión mediática, hay quienes mantienen que todo es un fraude orquestado por unos trabajadores descontentos con su jefe que sólo querían tomar el pelo y fastidiar. Aunque los fenómenos descritos se pueden replicar, algunos exigían esfuerzos extra como el tema de las bombillas, situadas a casi dos metros y medio de altura. La hipótesis del fraude tampoco resultó satisfactoria.
Desde su entrada en escena, el equipo de Hans Bender llevó a cabo un exhaustivo registró de lo que ocurría, contabilizando hasta cuarenta testigos de los extraños fenómenos. Tras realizar una amplia ficha de los diferentes fenómenos y testigos implicados, Hans Bender se percató de un detalle: los fenómenos habían comenzado poco después de la incorporación de la joven secretaria de 19 años, Annemarie Schaberl. Además, cualquiera de los fenómenos se producía sólo cuando ella estaba presenta en el edificio. Annemarie era algo así como el foco de los fenómenos. Según Bender ella era quien, de forma inconsciente y, desde luego, sin intención, provocaba los desconcertantes fenómenos.
Las conclusiones de la comisión de estudios fueron que los fenómenos existían y así habían sido registrados y observados; que ninguna causa de tipo físico podía explicarlos –ni siquiera el fraude– ; que desafiaban las leyes conocidas y que se manifiestan durante un breve espacio de tiempo sin periodicidad.
La persona que producía aquellos fenómenos debía de poseer percepción extrasensorial. Era un fenómeno de psicoquinesia
Annamarie Schaberl tuvo que abandonar el trabajo debido a las presiones causada tras la repercusión de la historia. Los fenómenos cesaron en el bufete, pero comenzaron en el nuevo lugar de trabajo al que se incorporó.
"¿Cuál fue mi conclusión personal? Pues que la persona o la fuerza que producía aquellos fenómenos, llegando a actuar directamente sobre los aparatos, debía de poseer lo que se llama una percepción extrasensorial y el poder de impresionar directamente el micrófono del teléfono y todos los aparatos que registraban su intervención a distancia. Era un fenómeno de psicoquinesia", explicó Bender tiempo después en el libro Encuesta detrás de lo visible, de Vintilă Horia.
El caso de Annamarie se convirtió desde entonces en uno de los poltergeist paradigmáticos y más importantes de la historia de la parapsicología. Descartado el fraude, hay quien defiende que los poltergeist están asociados a momentos de estrés o emocionalmente complejos, en los que determinadas personas canalizan de forma inconsciente una energía capaz de provocar anomalías electromagnéticas o episodios de psicoquinesis. En el caso de Annamarie, en el momento de los sucesos, atravesaba una situación complicada debido a la relación con su padre.
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