Parapsicología
23/02/2011 (09:31 CET)
Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
Las insólitas y desconcertantes lluvias de piedras
Se trata de uno de los fenómenos más desconocidos dentro de la casuística parapsicológica. Es impredecible. Nadie sabe cuándo empezará, menos aún cuándo terminará. Tampoco, por supuesto, el origen del mismo. Provoca el desconcierto para luego generar el terror. Las litotelergias, popularmente conocidas como lluvias de piedras, han sido protagonistas de los episodios más extraños dentro del mundo de lo paranormal. ENIGMAS les desvela los casos más sorprendentes acaecidos en nuestro país.
Fue horrible. Hay que vivirlo para saber lo que es. Una persona que no lo haya visto no lo cree. Fue una situación tan difícil de entender que no se olvida fácilmente. Aquellas piedras salían de la nada". Las palabras de Rafael de Juan, testigo del último caso de lluvias de piedras en España, reflejan el temor y la incomprensión de quienes han vivido una de las fenomenologías más desconcertantes dentro del campo de lo paranormal: las litotelergias.
Popularmente conocidas como lluvias de piedras, vienen produciéndose, observándose y constatándose desde tiempos remotos. No en vano, Görres –autor de La mystique– señalaba cómo ya en el siglo XIII el parisino obispo Guillermo de Auvernia dejó escrito la existencia de "espíritus golpeadores" responsables del lanzamiento de piedras en casas embrujadas. Incluso Pierre Mamoris, profesor de teología y autor del Flagellum maleficorum, relataba en sus estudios estos insólitos episodios siempre relacionados con almas atormentadas. Pero no fue hasta el nacimiento de la investigación de las manifestaciones espirituales, aquellas relacionadas con el espiritismo, cuando esta casuística cobró especial importancia. Y lo hizo porque, al igual que hoy –desechando el fraude–, no hay una causa física que justifique la caída de piedras de diferentes tamaños y formas, realizando trayectorias horizontales, verticales y hasta oblicuas, con dispares direcciones y velocidades, esquivando objetos e incluso paredes en unos casos y agrediendo a testigos en otros, como si las rocas seleccionasen sus propios recorridos; en definitiva rompiendo las leyes naturales.
Fue en 1913 cuando se registró e investigó el primer incidente por parte de la Sociedad Inglesa de Investigaciones Psíquicas. Un episodio publicado en el Journal XII y reproducido posteriormente por el estudioso Bozzano en su libro Dei fenomeni di tranfigurazione, que fue protagonizado por un vecino de la localidad holandesa de Dordecht, llamado Grottendieeck. Mientras se encontraba de expedición por Asia, concretamente en la jungla de Palembang, en Sumatra, pudo observar la caída de más de una veintena de guijarros en el interior de su cabaña. Desde entonces, en Inglaterra, Alemania y Francia se han recogido centenares de testimonios, pero ¿y en nuestro país?
España: los primeros casos
En España, el primer caso tuvo lugar el 13 de agosto de 1935 en Valencia. Aquel día, a última hora, mientras los trabajadores del antiguo teatro de verano Gran Vía preparaban y daban los últimos retoques al escenario, una veintena de pedruscos comenzó a caer sobre el patio de butacas. Los operarios pudieron contemplar cómo pequeñas piedras, salidas de la nada, impactaban contra los asientos, en el pasillo y en el escenario. Cada vez que ocurría huían despavoridos, pero de nada les servía correr. La insólita lluvia continuaba en el exterior del edificio. La situación se prolongó durante días. Los pedruscos destrozaban las instalaciones y golpeaban a los incrédulos componentes de la compañía teatral La Margual. La tensión hizo que Pepita Diego, una de las coristas, decidiera denunciar las agresiones fantasmales a las autoridades. El teatro de Gran Vía fue minuciosamente inspeccionado por las fuerzas de seguridad en busca del responsable, incluso se acordonó el inmueble, pero sin resultado alguno. Las rocas siguieron cayendo sin causa que lo justificara hasta que, con el mismo misterio con que habían aparecido, desaparecieron.
Dos meses más tarde, en octubre de aquel mismo año, el fenómeno se repitió. Esta vez en una cortijada malagueña, ubicada en la población de Benagalmón. Allí, Adolfo Martín, capataz del Cortijo Espartal, tras varios días soportando continuos lanzamientos de guijarros y sin poder encontrar la causa de los mismos tuvo que pedir ayuda a la Guardia Civil para intentar descubrir qué o quién era el responsable de que, a diferentes horas, decenas de pequeños cantos cayeran en el interior y en el exterior de la finca. Proyectiles que surgían de la nada, aparecidos como por arte de magia, y que eran capaces de esquivar en sus trayectorias a las personas. Durante semanas, los miembros de la Benemérita y Adolfo Martín permanecieron apostados escopeta en mano en las cercanías del cortijo, escrutando cada palmo de terreno sin encontrar al autor de los lanzamientos. Sus esfuerzos fueron en vano. Semanas más tarde, dejaron de caer.
(continúa la información en ENIGMAS 183).
Francisco Contreras Gil
Popularmente conocidas como lluvias de piedras, vienen produciéndose, observándose y constatándose desde tiempos remotos. No en vano, Görres –autor de La mystique– señalaba cómo ya en el siglo XIII el parisino obispo Guillermo de Auvernia dejó escrito la existencia de "espíritus golpeadores" responsables del lanzamiento de piedras en casas embrujadas. Incluso Pierre Mamoris, profesor de teología y autor del Flagellum maleficorum, relataba en sus estudios estos insólitos episodios siempre relacionados con almas atormentadas. Pero no fue hasta el nacimiento de la investigación de las manifestaciones espirituales, aquellas relacionadas con el espiritismo, cuando esta casuística cobró especial importancia. Y lo hizo porque, al igual que hoy –desechando el fraude–, no hay una causa física que justifique la caída de piedras de diferentes tamaños y formas, realizando trayectorias horizontales, verticales y hasta oblicuas, con dispares direcciones y velocidades, esquivando objetos e incluso paredes en unos casos y agrediendo a testigos en otros, como si las rocas seleccionasen sus propios recorridos; en definitiva rompiendo las leyes naturales.
Fue en 1913 cuando se registró e investigó el primer incidente por parte de la Sociedad Inglesa de Investigaciones Psíquicas. Un episodio publicado en el Journal XII y reproducido posteriormente por el estudioso Bozzano en su libro Dei fenomeni di tranfigurazione, que fue protagonizado por un vecino de la localidad holandesa de Dordecht, llamado Grottendieeck. Mientras se encontraba de expedición por Asia, concretamente en la jungla de Palembang, en Sumatra, pudo observar la caída de más de una veintena de guijarros en el interior de su cabaña. Desde entonces, en Inglaterra, Alemania y Francia se han recogido centenares de testimonios, pero ¿y en nuestro país?
España: los primeros casos
En España, el primer caso tuvo lugar el 13 de agosto de 1935 en Valencia. Aquel día, a última hora, mientras los trabajadores del antiguo teatro de verano Gran Vía preparaban y daban los últimos retoques al escenario, una veintena de pedruscos comenzó a caer sobre el patio de butacas. Los operarios pudieron contemplar cómo pequeñas piedras, salidas de la nada, impactaban contra los asientos, en el pasillo y en el escenario. Cada vez que ocurría huían despavoridos, pero de nada les servía correr. La insólita lluvia continuaba en el exterior del edificio. La situación se prolongó durante días. Los pedruscos destrozaban las instalaciones y golpeaban a los incrédulos componentes de la compañía teatral La Margual. La tensión hizo que Pepita Diego, una de las coristas, decidiera denunciar las agresiones fantasmales a las autoridades. El teatro de Gran Vía fue minuciosamente inspeccionado por las fuerzas de seguridad en busca del responsable, incluso se acordonó el inmueble, pero sin resultado alguno. Las rocas siguieron cayendo sin causa que lo justificara hasta que, con el mismo misterio con que habían aparecido, desaparecieron.
Dos meses más tarde, en octubre de aquel mismo año, el fenómeno se repitió. Esta vez en una cortijada malagueña, ubicada en la población de Benagalmón. Allí, Adolfo Martín, capataz del Cortijo Espartal, tras varios días soportando continuos lanzamientos de guijarros y sin poder encontrar la causa de los mismos tuvo que pedir ayuda a la Guardia Civil para intentar descubrir qué o quién era el responsable de que, a diferentes horas, decenas de pequeños cantos cayeran en el interior y en el exterior de la finca. Proyectiles que surgían de la nada, aparecidos como por arte de magia, y que eran capaces de esquivar en sus trayectorias a las personas. Durante semanas, los miembros de la Benemérita y Adolfo Martín permanecieron apostados escopeta en mano en las cercanías del cortijo, escrutando cada palmo de terreno sin encontrar al autor de los lanzamientos. Sus esfuerzos fueron en vano. Semanas más tarde, dejaron de caer.
(continúa la información en ENIGMAS 183).
Francisco Contreras Gil
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