Apariciones en el cementerio
Los muertos conceden favores si se les trata bien, a base de ofrendas. Cada lunes se celebra en el cementerio de Bogotá el mercadillo ritual donde el cristianismo se mezcla con el paganismo más descarado. Por Mado Martínez
El Cementerio Central de Bogotá es el camposanto más antiguo de la capital, y aunque la entrada es pública y gratuita, merece la pena buscarse un guía que por 30.000 pesos nos haga un recorrido turístico apodado por el Instituto Distrital de Turismo como «la historia desde el silencio». En este camposanto tienen lugar toda clase de rituales, pues aquí se comunican los vivos con los muertos y se obtienen favores a cambio de brindarles una oración a pie de tumba. El mejor día para visitarlo es el lunes, considerado el día de las almas de los difuntos.
Una de las tumbas más polémicas es la del gran poeta bogotano José Asunción Silva. En un principio, como se había suicidado pegándose un tiro en el pecho, las autoridades eclesiásticas no permitieron que sus restos descansaran en suelo sagrado, así que lo enterraron en el sector non sancto, que había al fondo del cementerio público. Y allí se habría quedado durante toda la eternidad, de no ser por la fama póstuma que cobró su obra.
LOS FAVORES DEL MÁS ALLÁ
Las autoridades católicas se vieron forzadas a trasladar sus restos en junio de 1930, para descansar con los de su amada hermana Elvira. Aquí es cuando la cosa se pone interesante, porque, según decían, José Asunción Silva estaba perdidamente enamorado de su hermana. Rufino Blanco Fombona dejó escritas unas palabras algo controvertidas sobre Silva que marcarían para siempre los rituales asociados a su tumba:
«En su vida hay una página delicada, controvertida. Una de las hermanas, Elvira, era también muy bella, ¡la más linda mujer de Bogotá! […] Esta preciosa criatura murió a los veintidós años. Silva cayó, después de esa muerte, en la más negra melancolía; escribió algunos poemas apasionados e imprudentes… Poco después se suicidó. En suma, parece que se enamoraron el uno del otro».
Nadie se atrevió a decir después si aquel amor era únicamente fraternal o hubo carne de por medio, pero los partidarios del incesto se apoyan en los poemas subidos de tono que el poeta podría haberle dedicado a su hermana, entre los cuales destaca, sin duda, el extraordinario poema Nocturno.
La cuestión es que la tumba en la que yacen juntos los restos de los hermanos Silva se ha convertido en un lugar de peregrinaje para los que allí acuden a realizar rituales, con la esperanza de que los difuntos hermanos intercedan por los amores prohibidos. Y esta es la temática ritual de esta tumba, de forma que cuando vemos a alguien que se acerca a la misma, no podemos evitar preguntarnos: ¿de quién estará esta persona enamorada? ¿Tan controvertido es su amor?
Siguiendo nuestro paseo por la ciudad de los muertos, llegamos a la tumba de las hermanas Bodmer, unas niñas del siglo XIX. Los que acuden a su lecho de descanso eterno para llevar a cabo sus ritos consideran que estas pequeñas son ángeles juguetones y favorecedores, seres que quedaron atrapados en la estampa de su niñez. Las ofrendas incluyen flores, juguetitos y, cómo no, dulces. La historia de estas mocitas es un auténtico misterio. Resulta casi imposible saber quiénes fueron realmente en vida. En la escultura que corona la tumba aparecen representadas a tamaño natural unas niñas que a juzgar por su lápida se hacían llamar Elvira y Victoria. En el mausoleo podemos leer: «Fueron las delicias del hogar».
ÁNGELES BENDITOS
Sabemos que las hermanas Bodmer murieron con apenas un par de días de diferencia, en 1903, y los rumores oscilan entre los que afirman que murieron ahogadas, quemadas o de una enfermedad de la sangre. Los que dicen que murieron quemadas cuentan que la madre las había dejado encerradas en una pieza que acabó convirtiéndose en una trampa mortal durante un incendio. Otros sugieren que las muchachas padecieron una enfermedad de la sangre que acabó matándolas, y que un hermano cayó enfermo del mismo mal, pero la madre fue al cementerio a pedirle a las niñas que intercedieran por su alma, y el muchacho se salvó, y por eso se quedaron con la fama de ser ángeles benditos que protegen a los niños cuando se les pide por ellos. Lo cierto es que en su mausoleo nunca faltan los bombones.
Me llama la atención una mujer elegantemente vestida porque el ritual de las ánimas benditas de los lunes suele atraer a las clases populares, principalmente, pero esta parece proceder de otra esfera social. Mete la mano en un bolso de marca y saca algunos caramelos parecidos a los Chupachups; les quita el envoltorio y los deposita con infinita ternura a los pies de las niñas, a las que les habla como si realmente fueran dos pequeñas de carne y hueso, pidiéndoles que no se peleen, se porten bien y compartan las chucherías pero sin glotonerías, no vaya a ser que se empachen. Me mira con recelo, como si fuera indecoroso tomar fotos a las menores. Pero son sólo estatuas… ¿O no? Consigue avergonzarme y sigo el itinerario.
UN HOMBRE JUSTO
En Colombia te puedes beber una «michelada» bien fresca allá donde vayas, y si es con cerveza Bavaria, mejor. La marcas más populares de este grupo son Club Colombia y Águila. Lo que yo no sabía es que el fundador de la industria de cerveza Bavaria de Colombia fue un judío masón de grado 33 y origen alemán llamado Leo Siegfried Kopp.
Este industrial hizo fortuna en el siglo XIX, instalando su fábrica de cerveza en la carrera 13 con la calle 30 (hoy Parque Central Bavaria), y fundando un barrio entero llamado La Perseverancia, con electricidad y agua potable en una época en la que apenas había servicios públicos en ningún lugar.
Era la primera vez que los colombianos bebían la famosa cerveza alemana, pues hasta entonces lo que se bebía en Colombia era la chicha, una bebida tradicional a base de maíz fermentado. Kopp murió en su finca de La Esperanza en 1927 y su tumba es una de las preferidas por los devotos de las almas.
Kopp era un hombre emprendedor y benevolente, que pagaba salarios justos, así que no es de extrañar que sus fieles hagan cola los lunes para pedirle que interceda en asuntos económicos. Le rezan oraciones, le hacen misas paganas y le dan las gracias por todos los milagros cumplidos. También le dejan flores y maicitos para los pájaros que se posan en su lugar de descanso.
En su tumba hay una escultura dorada a imitación de la de El pensador de Rodin, a la que sus devotos se acercan para susurrarle en voz bajita sus secretos al oído y pedirle ayuda. Carolina Jiménez nos remite al testimonio de un devoto llamado Carlos Bojacá, explicando el protocolo de la pedida del favor y ensalzando el poder de intercesión de Leo Siegfried Kopp en los asuntos materiales:
«A Leo S. hay que pedirle un favor a la vez. Y en el oído izquierdo, porque en vida escuchaba poco. Sólo cuando ya le haya cumplido uno, puede pedirle el otro».
Carlos Bojacá le había estado rezando mucho tiempo para obtener un favor para su mujer, a quien después de haber estado 18 años trabajando en la Clínica de la Mujer, no la iban a pensionar. Pero las muchas oraciones y ramos de flores depositados frente a la tumba de Leo Siegfried Kopp surtieron efecto, porque su señora acabó consiguiendo la ansiada pensión. Ahora Carlos Bojacá había ido a pedirle al cervecero que le ayudara a conseguir que su hermana le devolviera la parte de la herencia que le correspondía. No sabemos si el industrial alemán le concedió este favor.
Otra tumba que cuenta con muchos parroquianos es la del científico y astrónomo de principios del siglo XX Julio Garavito. Dicen que se le considera un intercesor de la buena fortuna porque su rostro aparece en los billetes de 20.000 pesos, y es cierto, pero Carolina Jiménez nos dice que sus mayores adoradores son los ladrones, los travestis y las prostitutas. La verdad es que fue un genio, una de las mentes más brillantes de la historia, y hasta la NASA le puso su nombre a uno de los cráteres de la Luna en la década de 1970.
Curiosos son, cuanto menos, los rituales que se practican en su tumba con billetes de 20.000 pesos, y de los que Carolina nos hace partícipes en su trabajo de investigación: «Frente a la columna dos mujeres le rezan. Una tiene un billete de 20 mil doblado y lo frota en la columna del cometa y cierra los ojos mientras susurra su petición. La otra no detiene el movimiento de su mano con el billete, mientras mira al piso con los ojos aguados (…) En ese momento, llega Pamela a pedirle que nunca le falte la plata (…) Hace unos años ella era un hombre, hoy es una mujer negra con la piel de su cara llena de una base que intenta cubrirle los cañones de pelos que le salen de su barbilla. Sus ojos están delineados de azul y negro, y su pelo largo está teñido de rubio. Muy convencida, me dice: 'Si uno le reza a Garavito, nunca le falta el billete de 20 en el bolso'». A los espíritus en general siempre les pide por protección, que la libren de todo mal y peligro. «Nosotros estamos en situación de peligro», asegura Pamela.
Pero fue Kopp quien le cumplió poderse hacer las cirugías necesarias para cambiar de sexo. Ahora tiene dos senos grandes que muestra en un amplio escote. Más tarde, desde el mausoleo de las hermanitas Bodmer, llega Eber, quien ahora me confiesa: «Es que, la verdad, yo soy ladrón. Entonces a veces yo le traigo fajos grandes de billetes de 20 y se los froto todos».
LA REINA PROSTITUTA DEL CEMENTERIO CENTRAL
La tumba de Salomé Muñoz de Parra era la más visitada en los años 70. Tantas romerías suscitaba esta mujer que tuvieron que trasladar sus restos desde el Cementerio Central al Cementerio del Sur, para no agobiar a la difunta, y porque las peregrinaciones masivas a su tumba, según decían, estaban dañando el camposanto con tanto desperdicio de velas, flores y despojos. Pero ni allí la dejaron en paz. Su caso es excepcional y alrededor de su tumba se escuchan lamentos, gritos y sollozos. Salomé sigue teniendo pretendientes en su nueva morada, jóvenes que acuden a rezarle para que les proteja de enfermedades y les libre de ser apuñalados o baleados. Pero, ¿quién era esta enigmática mujer? La tradición popular la ha dotado de un carácter ambivalente: por una lado una santa, por otro lado una puta. Poco se sabe de ella y nadie se pone de acuerdo sobre la forma en la que murió, ni de quién fue en realidad. Unos decían que había sido una santa y como tal había muerto. Otros decían que fue prostituta. En lo que sí coinciden todos es en el motivo por el cual cobró fama de milagrosa.
Todo empezó cuando un hombre llamado Luis Serrano, fiel devoto y asiduo de las almas del cementerio, amén de jugador empedernido, acudió un día desolado hasta la tumba de Salomé cuando ésta todavía se encontraba en el Cementerio Central. Había perdido muchísimo dinero, así que le puso siete velas para que le ayudase a pasar el mal rato. Al marcharse se encontró un billete de 100 pesos con el que compró lotería, con tan buena suerte que ganó una buena suma. Tuvo claro que había sido cosa de la «santa» Salomé, y en agradecimiento le encargó hacer una nueva lápida y, según cuentan, gritó a los siete vientos las bondades, favores y milagros de aquella muerta en las radios y periódicos de la época. Lo que pocos saben es que el descubrimiento de los personajes milagrosos en el Cementerio Central se lo debemos precisamente a Salomé, en los difíciles años 50.
La investigadora Gloria Inés Peláez, experta en la materia, explicaba: «En un sector del cementerio –que era fosa común y donde inhumaban a los muertos anónimos, al que llevaron sin contemplaciones y en volquetadas a los muertos que recogieron de las calles el 9 de abril de 1948–, en ese lugar donde se resumía la situación social, un hombre atraído por una cruz sencilla se acercó a rezar. Adquirió la costumbre de acercarse a esa tumba a pedirle un favor. Según respondió a quienes le preguntaron por qué le llevaba flores caras, esa ánima era milagrosa y le estaba pagando un milagro. Una descripción de ese primer devoto lo muestra como un hombre sencillo, apenas distinguible por su ruana, lo cual hace presumir que era de extracción campesina. Aquella fosa, distinguida entre las demás, fue aglutinando personas y la creencia de que en efecto hacía milagros conformó una incipiente feligresía que también aseguró haber recibido favores. Cuatro años más tarde apareció una mujer que dijo ser la hija de la milagrosa, a quien dio el nombre de Salomé viuda de Parra. Poco tiempo después, otra mujer, que fue descrita como la dueña de un prostíbulo, aseguró ser también familiar de la milagrosa y peleó con quien decía ser hija de la muerta. Al fin llegaron a un acuerdo y se retiró para dejar a la familia Parra en posesión del culto».
Pero no todo son luces en el culto a Salomé, que también tiene seguidores maléficos. Y es que esta «santa» no distingue en sus favores y concede lo que le pidan, ya sea para hacer el bien o para hacer el mal, pero si ustedes todavía quieren jugársela, sólo les costará 20.000 pesos, que es lo cuesta ponerle una placa. Lo mejor es pedirle ganar la lotería, porque es su especialidad, pero tendrán que hacerlo en el Cementerio Sur de Bogotá, si es que no lo trasladan de nuevo.
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