Ocultura: el gran enigma cumple 75 años
El misterio de los OVNIs sigue desafiándonos igual que el primer día y estimulando nuestra curiosidad. Quizá, después de todo, ese sea el sentido último de este desafío.
Los platillos volantes –antepasados terminológicos de los ya sustantivados OVNIs y de los inminentes UAPs o FANIs– cumplen este mes tres cuartos de siglo. Mientras el Pentágono se prepara para hacer pública una nueva valoración, desde el punto de vista de la Defensa, de lo que significan las constantes incursiones de Fenómenos Aéreos No Identificados en su espacio aéreo, en Occidente seguimos produciendo documentales, revistas, novelas, videojuegos, series y películas con la siempre rentable «amenaza extraterrestre» como telón de fondo. Es como si en estos 75 años no hubiera cambiado nada –o muy poco– nuestra estupefacción y maravilla ante el enigma de lo que ahora, desde Washington, quieren que llamemos Unidentified Aerial Phenomena.
Camilo José Cela concluyó que la existencia de los platillos estaba fuera de toda duda porque resultaba imposible poner de acuerdo en una mentira a tantos testigos y países
Sé de lo que hablo. Hace poco me he dado el homenaje de reabrir las carpetas de recortes de periódico que guardo sobre el tema. Las mías arrancan en 1985, pero conservo algunas de las que me confió el padre de la ufología española, Antonio Ribera, que se remontan a aquel verano de 1947 en el que la prensa acuñó el término «platillo». En esa incursión he tropezado con auténticas joyas, como los dos artículos que Camilo José Cela les dedicó en 1950 y 1952 en los periódicos de la entonces llamada «prensa del Movimiento». En el primero, quien años después se convertiría en Premio Nobel de Literatura, no solo concluía que la existencia de los platillos estaba fuera de toda duda porque resultaba imposible poner de acuerdo en una mentira a tantos testigos y países, sino que en sus párrafos volcaba todas las incertidumbres que le suscitaba el asunto. «¿Qué pasa? ¿Qué cosa son los platillos voladores? ¿Qué extraño mensaje portan? ¿Qué aviso quieren darnos? ¿De dónde vienen? ¿A dónde van? ¿Qué se proponen? ¿Quién los impulsa y dirige?».
Cela formuló sus preguntas en mitad de la oleada de observaciones que en 1950 llenó la prensa de noticias extrañas. Solo dos años más tarde, en los mismos diarios de Falange, el futuro Nobel volvía al asunto… ¡intrigado por las historias de OVNIs estrellados! En una mítica columna que tituló Tres hombrecillos de un metro se hacía eco de la recuperación en Estados Unidos de un platillo, se quejaba del secretismo de las autoridades al recogerlo, y desahogaba otra vez sus vacilaciones encadenando una cuestión tras otra. «¿Qué eran esos extraños seres que volaban en unos artefactos más extraños todavía? ¿Eran hombres o algo parecido a los hombres? ¿Eran unos seres superiores y ultracivilizados de cuya existencia no teníamos ni noticias? ¿De qué remoto cielo procedían? ¿Cuáles eran sus intenciones o sus propósitos? ¿Venían en son de paz? ¿Venían en son de guerra? ¿Venían a espiarnos? ¿Viajaban atraídos por las explosiones atómicas? ¿Volaban empujados por una fuerza mil y una veces superior a la más grande fuerza que podamos conocer?».
Estos 75 años han inspirado más dudas que certezas. El viejo sueño de construir una ciencia que estudie este misterio se ha esfumado por completo
La nómina de intelectuales que se ocuparon de los OVNIs en aquellos años es notable. Textos de Eugenio d’Ors o de Wenceslado Fernández Florez sobre los platillos se suman a una colección que incluye las firmas de Ramón J. Sender o Gabriel García-Márquez, ya en los años ochenta.
Releyéndolos –a ellos y a los expertos– llego a una agridulce conclusión: estos 75 años han inspirado más dudas que certezas. Hasta las pocas verdades que fuimos atesorando han terminado por tambalearse. ¿Dónde queda, por ejemplo, aquella «ley horaria» formulada por el astrofísico Jacques Vallée que trataba de encontrar una pauta en las horas de observación de los OVNIs a partir del estudio de la oleada francesa de 1954? ¿O la «ley de distribución geográfica» que marcaba una clara preponderancia de casos rurales sobre los urbanos? ¿Y en qué cajón debemos archivar hoy la «hipótesis marciana» que, en tiempos de Cela, apuntó a que las oleadas de platillos coincidían siempre con la mayor proximidad de Marte a la Tierra?
Es amargo, pero hay que decirlo: el viejo sueño de construir una ciencia que estudie este misterio se ha esfumado por completo. Ya nadie cree necesario fundar una disciplina que se imparta en la Universidad, aunque no son pocos los que entienden que este fenómeno sigue siendo un digno campo de trabajo para astrónomos, físicos, meteorólogos, psicólogos, sociólogos o antropólogos.
En cambio, estos 75 años nos han regalado también algo dulce: el gran misterio de los platillos, OVNIs o UAPs sigue desafiándonos igual que el primer día. Sigue obligándonos a hacernos preguntas «a lo Cela». Y mientras siga estimulando nuestra curiosidad, es probable que sigamos aprendiendo cosas gracias a él. Quizá, después de todo, ese sea el sentido último de este desafío.
Comentarios (1)
Nos interesa tu opinión