Ovnis y vida extraterrestre
01/11/2005 (00:00 CET)
Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
Crónica de un encuentro mortal: El mártir de Quixadá
¿Qué había detrás de la extraña luminosidad que una lúgubre madrugada se le apareció a Luiz Barroso Ferñández, cambiando su vida para siempre? Vamos a intentar averiguarlo
El autobús daba saltos sobre el asfalto. Amanecía y miré por la ventana empolvada. Viajaba sobre un amplio territorio semidesértico y prácticamente despoblado del "sertão" del Estado brasileño de Ceará, en el nordeste del país. Allí, alrededor del pueblo de Quixadá, se levantan cientos de "monolitos", gigantescas moles graníticas que alcanzan varios cientos de metros de longitud y más de un centenar de altura. Durante el día lucen tonos dorados y, al crepúsculo, son azulados. Me pregunté qué demonios hacía allí hasta que me acordé de lo que me habían dicho en Fortaleza, la capital del estado de Ceará: en Quixadá la actividad OVNI era tan intensa que decidieron denominar a la zona como "capital de los platillos voladores".
El primer contacto, en un bar, me confirmó lo que había oído: por la noche la gente se sienta en las aceras para mirar el cielo y observar luces que no son ni aviones, ni helicópteros, ni globos, ni satélites. Me hospedé en un hotel medianamente limpio, y empecé a revisar mis apuntes y recortes de periódicos. Estaba allí no sólo por las luces extrañas; más bien por uno de estos casos que producen inquietud y escepticismo: el de un hombre al que la vida le cambió de manera nefasta, tras una supuesta intervención alienígena.
La madrugada del 3 de abril de 1976 fue una fecha fatídica para el comerciante Luiz Barroso Fernández, entonces con 53 años. Hacia las 04.30 de la mañana salió de su casa en Quixadá con destino a la hacienda Santa Fé, a 16 km del centro de la urbe. Repitió el gesto monótono de poner las riendas al burro y subirse a la vieja carroza. Se despidió de la mujer con un beso y de uno de los hijos. Luiz iba pensando en los productos que debía recoger, cuando cerca de las cinco oyó un extraño zumbido que venía de atrás. Levantó la vista y vio una luz que pasó sobre su cabeza y se paró unos 30 m más adelante, sobre la carretera. Aquello parecía ser más grande que un automóvil y tenía forma de rueda.
Una de las versiones que existen de los hechos es que Barroso distinguió una ventana en aquella luminosidad y, en su interior, dos siluetas de lo que parecían ser personas. Un golpe de luz incidió sobre el animal y Barroso, quedando ambos paralizados. El hombre desfalleció casi de inmediato. Cuando un vaquero lo encontró dos horas después hacia las siete de la mañana estaba a 5 km de la hacienda, y permanecía sentado en la carroza. Estaba visiblemente aturdido, padecía de un intenso dolor de cabeza y no se acordaba de lo que había sucedido después del impacto. El vaquero lo acompañó hasta su casa, pero Barroso no contó nada de lo sucedido temiendo que lo tuviera por loco. Atendido por su mujer y un amigo, estos decidieron llevarlo a su médico de familia, el dr. Antonio Moreira Magalhães.
Para saciar mis dudas me dirigí al ufólogo Antonio Orvácio de Carvalho Lobo, quien me condujo a la residencia del citado doctor. Allí mantuvimos una interesante conversación.
n ¿Qué vio Barroso aquella madrugada?
Al día siguiente de lo sucedido, me dijo que vio sobre el asfalto una luz extraña. El burro quedó parado. De aquella luz se abrió una puerta y una cosa salió de dentro y se lo quedó mirando. Entonces le pregunté: "si una cosa te mira es porque tiene ojos, ¿no es así?". Y Barroso me contestó: "¡no! No tenía ojos". Él me insistió en esta historia y añadía que aquella cosa que no sabía o temía describir parecía flotar en el aire, o por lo menos no tocaba el suelo. Me repetía que él no estaba loco, pero no añadía más a esta experiencia, diciéndome que había perdido la conciencia.
n Y su estado físico
Tenía un costado medio enrojecido y seguía confuso. Yo le receté un tranquilizante, kiatrium, pero no le sirvió de nada. Lo mandé a un hospital especializado de Fortaleza y ellos tampoco obtuvieron buenos resultados. Le acompañé en todo su lento proceso degenerativo hasta la muerte. En poco tiempo su pelo se tornó cano, perdió la memoria y se quedó impotente. Casi no comía, no parecía envejecer físicamente, su mentalidad quedó reducida a la de un bebé de unos cuantos meses Tenía una mujer que le ayudaba en todo, pues sus facultades motoras estaban perjudicadas. Murió de bronconeumonía.
¿Usted creyó en la historia de su encuentro con supuestos extraterrestres?
Al principio no, pero luego me di cuenta de que no mentía. Además aquí, en esta región, ha habido muchas apariciones de OVNIs, aunque yo no concedí demasiada atención al asunto. Pero en concreto, en el caso de Barroso, intenté averiguar en el seno de su familia su credibilidad. Era una persona que no mentía, no tenía problemas serios, no debía dinero a nadie en fin, era una persona absolutamente normal. Además, ya lo conocía antes del incidente y su salud era buena. Me sorprendió su enfermedad, al igual que a los médicos de Fortaleza.
n ¿No se le practicó una autopsia?
No. Entonces se firmaba el atestado de defunción y nada más.
Cuando Barroso murió, Magalhães se quedó sorprendido con aquel cadáver. Éste no presentaba la habitual palidez cadavérica, sino al contrario, estaba sonrojado. En los últimos dos años parecía haber rejuvenecido, en especial la piel del rostro. Allí, en su ataúd, Barroso parecía sonreír
Miedo al flash
Al día siguiente me acerqué a la tienda de ultramarinos que perteneciera a Barroso y que ahora regentada su viuda, la sexagenaria Teresinha de Sousa Fernandes. Se trata de una mujer sencilla y trabajadora. Madruga para abrir la tienda y organizar todo. Allí mismo la entrevisté.
Yo fui la primera persona con quien Luiz habló después de lo sucedido. Y fue al día siguiente, pues cuando lo trajeron a casa estaba muy mal. Me contó que era de noche cuando vio un aparato, una luz muy fuerte que bajó muy cerca de su carroza. Primero escuchó un chirrido.
n ¿Cómo era lo que él vio?
Pues me dijo que había una ventana pequeña en la luz y dentro una persona, pero que no podía ver cómo era. Tampoco pudo ver bien la forma de la ventana que estaba sobre la luz, pues en la parte de abajo eran todo luces azules, rojas y verdes, muy fuertes. Luiz bajó de la carroza, se sintió mal y desfalleció. Fue todo lo que dijo.
n ¿Quién lo recogió por la mañana?
Un campesino lo encontró en la carretera, medio aturdido. Le ayudó a subirse nuevamente a la carroza y vino para casa. Lo llevé enseguida al médico, que le dio algo para dormir. Realmente durmió mucho pero, cuando se despertó le pregunté si se encontraba mejor y me dijo que no.
¿En qué condiciones físicas se encontraba?
Parecía que estaba mareado. No comía casi nada en los primeros días. Poco a poco se acostumbró a que le diera de comer, como a un niño. Como no mejoraba y empezaba a perder la memoria, el doctor Magalhães lo llevó a un hospital de Fortaleza, el de Miranópolis, especializado en enfermedades de la cabeza. Allí le hicieron un electroencefalograma y vieron que había una lesión simple, pero no sé si me dijeron eso sólo para animarme. Lo internaron y le daban medicamentos cada vez más fuertes, pero él no mejoraba; al revés, empeoraba. Lo notaba más delgado y los pies los tenía hinchados. Casi un mes después decidí sacarlo de allí y llevármelo nuevamente a casa. Dije que si tenía que morir, que fuera en su hogar. Llamé a mi hermana para que viniera a cuidarlo, asearlo, a ayudarle a hacer sus necesidades. Al cabo de dos meses de haber retornado del hospital estaba más fuerte, más gordo, los pies ya no los tenía hinchados, pero su cabeza estaba mal. Me llamaba "mamá" y al cabo de un año vino un norteamericano a verlo.
n ¿Se acuerda usted quién era?
No, pero vino junto con el doctor Magalhães. Cuando el extranjero le sacó la primera foto con flash, mi marido soltó un grito y agarró la mano del médico. Enseguida se echó a llorar. Ellos dijeron que aquello podría ser una prueba de que Luiz no mentía, de que la luz del flash le despertó el recuerdo de aquella luminosidad mala que le afectó de por vida. Yo no dudé de mi marido.
La mujer, emocionada, sacó de dentro de un cajón la esquela de su marido. Era la foto de un hombre aún joven y destacaban las fechas de su nacimiento y defunción: 25 de agosto de 1924 y 1 de abril de 1993, con casi 70 años de edad. Murió tras 17 años de sufrimiento y agonía.
Barroso no fue el único
Más tarde me enteré que el forastero que visitó a Luiz Barroso era Gary Dale Richman, corresponsal del National Enquirer EEUU que venía con un interprete. Encontraron a Luiz en una tumbona, bastante gordo y con la mentalidad de un bebé. Casi no hablaba y sólo pronunciaba palabras como "mamá", "miedo" y "da". Sonreía infantilmente y extendía el brazo como si estuviera diciendo adiós, o apretándole las manos a las personas que se acercaban. Un importante ufólogo estadounidense, Bob Pratt, estuvo en la casa de Barroso en 1986 y también encontró al afectado postrado en una tumbona en estado vegetal.
Algunos días después de lo sucedido, el 22 de abril de 1976, la estudiante Francisca Roseti da Siva 23 años y su hermano Antonio Leudo da Silva 12 años se desplazaban de su casa hasta el colegio en Quixadá cuando percibieron una luz muy intensa suspendida entre la vegetación. La chica recibió un "golpe de luz" en el rostro y se sintió mareada y cegada. Aterrada, echó a correr hacia su residencia donde cayó desfallecida.
Su padre, Antonio Fernández da Silva, la llevó al hospital; llegó con los ojos muy hinchados. Además, tenía varios hematomas repartidos por el cuerpo y varios arañazos provocados por las ramas cuando intentó huir para esconderse entre la vegetación. El médico de turno, Laércio de Castro, dijo que los ojos parecían afectados por un fuerte calor. Su hermano, Antonio, nada sufrió y confirmó la historia, punto por punto.
En la misma fecha el locutor de la radio local, José Carlos Sinval, aseguró haber visto un objeto redondo con luces multicolores, flotando hacia el otro lado de la pista de aterrizaje de Quixadá. Otros testigos, Gonçalo Costa y João Rosa de Almeida, vieron un OVNI redondo, que se desplazaba lentamente entre Jaburu y Quixadá.
Ya en los años noventa del pasado siglo, una profesora de primaria, Fátima Liduina Pereira Leite fue testigo de un fenómeno rarísimo. Circulaba por la carretera entre Quixadá y Quixeramobím hacia las 21.30 horas cuando avistó un objeto luminoso de color amarillo. Tenía dos o tres metros de diámetro y parecía seguir a su vehículo, "saltando" de un lado a otro de la carretera, a la vez que proyectaba una luz sobre el asfalto. Al poco ésta se acercó más y dejó caer, sobre el parabrisas, unas "hebras" de una sustancia que Fátima calificó más tarde de "pegajosa", y que al golpear el cristal producía un ruido semejante a la lluvia fuerte. Pero el cielo estaba cubierto de estrellas y sin nubes
Quemado por el OVNI
Mi nuevo amigo, Orvácio de Carvalho, me condujo a la casa de José Hudson Bezerra Viana, de 60 años, músico y compositor. Su experiencia ufológica le ha dejado secuelas psicológicas; tiene verdadero pánico a las misteriosas luces.
No fue la primera vez. A principios de los noventa yo venía con otras cuatro personas en mi automóvil cuando vimos, en la carretera, el bulto de una persona, pero pequeña. Como por arte de magia, se esfumó en pleno aire.
Cuéntame que te pasó más recientemente
No me gusta hablar sobre eso, pero ya que eres un investigador, te lo diré. Todo pasó el día cuatro de octubre de 1998, cuando volvía de dar un concierto en un pueblo cercano a Quixadá, con otros tres músicos y ayudantes. De pronto sentimos que una luz intensa nos iluminaba por detrás. Eso ocurrió cerca de la Galinha Choca, un enorme monolito con forma de gallina que estaba a mi izquierda, más allá de la carretera de tierra. Mi amigo Jean, que venía sin camisa a causa del calor, me dijo que la luz le había quemado la espalda. Yo me quedé con el cuerpo adormilado y el vello del brazo que estaba apoyado a la ventana, se quedó como chamuscados. Los fusibles del coche se quemaron. Casi se apodera de mí el pánico; si aquella luz nos hubiera iluminado frontalmente, nos hubiera quemado el rostro y las partes descubiertas del cuerpo.
n ¿Que pasó después?
Volví a mirar por el espejo retrovisor y la luz ya había desaparecido. No tuvimos valor de salir del automóvil. Me acuerdo que aquella luz era tan fuerte que iluminó intensamente las estacas de las cercas de las haciendas, formándose alrededor una especie de aura o halo.
n ¿El coche se quemó?
Sí, efectivamente. La pintura perdió el brillo, y algunos fusibles se fundieron. Pero lo peor ocurrió con un amplificador de sonido nuevo: se quemaron varios transistores sin motivo aparente.
En aquel mismo día entrevisté al periodista Jonas de Souza, que en 1995 llegó a ver cuatro OVNIs en la hacienda Monte Alegre a 3 km de Quixadá que desaparecieron a velocidades que ningún avión podría alcanzar.
"Yo también conocí al señor Barroso. Este hombre sufrió mucho hasta el final de su vida. Yo creo en su historia, me convence", dijo el periodista, que ha escrito docenas de artículos sobre apariciones ufológicas en Quixadá.
¿Dos humanoides?
Regresé a Fortaleza; debía entrevistarme con Reginaldo de Athayde, uno de los ufólogos más importantes y veteranos de Brasil. Me recibió efusivamente en la sede del "Centro de Pesquisas Ufológicas" que él mismo preside desde su fundación en 1959, y donde alberga un pequeño museo ufológico.
Para mí el caso Barroso es uno de los más importantes de la ufología mundial; los médicos, en total 17, no supieron diagnosticar su enfermedad, su irrefrenable regresión mental.
n ¿Usted pudo ver los informes médicos?
No, porque no me los dejaron ver, alegando la confidencialidad de los mismos. Hablé con los dos médicos que lo trataron, ambos neurólogos y psiquíatras. El doctor Glauco Lobo se negó a hablar conmigo y el doctor José Pelegrino Alves, ahora ya fallecido, que era mi amigo, me dijo que el caso Barroso era inexplicable pero que no creía en nada sobre OVNIs. Además criticó al doctor Magalhães por haber escrito en su informe médico que su paciente había sufrido un "posible ataque por parte de una nave alienígena".
Usted vivió el deterioro físico y mental de Barroso casi desde el principio
Empezó a retener líquido en el cuerpo; se llenó de edemas y dejó de reconocer a las personas; ignoraba el valor del dinero. Por fin perdió totalmente su movilidad y por eso permanecía siempre tumbado. Se le realizaron varios análisis de sangre, orina, etc, y no se le determinó nada anormal, salvo el cerebro que ya no respondía normalmente. Curiosamente su sistema inmune parecía perfecto, pues no contrajo ninguna gripe u otra enfermedad durante su larga convalecencia.
Según Athayde, Barroso no reaccionaba a los pellizcos en la piel y, cada diez minutos, le entraban convulsiones como si fuera epiléptico, sin que los medicamentos le hicieran efecto. El ufólogo se sorprendió por el buen estado de la piel del rostro, que le hacía mucho más joven de lo que realmente era.
Llegados a este punto tenía varias dudas sobre lo que había visto Barroso, pues las declaraciones del doctor Magalhães, de la viuda y de los recortes de prensa me daban versiones distintas. Quería saber lo que había recabado Athayde.
Lo entrevisté al principio, cuando aún estaba lúcido. Dijo que vino una luz que pasó sobre él y bajó hasta situarse sobre el asfalto. Allí se apagó y parecía tener la forma de una rueda grande de tractor de color similar al aluminio. Entonces le impactó una luz y se quedó paralizado, tanto él como el animal. Se abrió una especie de puertezuela y bajaron dos seres de baja estatura, como personas normales pero con ropas "raras" y con una suerte de linterna en las manos. Uno de los seres le arrojó un haz luminoso sobre el rostro y, enseguida, Barroso desfalleció.
Athayde descubrió que en el mismo día del ataque, un poco antes, a las 04.30 horas de la madrugada, algunos militares de la sección de tiro de guerra vieron, durante sus ejercicios físicos, un objeto en forma de disco que se movía a pocos metros de altura y emitía una luz muy fuerte. Creyeron que se trataba de un cohete lanzado desde Barreira do Inferno, a más de 1.000 km de distancia de allí. ¿Sería el mismo objeto que vio Barroso poco después?
El ufólogo de Fortaleza intentó buscar a hipnólogos para realizar una experiencia regresiva a Barroso, y descubrir si realmente había sido raptado durante aquellas dos horas en las que estuvo inconsciente. No lo logró, pues uno cobraba muy caro y, el otro, un jesuita, se negó, ya que no creía en OVNIs
Aunque existan varias versiones sobre el "encontronazo" fatídico de Barroso, lo cierto es que algo extraordinario y poco habitual le sucedió al comerciante. Quizá el impacto emocional y físico provocado por la misteriosa luz dejó al infortunado testigo irremediablemente confuso, incapaz de acertar a tener una visión clara del nefasto suceso que le tocó vivir
El primer contacto, en un bar, me confirmó lo que había oído: por la noche la gente se sienta en las aceras para mirar el cielo y observar luces que no son ni aviones, ni helicópteros, ni globos, ni satélites. Me hospedé en un hotel medianamente limpio, y empecé a revisar mis apuntes y recortes de periódicos. Estaba allí no sólo por las luces extrañas; más bien por uno de estos casos que producen inquietud y escepticismo: el de un hombre al que la vida le cambió de manera nefasta, tras una supuesta intervención alienígena.
La madrugada del 3 de abril de 1976 fue una fecha fatídica para el comerciante Luiz Barroso Fernández, entonces con 53 años. Hacia las 04.30 de la mañana salió de su casa en Quixadá con destino a la hacienda Santa Fé, a 16 km del centro de la urbe. Repitió el gesto monótono de poner las riendas al burro y subirse a la vieja carroza. Se despidió de la mujer con un beso y de uno de los hijos. Luiz iba pensando en los productos que debía recoger, cuando cerca de las cinco oyó un extraño zumbido que venía de atrás. Levantó la vista y vio una luz que pasó sobre su cabeza y se paró unos 30 m más adelante, sobre la carretera. Aquello parecía ser más grande que un automóvil y tenía forma de rueda.
Una de las versiones que existen de los hechos es que Barroso distinguió una ventana en aquella luminosidad y, en su interior, dos siluetas de lo que parecían ser personas. Un golpe de luz incidió sobre el animal y Barroso, quedando ambos paralizados. El hombre desfalleció casi de inmediato. Cuando un vaquero lo encontró dos horas después hacia las siete de la mañana estaba a 5 km de la hacienda, y permanecía sentado en la carroza. Estaba visiblemente aturdido, padecía de un intenso dolor de cabeza y no se acordaba de lo que había sucedido después del impacto. El vaquero lo acompañó hasta su casa, pero Barroso no contó nada de lo sucedido temiendo que lo tuviera por loco. Atendido por su mujer y un amigo, estos decidieron llevarlo a su médico de familia, el dr. Antonio Moreira Magalhães.
Para saciar mis dudas me dirigí al ufólogo Antonio Orvácio de Carvalho Lobo, quien me condujo a la residencia del citado doctor. Allí mantuvimos una interesante conversación.
n ¿Qué vio Barroso aquella madrugada?
Al día siguiente de lo sucedido, me dijo que vio sobre el asfalto una luz extraña. El burro quedó parado. De aquella luz se abrió una puerta y una cosa salió de dentro y se lo quedó mirando. Entonces le pregunté: "si una cosa te mira es porque tiene ojos, ¿no es así?". Y Barroso me contestó: "¡no! No tenía ojos". Él me insistió en esta historia y añadía que aquella cosa que no sabía o temía describir parecía flotar en el aire, o por lo menos no tocaba el suelo. Me repetía que él no estaba loco, pero no añadía más a esta experiencia, diciéndome que había perdido la conciencia.
n Y su estado físico
Tenía un costado medio enrojecido y seguía confuso. Yo le receté un tranquilizante, kiatrium, pero no le sirvió de nada. Lo mandé a un hospital especializado de Fortaleza y ellos tampoco obtuvieron buenos resultados. Le acompañé en todo su lento proceso degenerativo hasta la muerte. En poco tiempo su pelo se tornó cano, perdió la memoria y se quedó impotente. Casi no comía, no parecía envejecer físicamente, su mentalidad quedó reducida a la de un bebé de unos cuantos meses Tenía una mujer que le ayudaba en todo, pues sus facultades motoras estaban perjudicadas. Murió de bronconeumonía.
¿Usted creyó en la historia de su encuentro con supuestos extraterrestres?
Al principio no, pero luego me di cuenta de que no mentía. Además aquí, en esta región, ha habido muchas apariciones de OVNIs, aunque yo no concedí demasiada atención al asunto. Pero en concreto, en el caso de Barroso, intenté averiguar en el seno de su familia su credibilidad. Era una persona que no mentía, no tenía problemas serios, no debía dinero a nadie en fin, era una persona absolutamente normal. Además, ya lo conocía antes del incidente y su salud era buena. Me sorprendió su enfermedad, al igual que a los médicos de Fortaleza.
n ¿No se le practicó una autopsia?
No. Entonces se firmaba el atestado de defunción y nada más.
Cuando Barroso murió, Magalhães se quedó sorprendido con aquel cadáver. Éste no presentaba la habitual palidez cadavérica, sino al contrario, estaba sonrojado. En los últimos dos años parecía haber rejuvenecido, en especial la piel del rostro. Allí, en su ataúd, Barroso parecía sonreír
Miedo al flash
Al día siguiente me acerqué a la tienda de ultramarinos que perteneciera a Barroso y que ahora regentada su viuda, la sexagenaria Teresinha de Sousa Fernandes. Se trata de una mujer sencilla y trabajadora. Madruga para abrir la tienda y organizar todo. Allí mismo la entrevisté.
Yo fui la primera persona con quien Luiz habló después de lo sucedido. Y fue al día siguiente, pues cuando lo trajeron a casa estaba muy mal. Me contó que era de noche cuando vio un aparato, una luz muy fuerte que bajó muy cerca de su carroza. Primero escuchó un chirrido.
n ¿Cómo era lo que él vio?
Pues me dijo que había una ventana pequeña en la luz y dentro una persona, pero que no podía ver cómo era. Tampoco pudo ver bien la forma de la ventana que estaba sobre la luz, pues en la parte de abajo eran todo luces azules, rojas y verdes, muy fuertes. Luiz bajó de la carroza, se sintió mal y desfalleció. Fue todo lo que dijo.
n ¿Quién lo recogió por la mañana?
Un campesino lo encontró en la carretera, medio aturdido. Le ayudó a subirse nuevamente a la carroza y vino para casa. Lo llevé enseguida al médico, que le dio algo para dormir. Realmente durmió mucho pero, cuando se despertó le pregunté si se encontraba mejor y me dijo que no.
¿En qué condiciones físicas se encontraba?
Parecía que estaba mareado. No comía casi nada en los primeros días. Poco a poco se acostumbró a que le diera de comer, como a un niño. Como no mejoraba y empezaba a perder la memoria, el doctor Magalhães lo llevó a un hospital de Fortaleza, el de Miranópolis, especializado en enfermedades de la cabeza. Allí le hicieron un electroencefalograma y vieron que había una lesión simple, pero no sé si me dijeron eso sólo para animarme. Lo internaron y le daban medicamentos cada vez más fuertes, pero él no mejoraba; al revés, empeoraba. Lo notaba más delgado y los pies los tenía hinchados. Casi un mes después decidí sacarlo de allí y llevármelo nuevamente a casa. Dije que si tenía que morir, que fuera en su hogar. Llamé a mi hermana para que viniera a cuidarlo, asearlo, a ayudarle a hacer sus necesidades. Al cabo de dos meses de haber retornado del hospital estaba más fuerte, más gordo, los pies ya no los tenía hinchados, pero su cabeza estaba mal. Me llamaba "mamá" y al cabo de un año vino un norteamericano a verlo.
n ¿Se acuerda usted quién era?
No, pero vino junto con el doctor Magalhães. Cuando el extranjero le sacó la primera foto con flash, mi marido soltó un grito y agarró la mano del médico. Enseguida se echó a llorar. Ellos dijeron que aquello podría ser una prueba de que Luiz no mentía, de que la luz del flash le despertó el recuerdo de aquella luminosidad mala que le afectó de por vida. Yo no dudé de mi marido.
La mujer, emocionada, sacó de dentro de un cajón la esquela de su marido. Era la foto de un hombre aún joven y destacaban las fechas de su nacimiento y defunción: 25 de agosto de 1924 y 1 de abril de 1993, con casi 70 años de edad. Murió tras 17 años de sufrimiento y agonía.
Barroso no fue el único
Más tarde me enteré que el forastero que visitó a Luiz Barroso era Gary Dale Richman, corresponsal del National Enquirer EEUU que venía con un interprete. Encontraron a Luiz en una tumbona, bastante gordo y con la mentalidad de un bebé. Casi no hablaba y sólo pronunciaba palabras como "mamá", "miedo" y "da". Sonreía infantilmente y extendía el brazo como si estuviera diciendo adiós, o apretándole las manos a las personas que se acercaban. Un importante ufólogo estadounidense, Bob Pratt, estuvo en la casa de Barroso en 1986 y también encontró al afectado postrado en una tumbona en estado vegetal.
Algunos días después de lo sucedido, el 22 de abril de 1976, la estudiante Francisca Roseti da Siva 23 años y su hermano Antonio Leudo da Silva 12 años se desplazaban de su casa hasta el colegio en Quixadá cuando percibieron una luz muy intensa suspendida entre la vegetación. La chica recibió un "golpe de luz" en el rostro y se sintió mareada y cegada. Aterrada, echó a correr hacia su residencia donde cayó desfallecida.
Su padre, Antonio Fernández da Silva, la llevó al hospital; llegó con los ojos muy hinchados. Además, tenía varios hematomas repartidos por el cuerpo y varios arañazos provocados por las ramas cuando intentó huir para esconderse entre la vegetación. El médico de turno, Laércio de Castro, dijo que los ojos parecían afectados por un fuerte calor. Su hermano, Antonio, nada sufrió y confirmó la historia, punto por punto.
En la misma fecha el locutor de la radio local, José Carlos Sinval, aseguró haber visto un objeto redondo con luces multicolores, flotando hacia el otro lado de la pista de aterrizaje de Quixadá. Otros testigos, Gonçalo Costa y João Rosa de Almeida, vieron un OVNI redondo, que se desplazaba lentamente entre Jaburu y Quixadá.
Ya en los años noventa del pasado siglo, una profesora de primaria, Fátima Liduina Pereira Leite fue testigo de un fenómeno rarísimo. Circulaba por la carretera entre Quixadá y Quixeramobím hacia las 21.30 horas cuando avistó un objeto luminoso de color amarillo. Tenía dos o tres metros de diámetro y parecía seguir a su vehículo, "saltando" de un lado a otro de la carretera, a la vez que proyectaba una luz sobre el asfalto. Al poco ésta se acercó más y dejó caer, sobre el parabrisas, unas "hebras" de una sustancia que Fátima calificó más tarde de "pegajosa", y que al golpear el cristal producía un ruido semejante a la lluvia fuerte. Pero el cielo estaba cubierto de estrellas y sin nubes
Quemado por el OVNI
Mi nuevo amigo, Orvácio de Carvalho, me condujo a la casa de José Hudson Bezerra Viana, de 60 años, músico y compositor. Su experiencia ufológica le ha dejado secuelas psicológicas; tiene verdadero pánico a las misteriosas luces.
No fue la primera vez. A principios de los noventa yo venía con otras cuatro personas en mi automóvil cuando vimos, en la carretera, el bulto de una persona, pero pequeña. Como por arte de magia, se esfumó en pleno aire.
Cuéntame que te pasó más recientemente
No me gusta hablar sobre eso, pero ya que eres un investigador, te lo diré. Todo pasó el día cuatro de octubre de 1998, cuando volvía de dar un concierto en un pueblo cercano a Quixadá, con otros tres músicos y ayudantes. De pronto sentimos que una luz intensa nos iluminaba por detrás. Eso ocurrió cerca de la Galinha Choca, un enorme monolito con forma de gallina que estaba a mi izquierda, más allá de la carretera de tierra. Mi amigo Jean, que venía sin camisa a causa del calor, me dijo que la luz le había quemado la espalda. Yo me quedé con el cuerpo adormilado y el vello del brazo que estaba apoyado a la ventana, se quedó como chamuscados. Los fusibles del coche se quemaron. Casi se apodera de mí el pánico; si aquella luz nos hubiera iluminado frontalmente, nos hubiera quemado el rostro y las partes descubiertas del cuerpo.
n ¿Que pasó después?
Volví a mirar por el espejo retrovisor y la luz ya había desaparecido. No tuvimos valor de salir del automóvil. Me acuerdo que aquella luz era tan fuerte que iluminó intensamente las estacas de las cercas de las haciendas, formándose alrededor una especie de aura o halo.
n ¿El coche se quemó?
Sí, efectivamente. La pintura perdió el brillo, y algunos fusibles se fundieron. Pero lo peor ocurrió con un amplificador de sonido nuevo: se quemaron varios transistores sin motivo aparente.
En aquel mismo día entrevisté al periodista Jonas de Souza, que en 1995 llegó a ver cuatro OVNIs en la hacienda Monte Alegre a 3 km de Quixadá que desaparecieron a velocidades que ningún avión podría alcanzar.
"Yo también conocí al señor Barroso. Este hombre sufrió mucho hasta el final de su vida. Yo creo en su historia, me convence", dijo el periodista, que ha escrito docenas de artículos sobre apariciones ufológicas en Quixadá.
¿Dos humanoides?
Regresé a Fortaleza; debía entrevistarme con Reginaldo de Athayde, uno de los ufólogos más importantes y veteranos de Brasil. Me recibió efusivamente en la sede del "Centro de Pesquisas Ufológicas" que él mismo preside desde su fundación en 1959, y donde alberga un pequeño museo ufológico.
Para mí el caso Barroso es uno de los más importantes de la ufología mundial; los médicos, en total 17, no supieron diagnosticar su enfermedad, su irrefrenable regresión mental.
n ¿Usted pudo ver los informes médicos?
No, porque no me los dejaron ver, alegando la confidencialidad de los mismos. Hablé con los dos médicos que lo trataron, ambos neurólogos y psiquíatras. El doctor Glauco Lobo se negó a hablar conmigo y el doctor José Pelegrino Alves, ahora ya fallecido, que era mi amigo, me dijo que el caso Barroso era inexplicable pero que no creía en nada sobre OVNIs. Además criticó al doctor Magalhães por haber escrito en su informe médico que su paciente había sufrido un "posible ataque por parte de una nave alienígena".
Usted vivió el deterioro físico y mental de Barroso casi desde el principio
Empezó a retener líquido en el cuerpo; se llenó de edemas y dejó de reconocer a las personas; ignoraba el valor del dinero. Por fin perdió totalmente su movilidad y por eso permanecía siempre tumbado. Se le realizaron varios análisis de sangre, orina, etc, y no se le determinó nada anormal, salvo el cerebro que ya no respondía normalmente. Curiosamente su sistema inmune parecía perfecto, pues no contrajo ninguna gripe u otra enfermedad durante su larga convalecencia.
Según Athayde, Barroso no reaccionaba a los pellizcos en la piel y, cada diez minutos, le entraban convulsiones como si fuera epiléptico, sin que los medicamentos le hicieran efecto. El ufólogo se sorprendió por el buen estado de la piel del rostro, que le hacía mucho más joven de lo que realmente era.
Llegados a este punto tenía varias dudas sobre lo que había visto Barroso, pues las declaraciones del doctor Magalhães, de la viuda y de los recortes de prensa me daban versiones distintas. Quería saber lo que había recabado Athayde.
Lo entrevisté al principio, cuando aún estaba lúcido. Dijo que vino una luz que pasó sobre él y bajó hasta situarse sobre el asfalto. Allí se apagó y parecía tener la forma de una rueda grande de tractor de color similar al aluminio. Entonces le impactó una luz y se quedó paralizado, tanto él como el animal. Se abrió una especie de puertezuela y bajaron dos seres de baja estatura, como personas normales pero con ropas "raras" y con una suerte de linterna en las manos. Uno de los seres le arrojó un haz luminoso sobre el rostro y, enseguida, Barroso desfalleció.
Athayde descubrió que en el mismo día del ataque, un poco antes, a las 04.30 horas de la madrugada, algunos militares de la sección de tiro de guerra vieron, durante sus ejercicios físicos, un objeto en forma de disco que se movía a pocos metros de altura y emitía una luz muy fuerte. Creyeron que se trataba de un cohete lanzado desde Barreira do Inferno, a más de 1.000 km de distancia de allí. ¿Sería el mismo objeto que vio Barroso poco después?
El ufólogo de Fortaleza intentó buscar a hipnólogos para realizar una experiencia regresiva a Barroso, y descubrir si realmente había sido raptado durante aquellas dos horas en las que estuvo inconsciente. No lo logró, pues uno cobraba muy caro y, el otro, un jesuita, se negó, ya que no creía en OVNIs
Aunque existan varias versiones sobre el "encontronazo" fatídico de Barroso, lo cierto es que algo extraordinario y poco habitual le sucedió al comerciante. Quizá el impacto emocional y físico provocado por la misteriosa luz dejó al infortunado testigo irremediablemente confuso, incapaz de acertar a tener una visión clara del nefasto suceso que le tocó vivir
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