Contacto con los Apunianos
Nos adentramos en los misterios de la Cordillera Blanca de los Andes peruanos, donde descubrimos información sobre contactos entre habitantes y unos "seres celestes" que se desplazan de un peculiar modo e interactúan con la gente de un extraño modo. Ricardo González.
El pequeño avión de LC Perú –según mi cuaderno de viaje, un Bombardier Dash 8-202– estaba a punto de aterrizar en el humilde aeropuerto del distrito de Anta, perteneciente al departamento peruano de Áncash.
Mientras contemplaba desde la ventanilla de la aeronave las majestuosas montañas nevadas de la Cordillera Blanca, mi mente repasaba, una y otra vez, el «Expediente Apu»: la historia de asombrosos encuentros cercanos entre «extraterrestres» y pastores de esas alturas de nieves perpetuas.
Nuestro avión aterrizó sin contratiempos, y el gélido aire de los Andes nos penetró en los pulmones pidiendo permiso a 2.750 metros de altura. Desde allí viajaríamos a Yungay, el pueblo que desapareció bajó un alud y que se reconstruyó desde sus ruinas. Los citados «extraterrestres » habrían advertido esa tragedia…
CARA A CARA CON LOS «VISITANTES»
Pero empecemos por el principio. Todo comenzó un jueves 10 de marzo de 1960. El escenario: la central hidroeléctrica de Huallanca. Esta instalación se emplaza a la orilla derecha del río Santa, del cual aprovecha toda su fuerza. El corazón de la planta, que se encuentra enclavado en un túnel de 114 metros de profundidad, es una obra maestra de la ingeniería moderna. Y fue ese día cuando toda la central, de pronto, se apagó y se quedó en las tinieblas cerca de la medianoche.
El técnico encargado, Vlado Kapetanovic –un yugoslavo que había emigrado a Perú–, decidió salir del túnel para ver qué sucedía. Los transformadores de la planta se hallaban fuera, así que se dirigió hacia ellos para encender el sistema de emergencia, basado en corriente continua y alimentado por baterías. Así, en medio de esa tarea, Kapetanovic fue sorprendido por una intensa luz que, de acuerdo con su relato, iluminó el lugar como si fuese de día…
Esa luz partía de un aparato discoidal que estaba detenido, flotando sobre un trozo de tierra, entre el río Santa y el Quitaracsa –cerca de donde se unen–, a unos 400 metros de la central. Vlado afirmó que el objeto estaba sostenido por «haces de luz sólida» que hacían contacto con el suelo. Entonces vio a unos seres humanoides cerca de ese aparato. Aquellos «forasteros», enfundados en una especie de enterizo metálico de color gris, se dirigieron hacia él y le hablaron en su propio idioma, el yugoslavo.
Vlado, sin mayor remedio, se puso muy nervioso y empezó a gritar. Seguidamente los serenos de la instalación se acercaron e intentaron calmar a un atónito Kapetanovic, explicándole que conocían a esos seres, pues los pastores de la puna, la alta montaña, estaban en contacto con ellos… Vlado, desde luego, no se lo creyó. Con los horrores que había vivido en la Segunda Guerra Mundial –situación que lo empujó a abandonar Europa–, supuso que esos seres altos, de aspecto nórdico y trajes «metálicos» ceñidos al cuerpo, eran antiguos integrantes de los servicios secretos alemanes...
«Al principio –solía decirme Kapetanovic en las numerosas reuniones que sostuvimos en Lima– no creí que esos humanos, altos y rubios, fueran extraterrestres. Pensé que eran espías de alguna nación, con prototipos militares avanzados. De hecho, los denuncié en una comisaría local. Pero luego, con las demostraciones telepáticas, psíquicas de toda clase y también tecnológicas que me dieron, me terminé de convencer de que no eran de este mundo».
En ese primer contacto, los supuestos «extraterrestres» le indicaron que no eran alemanes, y le aclararon que ellos no fueron responsables del apagón en la planta: había sido un hecho ajeno a la presencia de su nave.
El dato era correcto, pues más tarde se supo que un incidente en la red de Chimbote, en la costa peruana, generó el corte de energía en Huallanca. Tras este primer encontronazo en la central, aquellos seres se marcharon, pero Vlado los volvería a ver más tarde. De acuerdo con su relato, después del incidente de Huallanca entabló amistad con los pastores y campesinos de las alturas; para ser exacto, con los habitantes de las aldeas próximas a la montaña siempre nevada de Champará, como es el caso de Quitaracsa.
Precisamente, nuestra expedición procuraba conectar con los miembros de esa comunidad. Para mí era muy importante rastrear el auténtico origen del caso Kapetanovic. Aquellos «visitantes» habrían contactado a distintas comunidades andinas de Áncash en la década de los años cincuenta. A raíz del incidente de Kapetanovic en la central hidroeléctrica de Huallanca en 1960, ese círculo de contacto se amplió. Y empezó a difundirse diez años más tarde a consecuencia de una terrible catástrofe natural.
VATICINARON UN TERREMOTO
Kapetanovic, iniciado en esos contactos por los pastores, llegó a protagonizar encuentros directos con los presuntos emisarios «extraterrestres», quienes le anticiparon un terremoto que golpearía a la región, especialmente a la localidad de Yungay. Le advirtieron de que un alud, producto del movimiento sísmico, sepultaría el bello pueblo andino. «Será un año después de que el hombre llegue a la Luna», le habrían dicho.
Siete años más tarde, en 1967, diversos objetos anómalos se fotografiaron en los cielos de Yungay. Las polémicas imágenes de esos platillos volantes metálicos, captados a pleno día, fueron examinadas por diversos especialistas, como Richard Greenwell, director de la APRO, importante organización que investigaba OVNIs; Wendelle Stevens, excoronel de la Fuerza Área de EE UU; Joseph Allen Hynek, prestigioso astrónomo y ufólogo estadounidense; y mi apreciado amigo, el periodista e investigador español J. J. Benítez.
¿Esos extraños objetos fotografiados a pleno día en los cielos de Áncash estaban enviando un mensaje con su presencia? Dos años después, exactamente el 20 de julio de 1969, momento en que el Apolo 11 se posó en nuestro satélite, Vlado supo que quedaba poco tiempo. Entonces se armó de valor e informó a las autoridades –incluyendo al alcalde y a un juez de paz–, pero no le creyeron. Como era de suponer, las autoridades locales estaban al tanto de los relatos sobre «extraterrestres» de las comunidades andinas.
«Esos cholos están diciendo tonterías», solían comentar los funcionarios de Yungay con tono despectivo. Y la tragedia ocurrió el 31 de mayo de 1970: un violento terremoto de 7,8 grados en la escala de Richter, con epicentro en el océano Pacífico, sacudió Áncash y se notó en casi todo Perú.
Eran las tres de la tarde y nada hacía presagiar que más de 20.000 habitantes de la pequeña población de Yungay iban a desaparecer, como consecuencia del desprendimiento de un gigantesco bloque de nieve y hielo del pico oriental del siempre nevado Huascarán, que produjo un violento alud, tal y como los «apunianos» habrían revelado a Kapetanovic. El fuerte seísmo hizo desaparecer no solo Yungay, sino también pequeños pueblos vecinos al distrito de Ranrahirca.
Se calcula que el número total de muertos llegó a 80.000, y otros 20.000 se dieron por desaparecidos. A estas terribles cifras hemos de sumarles más de 140.000 hospitalizados y, en total, unos tres millones de afectados. Debido a este incidente, Kapetanovic empezó a hablar públicamente de los «apunianos ». Así llamaban los pastores a estos seres, pues venían desde dentro de las montañas, como el siempre nevado Huascarán, donde poseían su principal base. La palabra apu es quechua y se relaciona con las montañas, pues significa «señor» o «protector». Los «apunianos» eran sus protectores.
EN BUSCA DE LOS «APUNIANOS»
El Huascarán es la montaña más alta de los Andes peruanos: su cumbre sur mide 6.768 metros. Además, el principal centro de los misteriosos «apunianos» es el lugar de menor atracción gravitacional del planeta, tal como apuntó un equipo de científicos australianos y alemanes en un informe de 2013. Para llegar a esa conclusión, los expertos seleccionaron 3.000 millones de localizaciones en el planeta, cada una de ellas equivalente a unos doscientos cincuenta metros cuadrados, y las trató con ayuda de un superordenador.
El proceso tardó unas tres semanas, aunque en un ordenador doméstico medio hubieran sido necesarios unos cuatrocientos setenta y cinco años para finalizar los cálculos. Los resultados arrojaron que el lugar con «menor gravedad del mundo» es la montaña Huascarán. Esta elevación es un verdadero misterio. Atesora diversas leyendas que la describen como un «hueco» gigante.
Léase un complejo laberinto de túneles que, otrora, tenían salida a la superficie a través de «accesos secretos» emplazados en los alrededores de la montaña nevada, como es el caso de la quebrada de Llanganuco, donde se aprecian las hermosas lagunas de Orconcocha y Chinancocha, situadas a unos 3.860 metros de altura. En ese paraje son frecuentes los avistamientos de «luces» anómalas y la aparición de figuras humanas de enorme altura que surgen de una densa neblina que parece brotar del agua. Los distintos lugares de contacto de Áncash estarían vinculados con esta enorme montaña.
¿El enigma de los «apunianos» tiene alguna conexión con estos fenómenos? Como ya he adelantado, un nuevo viaje a la zona nos pondría en la pista de algunas informaciones interesantes. Aquel lunes 3 de octubre de 2016, el sol llameante de los Andes iluminaba con gran potencia el pequeño pueblo de Quitaracsa. Habíamos iniciado el viaje desde Yungay, tras aterrizar en el aeropuerto de Anta. Una vez que superamos un largo y sinuoso camino, que bordea temerariamente precipicios y atraviesa solitarias mesetas de montaña –que en varios tramos nos ofreció una vista imponente de la montaña Champará–, llegamos a esta localidad enclavada en el distrito de Yuracmarca. Quitaracsa se acomoda en un valle angosto, al lado del río que le da nombre al pueblo.
Era un regalo estar allí. El aire puro entraba ligero en nuestros pulmones. No se notaban los 3.200 metros de altura. Ya nos habíamos aclimatado. Nuestro equipo lo integraban once personas, que habíamos llegado desde España, EE UU, México y Argentina. La sencillez y naturalidad de la gente de esos pueblos de los Andes había calado hondo en nosotros.
Mientras contemplaba sus rostros cordiales, pensaba que Quitaracsa había sido, de acuerdo con la información que manejábamos, uno de los «pueblos muestra» que habrían seleccionado los misteriosos «apunianos» para un programa de aproximación. ¿Qué les llamó la atención de esa gente? ¿Su modesta vida en las montañas, que involucra cultivar su comida, tejer su ropa y construir sus casas con sus propias manos? ¿O es que lo importante también se halla en el lugar que ocupa actualmente esta comunidad de pastores?
OVNIS Y HUMANOIDES EN LA MONTAÑA
Conversando con sus pobladores, pensaba en cómo se habrían desarrollado los acercamientos de los «apunianos» con sus padres y abuelos hace más de seis décadas. Por desgracia, muchos de los testigos clave de esos contactos ya han fallecido. Pero algunos ancianos que no fueron parte de esas experiencias, aun recordaban los encuentros con «los extraños». Emilio Carranza Romero es uno de los habitantes de Quitaracsa que nos confirmó esos hechos.
Otro vecino, Leoncio Vergaré, de 66 años, nos puso al corriente de que esos contactos con los «apunianos» ya no ocurren, si bien se ha podido presenciar el desplazamiento de extraños objetos voladores sobre las montañas. Los describen como luces o «globos blancos brillantes» que, a pleno día, vuelan en formación, descienden detrás de las cumbres y, al cabo de un rato, se vuelven a elevar hasta perderse en el cielo. La esposa de Vergaré nos confirmó todo eso.
Lo más inquietante es que durante esos avistamientos, era habitual que los habitantes de Quitaracsa vieran en la distancia a una bella mujer, alta, de cabello corto y claro, y que parecía estar tomando muestras de agua en una cascada cercana al pueblo. Nos llamó poderosamente la atención que los testigos afirmaran que esa mujer parecía desnuda. Son innumerables los casos de encuentros cercanos con los tripulantes de los OVNIs, en los que estos seres visten enterizos metálicos ajustados a sus cuerpos, como si fuesen una «segunda piel». Por eso, si alguien los observa a distancia, da la impresión de que están desnudos.
¿Acaso los habitantes de Quitaracsa vieron a una mujer «apuniana» tomando muestras de agua? Entrevisté a varios lugareños y todos coincidían en ese incidente y en la descripción de la extraña mujer. Los días que pasé en ese pequeño pueblo miles de imágenes me desfilaron por la cabeza. Trataba de hilar los diversos viajes que hice a la región para investigar sus yacimientos arqueológicos, los avistamientos de OVNIs y la controvertida historia de los «apunianos» que dio a conocer Kapetanovic, que en realidad comienza con los contactos entre los citados pastores de la Cordillera Blanca y los visitantes de otros mundos.
LA CLAVE ESTÁ EN LA «PIEDRA ESCRITA»
Con el paso del tiempo, pude corroborar algunos de los datos que me había facilitado Vlado Kapetanovic, que falleció en el año 2005. Después de una conferencia que ofrecí en Miami, en la cual narré la tragedia del terremoto y la supuesta advertencia de los «apunianos», un hombre se me acercó y se presentó como el hijo de un juez de paz de Yungay. Según me dijo, logró sobrevivir al terremoto por hallarse en Lima, lejos de la zona castigada en Áncash.
«Vlado advirtió a las autoridades, entre ellas a mi padre, que falleció en el terremoto », me dijo sin titubear delante de varios testigos. Por razones que no hace falta explicar, preservaré sus datos personales. «El apagón en la central hidroeléctrica de Huallanca ocurrió, yo estaba allí», me dijo en un viaje anterior a Yungay un excompañero de trabajo de Vlado, llamado Tobías Sarmiento. «Los nombres de los vigilantes, todo lo que describe Vlado en ese aspecto, es real –añadió–, aunque los testigos del contacto con los extraterrestres fueron muy reservados; no se hablaba de ello. Luego, por mi cuenta, pude averiguar que los pastores de la puna estaban en contacto con esos seres…», aseguró.
Pero fue Eloy Moreno Wisa quien puso más pimienta al asunto. Este veterano guía de montaña de Quitaracsa no solo confirmó los avistamientos de extrañas luces en el pueblo, sino que, además, nos comentó que esos objetos se solían desplazar hacia un lugar concreto: una meseta denominada por ellos Quellcayrumi, palabra quechua que significa «piedra escrita». Fruncí el ceño. «¿Podemos ir a ese lugar?», pregunté sin pestañear.
«Sí, son cuatro horas de camino ascendiendo por la montaña», me respondió. Prestos, iniciamos la aventura. Así, subiendo por un viejo sendero de los pastores, que se hallaba débilmente marcado, advertimos varias ruinas incas, andenes o terrazas de cultivo que en su día fueron visitadas por el INC (Instituto Nacional de Cultura, hoy Ministerio de Cultura de Perú). Sin embargo, en lo alto de la montaña, hallamos otros yacimientos arqueológicos que no parecían ser incas.
Según Eloy, hasta allí no habían llegado los especialistas. En medio de nuestra paciente exploración, a casi 3.600 metros de altitud, hallé una enorme piedra que, por su colocación, me recordaba a un menhir. Examiné el posible monumento megalítico y entonces descubrí lo que parecía un corte en la roca, perfectamente simétrico. Luego hallamos, muy cerca, otra piedra de tamaño similar, «alineada» con la primera que había encontrado; era como si ambas estuviesen marcando una entrada o pórtico.
LA CIUDAD PERDIDA DE LOS ANTIGUOS
Seguimos subiendo. A 3.800 metros, según mi GPS, hallamos una piedra con símbolos que de ninguna manera correspondían a los incas. Esto me lo confirmó la doctora Ana María Barón, una prestigiosa arqueóloga chilena que, al ver las fotografías que le envié, estimó que, probablemente, esos signos eran compatibles con el Paleolítico Superior; es decir, en una época que oscila entre los 10.000 y 35.000 años antes de Cristo… Barón también opina que ese tipo de piedras y símbolos marcan enclaves ceremoniales. ¿Habíamos hallado uno de los «lugares de contacto» que marcaron los «apunianos»?
«Hace unos 120 años los más ancianos ya hablaban de estas piedras», me explicó Eloy. «¿Y qué decían los ancianos sobre esto?», pregunté al guía de Quitaracsa. «Desde niños ya éramos pastores –respondió–, y los más ancianos nos decían que evitáramos caminar por Quellcayrumi, porque era un 'lugar encantado'. Nos metieron miedo de ir allí». Esta declaración de Eloy me hizo pensar en los parajes que los «apunianos» habrían recomendado a los pastores para encontrarse.
Tal vez los ancianos del pueblo trataban de proteger uno de esos escenarios de contacto con los «visitantes». «En la meseta, en ese 'lugar encantado', había un pozo, un hueco sin fondo que tapó la gente del pueblo por temor a que alguien se accidentara», añadió mi nuevo amigo. No me lo pensé mucho, y juntos nos encaminamos hacia el citado hoyo. Allí estaba, aunque tapado por rocas y tierra. También fotografiamos una segunda piedra con símbolos a casi 4.000 metros de altura.
Según Eloy, había más. «¿Quiénes hicieron estos símbolos, según la creencia de los ancianos?», pregunté. «Decían que los hicieron los antiguos, y creían que esa 'escritura' era un mapa que llevaba hacia otro lugar». Eloy hablaba de un centro arqueológico mayor, aún oculto, que en ese mismo momento bautizamos como «la ciudad de los antiguos». Nuestra investigación en Quellcayrumi y en otros puntos relacionados aún está en desarrollo. Espero poder compartir novedades cuando llegue el momento.
Comentarios (2)
Nos interesa tu opinión