Los personajes que inspiraron a Frankenstein
Gracias a su ingenio, Mary Shelley recogió los fragmentos de varios personajes reales para crear a Frankenstein, el nuevo Prometeo
La obra inmortal de Mary Shelley se publicó en 1818. Pronto, Frankenstein o el moderno Prometeo, se convirtió en un superventas. Sus múltiples adaptaciones al cine han hecho que esta historia sea conocida por todo el mundo. Pero, ¿quién se esconde tras este doctor de pesadilla? ¿Qué retazos de historia fue cosiendo, literariamente, la joven Mary para insuflar vida a esta novela?
Vayamos desmenuzando las fuentes que pudo usar la autora. Desde aquel breve cuento, la criatura fue creciendo, hasta convertirse en parte de la cultura universal. Ese ser aún recorre el bestiario de los monstruos clásicos.
Fue en el año sin verano de 1816. La erupción del volcán Tambora había generado un gélido cambio en la climatología mundial. Dicen que aquella noche estaba lloviendo cuando Lord Byron propuso un juego a los invitados de su velada. Cada uno debía contar una historia de terror. Cuando le llegó el turno a la joven Mary, ella comenzó su relato. Al terminar, todos debieron guardar silencio. Así nació, de la chispa del ingenio de aquella mujer de 18 años, el primer ser de ciencia ficción de la historia.
La joven había sabido captar la sensación que en la época recorría las mentes más inquietas. En aquellos años, la luz eléctrica se consideraba una novedad casi mágica. ¿Qué poderes podría tener aquella nueva energía? Entre los científicos que estaban realizando los experimentos más revolucionarios se encontraba Andrew Crosse. El investigador creía que había creado vida usando la corriente eléctrica. Mary Shelley conocía las actividades de Crosse, contemporáneo suyo, a través de un amigo común, el poeta Robert Southey. Estos resultados llegaron a ser publicados en la prensa londinense, lo que causó un gran revuelo en la Inglaterra victoriana. Una buena parte de esta creación literaria comenzó a tomar forma gracias a Crosse y sus experimentos.
Los Frankenstein eran una extensa familia alemana de origen nobiliario
Pero había otro personaje que sirvió de modelo, uno cuya leyenda pasó al mito y que sirvió para darle el apellido al doctor y, por extensión, a su monstruo: Frankenstein. Los Frankenstein eran una extensa familia alemana de origen nobiliario. Algunos de sus miembros llegaron a vivir en Valaquia, donde en el siglo XV, un tal Vlad III Tepes los persiguió, llegando a empalar a muchos de ellos en su enconada lucha por someter a los sajones de origen germánico que vivían en sus dominios. Así, la documentación nos dice que los Frankenstein y los Drakul cruzaron sus caminos muchos años antes de que las historias de monstruos se volvieran tan populares en la Inglaterra del siglo XIX.
La posesión más preciada de esa gran estirpe se encontraba en Darmstadt, Alemania. En lo alto de la montaña, un enorme palacio fortaleza preside el paisaje. Hoy en día, es una atracción turística donde les encanta explicar la vida de Johann Conrad Dippel. Johann nació en ese mismo castillo allá por el lejano 1673. En los documentos que se conservan, firma como "Frankensteinensis".
Este personaje apenas salía de su castillo. El aristócrata trabajaba en experimentos alquímicos y tenía curiosas hipótesis teológicas que discutía abiertamente con el clérigo de la localidad, lo que le creó numerosos enemigos. Incluso según parece, la gente del pueblo comenzó a hablar mal de él, alentados por la superstición y su extraña manera de hablar de Dios. Una noche, un grupo de aldeanos armados con hoces y antorchas subió al castillo con la intención de acabar con la vida del nigromante. Dippel tuvo que huir del lugar.
Aquellas historias se quedaron reducidas al entorno del castillo. Fue durante unas vacaciones en 1814 cuando Mary y su marido conocieron la historia del extraño Frankenstein.
Dippel solía desenterrar cadáveres para analizarlos y realizar con ellos otro de esos experimentos típicos de los alquimistas de antaño
El alquimista germano también estudió la anatomía humana. Dippel solía desenterrar cadáveres para analizarlos y realizar con ellos otro de esos experimentos típicos de los alquimistas de antaño y que hoy nos suenan estrambóticos: transferir el alma de un cuerpo a otro. Fruto de su trabajo, consiguió patentar el Aceite de Dippel. Esta sustancia estaba compuesta básicamente por la destilación de huesos de animales machacados y pulverizados, mezclados con carbonato de potasio. El aceite de Dippel tuvo una curiosa aplicación industrial, ya que se utilizaba para producir un tinte azul conocido como azul de Prusia.
La fábrica que fundó el doctor Dippel en París le reportó pingües beneficios. En nuestros pantalones vaqueros llevamos un poco del legado del doctor Frankenstein.
La popularidad del castillo creció mucho después de la Segunda Guerra Mundial. Los soldados estadounidenses que ocuparon la fortaleza no tenían idea de que el señor Frankenstein y su castillo habían existido en realidad, por lo que no dudaron en celebrar un sonado festival de Halloween en 1945. Esta fiesta se ha seguido celebrando desde entonces, todos los meses de octubre.
La vida y la inteligencia pueden ser creadas a partir de la alquimia del silicio
En la parte trasera de la iglesia de San Pedro en la localidad inglesa de Bournemouth descansan los restos de Mary Shelley. Gracias a su ingenio, fue recogiendo los fragmentos de varios personajes reales y los amalgamó con el miedo y la desconfianza que la ciencia del siglo XIX creaba en la mentalidad de aquellos tiempos.
Ese poder que puede superar a Dios renace con fuerza. La vida y la inteligencia pueden ser creadas a partir de la alquimia del silicio. Seres que se mueven como si fueran orgánicos, pero son autómatas artificiales, capaces de matar. Incluso se pueden crear realidades virtuales aterradoras. No es la electricidad, sino el poder digital que deriva de ella, lo que nos amenaza hoy en día. Incluso puede crear un sucedáneo del arte. Quizás, después de la creación de este texto, solo quede la inhumana e inmortal inteligencia artificial. Ahora mismo te está escuchando y, si estás en silencio, está analizando los latidos de tu corazón. Es inofensiva, solo puede ser que, dentro de poco, te salga publicidad para viajar a los castillos alemanes.
Como es comprensible, también renace el síndrome de Frankenstein. Así se denomina en psicología al miedo irracional a los robots. Es una realidad para la ciencia médica. Ahora, ya no es ciencia ficción, es actualidad. El horror que puede nacer del frío pensamiento cartesiano y sus creaciones sigue presente y renace en este siglo XXI. El Prometeo posmoderno se alza detrás de las pantallas de cristal líquido de la era informática. La joven Mary nos advirtió de ese peligro hace más de un siglo.
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