"El satanismo es la religión de la alegría, no de la maldad". Habla un Mago Negro (II)
Durante tres años, la periodista Teresa Porqueras ha vivido como una más dentro del movimiento satánico español, conociendo a satanistas, luciferinos, brujos y magos negros. Fruto de ese trabajo es "Yo, satanista" (Cydonia, 2020), un libro que desvela los entresijos de un mundo secreto y fascinante en el que se dan cita personajes muy poderosos y del que tomamos el texto del siguiente reportaje
Tras ofrecerme visitar su altar, mi confidente y yo salimos al exterior. El clima había mejorado. Ya no hacía frío y las ráfagas de viento que dificultaban el paso habían desaparecido. Recuerdo que recorrimos varias calles, por atajos que solo Rubén conocía. Nuestros pasos resonaban con fuerza en el asfalto. Nadie transitaba a esas tímidas horas de la tarde. Mientras bordeamos un gris y anodino edificio, propiedad del Ayuntamiento, unas figuras pétreas toscamente elaboradas parecían saludarnos al pasar. El satanista, tras observarlas por el rabillo del ojo, torció el gesto e hizo el siguiente comentario:
–¿Te has fijado alguna vez en las estatuas que hay en las iglesias, Teresa?
–En las iglesias hay infinidad de figuras de santos, de la Virgen, de Cristo, de… Sin apenas dejarme acabar, el sacerdote replicó de nuevo:
–¿Te has dado cuenta de cómo son sus caras?
–¿Sus rostros? ¿Qué les pasa? –contesté extrañada.
La religión cristiana inculca la idea de un Dios del dolor y que los devotos deben aprender a sufrir, pero los seguidores del sendero siniestro creemos que no hay necesidad de sufrir
–Me refiero a sus expresiones.
–¿Qué quieres decir? –volví a preguntar sin comprender.
–Si los contemplas, verás que siempre están tristes y atormentados.
–Sí, puede ser. Algunos están tristes, apenados, como turbados, casi acongojados.
–En cambio, los rostros de los demonios se representan riendo, con sus bocas abiertas. ¡Están felices!
Traté de recordar alguna faz demoníaca y de inmediato vinieron a mí imágenes de rostros aterradores que dejaban ver sus fauces animalescas con insolencia. Sonrisas y muecas que causaban pavor.
El demonio representa la libertad, la alegría de vivir la vida en todo su esplendor y sin limitaciones. El satanismo es la religión de la alegría, no de la maldad
–¿Ves a dónde quiero ir a parar, Teresa?
–Supongo que significa que el demonio representa la libertad, la alegría de vivir la vida en todo su esplendor y sin limitaciones, en contraposición con la idea de una vida llena de sufrimientos y tribulaciones que representa el sendero de la mano derecha.
–¡Eso es!
–¿Las estatuas hablan?
–Más de lo que imaginas. A diferencia de otros credos, el satanismo es la religión de la alegría, no de la maldad. Aprender a reírse de la vida y de uno mismo es fundamental. Quienes quieran ver en nosotros otra cosa, tienen una definición muy pobre de nuestro mundo. Religiones como la cristiana inculcan la idea de un dios del dolor, donde los devotos deben aprender a sufrir si quieren ser buenos imitadores de Cristo. Nosotros, como fieles seguidores del sendero siniestro, creemos que no hay necesidad de sufrir. Todo lo contrario; debemos ver cualquier dificultad en la vida como un reto para superarnos.
RITUALES CON CALAVERAS
Continuamos hablando hasta que el mago negro exclamó:
–Mira, Teresa. ¡Ahí está mi templo!
–¿La casa del tejado es tu templo?
–Así es. Por eso vivimos aquí. A través del cristal vislumbré un patio en el que había instalado un almacén de grandes dimensiones. Mirando la construcción le pregunté:
–¿Cómo es por dentro?
–Tienes curiosidad, ¿eh? –respondió con una sonrisa en los labios.
–Sí, mucha. Se trata de un templo satánico.
–Pues no te imagines nada raro. Son cuatro simples paredes de ladrillo. Mide 70 metros cuadrados y lo arreglo en función de lo que se vaya a hacer en cada momento.
En mi templo, tengo algún que otro cráneo de carnero, que representa el símbolo satánico por excelencia
–Explícame un poco qué tienes allí –le rogué.
–¿Qué quieres saber?
–¿Tienes calaveras? El satanista accedió a satisfacer mi curiosidad:
–Ja, ja, ja, ja... –rió con ganas–. Sí, tengo calaveras.
–¿En serio? –También tengo algún que otro cráneo de carnero, que representa el símbolo satánico por excelencia. También guardo unos cuernos de animal y varios fetiches para trabajar. Pero todo lo que tengo es legal, ¡eh! No quiero problemas con algún vecino chismoso que vea entrar a gente rara y luego me busque complicaciones con la Policía.
PACTOS CON LOS DIFUNTOS
–¿Qué más tienes?
–De todo, según la ocasión. En la actualidad dispongo de muchas endrinas, el fruto del Árbol de la Muerte.
–¿Las endrinas son esas bolitas con las que se elabora el licor de pacharán?
–Sí. Nosotros las utilizamos en el llamado 'culto a Caín'. ¿Te acuerdas de los bíblicos Caín y Abel?
–Sí, claro. Caín mató a su hermano Abel.
Caín fue el primer satanista de los textos hebreos, por eso le rendimos culto en ritos luciferinos
–Caín fue el primero que se atrevió a desafiar a Dios, por eso es el primer rebelde de los textos bíblicos. En el primer libro del Génesis se explica que cuando Dios le dijo que tenía que matar animales para ofrendárselos –ahí vemos la parte más macabra del cristianismo–, él optó por desobedecerle y prefirió ofrecerle fruta, porque él no comía animales. Ante aquella ofensa, Dios se enfureció, pues decía que el humo resultante no subía tanto como el de la carne. Fue entonces cuando Caín acabó golpeando a su hermano Abel con una quijada hasta quitarle la vida. Se dice que la sangre derramada cayó en un endrino y por eso desde entonces es un arbusto maldito. Para nosotros Caín fue el primer satanista de los textos hebreos, por eso le rendimos culto en ritos luciferinos.
Nos adentramos en una habitación repleta de objetos variopintos. De una estantería a rebosar, mi anfitrión extrajo una caja de cartón. La abrió ante mí. Con su permiso, desplegué con cuidado uno de los amasijos que había en su interior, y descubrí una diminuta figurilla nacarada.
–Son representaciones de la Santa Muerte –me explicó–. Su imagen es objeto de culto para muchos mexicanos.
–¿Las tienes para realizar rituales?
–Sí, también trabajo con ellas. Retiró la caja de mi vista y exhibió ante mí otro de sus tesoros. En otra humilde caja de zapatos se hallaban ordenadamente apiladas decenas de bolsas diminutas perfectamente anudadas, que al parecer guardaban algún valioso producto.
–Es tierra de cementerio –explicó–. Tengo veintiuna bolsas de tierra de diferentes cementerios.
–¿Vas a cementerios abandonados a recogerlas?
–Sí, he ido a muchos.
–¿Se usan para hacer rituales?
–Por supuesto. Pero no sirve tierra de cualquier tumba. Es importante que la lápida no se pueda leer y hay que procurar que tenga bien borrada la inscripción con el nombre del fallecido. No puedo llevarme la tierra sin más, he de realizar un pequeño rito para comprarla.
–¿Se la compras al difunto? – pregunté sorprendida.
–Sí, he de pactar con el espíritu del muerto, porque de alguna manera me llevo algo suyo. En magia, estas tierras me proporcionan un asentamiento fuerte y son muy útiles para, por ejemplo, trabajar con el espíritu de Caín o el de la Santa Muerte.
Pasamos a una habitación contigua donde está su dormitorio. El cuarto estaba presidido por una cama de matrimonio, dos amplias mesitas y varias estanterías.
–¿Es esto lo que querías ver? –me preguntó Rubén. A la vera de su cama se hallaba instalado uno de sus altares. Estaba dispuesto encima de una mesita baja alargada.
–¡Por supuesto! –exclamé.
Me quedé sin respiración contemplando aquel simple pero poderoso mueble cargado de tanto misterio.
–¿Qué te parece, Teresa?
–Estoy sin palabras. Había visto el altar en la fotografía que me mandaste, pero ahora parece que hay más elementos. La verdad es que impresiona bastante verlo desde tan cerca.
Mis ojos analizaron la figura oscura y tenebrosa de Baphomet, principal protagonista del altar. Miré y remiré la talla, oscura como el tizón, con sumo detenimiento. Todo en ella anunciaba secretos herméticos.
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