Zanjada la controversia sobre los discos Dzopa
Las piedras Dzopa están inmersas en la polémica y muchos aseguran que no es más que un engaño. Ahora te contamos toda la verdad
En 1983 se publicó un libro que me fascinó. Se titulaba Los dioses del Sol en el exilio. Secretos de los Dzopa del Tíbet y su autor, el explorador británico Karyl Robin-Evans, hablaba en sus páginas de un enigmático artefacto, conocido como disco de Lolladoff (en la imagen), en honor a su descubridor El profesor polaco Sergei Loladoff quien, poco después del final de la Segunda Guerra Mundial compró en Uttarakhand (India) un disco encontrado en Nepal, que pertenecía a la tribu Dzopa. Este pueblo habitaba en las regiones montañosas del Tíbet, y estaba asociado con la visita a nuestro mundo de una civilización procedente de un planeta cercano a la estrella Sirio que, al parecer, se habrían quedado atrapados en la tierra en el año 1014 de nuestra era. Wow!
Ni que decir tiene que, con 16 años, aquella historia me impresionó y le di más visos de realidad cuando encontré menciones y referencias a los discos en los libros de Erich von Däniken, tanto en El Oro de los dioses como el Regreso a las estrellas. También encontré referencias y fotografías en la obra de Robert Charroux y la de Peter Krassa, convirtiendo a los discos dzopa en un elemento básico de la literatura ufológica.
Todo arranca en enero de 1938 cuando Chu Pu Tei, un arqueólogo chino llevó a cabo un increíble descubrimiento en las cuevas de la región de Bayan Kara Ula (alrededor de 97°E 34°N)
Las cuevas estaban ricamente decoradas con dibujos de personas con cabezas alargadas junto con imágenes del sol, la luna y las estrellas, contenían una serie de tumbas, con los restos de personas con cráneos anormalmente grandes y de poco más de un metro de alto. También encontró un disco de piedra unos 30 centímetros de diámetro, con un agujero en el centro. Una ranura en la superficie del disco formaba una espiral hacia afuera desde el orificio central hasta el borde, formando una espiral doble, como la de nuestra galaxia. Prospecciones posteriores lograron rescatar –presuntamente- hasta 716 discos similares que fueron datados entre 10.000 y 12.000 años de antigüedad, según los estudios efectuados en 1958 por el profesor Tsum Um Nui, de la Academia de Estudios Antiguos de Beijing.
Estos datos fueron publicados por el filólogo ruso Vyacheslav Saizev en una revista alemana llamada Das Vegetarische Universum (1962), así como en la revista anglo-rusa Sputnik, en 1965.
No sólo explicaba la historia de los misteriosos discos y su composición, sino un extracto sobre las inscripciones que figuraban en ellos y que se pueden resumir en el aterrizaje forzoso de una nave espacial y cómo sus tripulantes buscaron refugio en las montañas de Bayan Kara-Ula. Éstos fueron atacados por la tribu Kham quienes, al comprender que venían en son de paz, asimilaron su historia e incluso tuvieron descendencia con esos dzopa.
En 1974, un ingeniero austriaco llamado Ernst Wegener, localizó dos de los discos en el Museo Banpo (Banpo Bowuguan) en Xi'an, provincia de Shaanxi. La directora del museo no pudo decirle nada sobre los discos, que habían comenzado a deteriorarse, pero le permitió fotografiarlos. Así las cosas parecía que estábamos ante la más sólida evidencia de que los extraterrestres visitaron la tierra en un pasado remoto ¿verdad? Pero pronto llegarían las decepciones.
Desentrañando el misterio
En los noventa supe que mi libro de cabecera era, en realidad, el trabajo de edición de David Gamon quién, presuntamente, se hizo en 1979 con el manuscrito de Karyl Robin-Evans a nivel póstumo. Más recelo me causó leer en la revista Fortean Times unas declaraciones suyas en las que aseguraba que Los dioses del Sol en el exilio era su “artimaña preferida”. ¿A qué se refería con artimaña?
Tuve que esperar al número 109 de la mencionada revista británica para saber que Gamon confesó al editor de la revista británica ser Robin-Evans (su pseudónimo) y, lo que es peor, según desveló el investigador Chris Aubek en El Ojo Crítico, “Gamon había realizado fotografías de un disco falso, de fabricación casera, que muchos todavía creen auténtico. Estas imágenes –continúa- se publican hoy en muchos artículos y libros, y en un elevado número de páginas en Internet. Muchos aficionados del tema aún buscan información acerca de Robin-Evans y Lolladoff sin darse cuenta de que eran personajes ficticios inventados por David Gamon.”
Peor aún, ninguno de los protaqonistas involucrados en los descubrimientos ha podido ser identificado, Tsum Um Nui ni siquiera parece ser un nombre chino genuino. Según Hartwig Hausdorf, un entusiasta de los Dzopa, Tsum Um Nui es un antiguo nombre japonés, pero adaptado al idioma chino. Tampoco ha existido nunca una Academia de Estudios Antiguos de Beijing y no se han encontrado registros de ningún arqueólogo llamado Chu Pu Tei.
Las fotografías de Ernst Wegener son reales, sí. Pero si alguna vez estuvieron los discos en el museo de Banpo, en 1994 habían desaparecido. En la actualidad, a parte del Ejército de Terracota expone piezas de la cultura Yangshao, del periodo neolítico. Puede, por tanto, que esas fotografías sean lo que se conocen como discos Bi, cuya función y significado original se desconocen.
Estos discos se produjeron en el período Neolítico, particularmente en la cultura Liangzhu (3400 - 2250 a. C.) y se enterraban con los muertos, como símbolo del paraíso, acompañando a los difuntos al más allá.
Contrario a lo que puede parecer, tanto los dzopa como los kham son pueblos del Tíbet reales, aunque no son descendientes de extraterrestres. Se trata de un pueblo indígena de la meseta tibetana oriental cuyo nombre (fonéticamente más parecido a Drop-ka significa “soledad” o “habitante de tierras altas de pasto”.
Gamon nunca ha dicho cómo inventó el relato ni cuáles de las fuentes mencionadas pudo consultar pero parece claro que el caso es una leyenda urbana que se ha gestado desde principios de la década de los sesenta con medias verdades y mucha imaginación. Una pena
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