El secreto templario del pozo de Oak Island (I)
El pozo de Oak Island, en Canadá, vuelve a estar de moda por el secreto templario que lo convierte en lugar maldito.
Canal Historia emite desde 2014 –y van cinco temporadas– «La maldición de la isla del Roble». La serie está protagonizada por dos hermanos: Rick y Marty Lagina, que intentan desvelar los misterios que se esconden detrás de Oak Island, y muy especialmente en lo relativo a su tesoro escondido y a la maldición que parece protegerlo. Antes de finalizar 2017, en la última de sus entregas han anunciado un descubrimiento relacionado con los templarios que podría ser clave para resolver este extraordinario enigma… Pero antes conozcamos la historia del lugar.
El punto neurálgico de la isla es un pozo que alguien en el pasado conectó a través de las capas freáticas con la playa de Smith’s Cove, a varias decenas de metros de distancia, creando así la «caja de caudales» más segura del planeta, ya que se inunda según suben o bajan las mareas, convirtiéndola en una trampa mortal para los «cazaterosos». Pero ¿para qué? ¿Qué es lo que quiso proteger su constructor? ¿Fueron, como defienden algunos escritores, los caballeros templarios? ¿Es su tesoro el que está aquí oculto?
Los descubridores del sitio fueron tres muchachos: Daniel McGinnis, de 16 años, John Smith, de 20 y Anthony Vaughn, de 13. Bajo la vegetación dieron con el agujero. Corría el año 1797 y ellos habían oído hablar de las riquezas aquí escondidas por los piratas del pasado. Por eso no dudaron a la hora de regresar a su pueblo, Chester, que se encontraba al otro lado de la bahía de Mahone. Una vez allí comunicaron su descubrimiento a los habitantes del lugar, pero éstos, entre escépticos y temerosos hicieron caso omiso de lo que narraban los muchachos. Al fin y al cabo aún quedaban familiares de aquellos hombres que tiempo atrás fueron a la isla, alertados por la presencia de grandes fuegos y de perros gigantescos en sus playas que muchos identificaban con el demonio, y no regresaron jamás. Aquel lugar había quedado maldito desde entonces, aunque pocos sabían que había más motivos para pensar en la maldición.
Ya en el siglo XX el profesor Barry Fell, fundador de la Sociedad Epigráfica Internacional y catedrático de la Universidad de Harvard, aseguró que el lenguaje de la losa se correspondía a un dialecto religioso copto del área mediterránea. Y por vez primera se empezó a hablar de templarios…
Tuvo que pasar una década hasta que los tres muchachos regresaron, ya con más medios y con parte de la isla comprada por el mayor de ellos. Además habían logrado convencer a un filántropo llamado Simeon Lynds para que invirtiese en su proyecto, convencidos de que le devolverían el dinero multiplicado por cien. Y dieron comienzo las excavaciones. El primer paso fue drenar el agujero. De este modo comprobaron que alguien antes que ellos había llegado hasta los seis metros… Pero aquel pozo era mucho más profundo. Por eso continuaron y a los 12 metros dieron con una plataforma de troncos protegidos por una especie de masilla que pretendía impedir el camino. No fue así, y tres metros después dieron con otra nueva plataforma, esta vez cubierta de carbón vegetal y fibra de coco. Conforme pasaban los días y seguían horadando el terreno la euforia del grupo fue en aumento, ya que comprobaron a la vista de la complejidad del pozo que alguien se había esforzado demasiado para ocultar algo… Así hasta que llegaron a los 27 metros. Y entonces un sonido metálico les impidió seguir. ¿Qué era aquello? ¿Acaso se trataba de un cofre oculto? ¿Era una nueva plataforma tras la cual se encontraba el fabuloso tesoro? No, se trataba de una losa de un mineral llamado pórfido de 90 centímetros de largo por 30 de ancho, que contenía una extraña escritura; escritura que décadas después fue traducida de la siguiente forma: «Diez pies más abajo, dos millones de libras…». Y fue entonces cuando la maldición empezó a hacer efecto…
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