Ocultura: Homo Quarens
Expresar dudas sobre un sistema político, una verdad científica, un convencionalismo social e incluso un gusto estético es un riesgo en estos tiempos.
Hace tiempo que mi perfil de Twitter (@Javier__Sierra) lo encabeza un lema al que profeso un indisimulado aprecio: Homo quaerens. El hombre que hace (y se hace) preguntas. Es sucinto, contundente, escrito en ese latín marmóreo de las grandes frases… y creo que además me define bastante bien. Y es que, más allá de los estudios universitarios en los que busqué prepararme para formular siempre la pregunta adecuada a la persona correcta, el homo quaerens es también aquel humano capaz de interrogarse a sí mismo y extraer del fondo de su alma respuestas válidas para la vida. El dicho sirve, por cierto, lo mismo para un periodista –el que nunca he dejado de ser– que para un escritor, aunque definiría también a un científico o a un poeta. Y es que yo, secretamente, aspiro a esos títulos. ¿Y quién no?
Ayer, sin embargo, dudé por primera vez del latinajo. La culpa la tuvo el último libro de mi amigo José Tono Martínez, un filósofo y antropólogo volcado en la difusión de la cultura y muy abierto hacia ideas que van a contracorriente. En sus páginas reflexiona sobre otra expresión antigua, la primera que veo capaz de eclipsar la que he adoptado por bandera: Homo viator, el hombre que está siempre en camino. Es la definición perfecta del peregrino y aparece destacada en su ensayo El anillo de Giges (Evohé). Tono reflexiona en él sobre los transeúntes más heterodoxos de la Ruta Jacobea, desde aquellos que huían del señor feudal de turno para experimentar durante unos meses la sensación de libertad, hasta las mujeres medievales que dejaban atrás maridos e hijos para llegar a Santiago –que las había y muchas–, deteniéndose incluso en alquimistas, herejes, niños o peregrinos gays. La bondad de Tono es que su mirada los contempla sin distinciones, como iguales, para concluir que solo aquel que está permanentemente en marcha, siendo consciente del camino, puede considerarse un auténtico ser humano.
Dudo de todo y de todos. Por eso no desprecio los misterios que desafían a nuestra especie envolviéndolos en explicaciones cortoplacistas
No le falta razón, aunque sus consideraciones me llevan a otra reflexión menos dulce: los Sapiens caemos demasiado a menudo en el pecado de la clasificación. Todo debe estar inventariado y etiquetado para mejor procesamiento del prójimo, sin detenernos a pensar que el que clasifica, limita. Nuestra obsesión por los listados ha llegado a cotas tan elevadas que ya no necesitamos que otros nos marquen; lo hacemos nosotros mismos… y, además, encantados. Mi homo quaerens tuitero es un ejemplo de ese reduccionismo que nos autoimponemos al intentar definirnos públicamente. Si lo pienso un momento yo no soy solo un hombre que pregunta, también lo soy que responde, que se equivoca, que ama y odia, que acierta y falla, que muere poco a poco cada día que pasa… ¡Pero nunca lo digo!
El anillo de Giges me ha dejado meditabundo. En su intento por remitificar un asunto tan manoseado como el Camino de Santiago, ha sobrevolado el asunto esencial de la búsqueda de nuestra identidad. Quienes hemos optado por los senderos periféricos de la heterodoxia nos enfrentamos a un mundo cada vez más rígido. Se escucha poco al que piensa diferente y, si se tiene la valentía de expresar esas ideas, corremos el riesgo de convertirnos en diana de los ataques de la ideología dominante. Expresar dudas sobre un sistema político, una verdad científica, un convencionalismo social e incluso un gusto estético es un riesgo en estos tiempos. Nunca antes las libertades habían estado tan amenazadas. Pocas veces se nos había conminado tanto a identificarnos con unos ideales u otros. En definitiva, nunca desde los tiempos de Sócrates la duda había estado tan mal vista. Su «solo sé que no sé nada» y el incómodo método de conocimiento que defendió, consistente en dudar de todo y preguntar sin parar por el porqué de las cosas, le llevó a ser condenado a muerte y obligado a suicidarse.
Pero yo, como él, dudo de todo y de todos. Por eso no desprecio los misterios que desafían a nuestra especie envolviéndolos en explicaciones cortoplacistas. Por eso mi homo quaerens es más de lo que expresa. Incluye al homo viator de Tono y a otros muchos cuyo adjetivo latino no recuerdo.
Tendré que hacérmelo mirar. Tal vez definirse en Twitter no sea tan inocuo como pensaba antes de leer el libro de Tono.
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