Ocultura: Los forasteros misteriosos
En ocasiones, parece que la ficción tiene tal poder que termina anticipándose a lo increíble
Cuando Mark Twain murió, dejó sin terminar un libro muy extraño que tituló El forastero misterioso. Era una historia ambientada en la Edad Media centroeuropea y se desarrollaba alrededor de un extraño que, un buen día, llegó a un pueblo de Austria y comenzó a contar cosas raras a sus vecinos. El individuo se presentó como sobrino de Satanás y deslumbró a los niños del lugar con vaticinios que inexorablemente se fueron cumpliendo. Era una historia que se oscurecía por momentos. Las profecías del visitante se hacían cada vez más ácidas y, al poco, terminaban tornándose mortales.
Me crucé con esta obra de Twain justo cuando trabajaba en El fuego invisible (Premio Planeta 2017). Andaba yo buscando un antihéroe para una trama que se levantaba alrededor de la creatividad y esa recurrente sensación que tienen algunos autores de que las grandes ideas no son suyas, sino que les han sido dictadas por alguna clase de fuerza etérea. El 'forastero' de Twain me llegó, pues, justo a tiempo, e inspiró la figura de los 'frustradores' de mi ficción.
Hay cientos de historias sobre 'extranjeros' que se aparecen de repente en un lugar, anuncian alguna desgracia, y se volatilizan después sin dejar ni rastro
Lo que yo no podía ni imaginar entonces es que esa clase de visitantes existieran. Por increíble que parezca, hay cientos de historias sobre 'extranjeros' que se aparecen de repente en un lugar, anuncian alguna desgracia, y se volatilizan después sin dejar ni rastro. En 2011 la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares publicó una de esas consejas. Ocurrió en el pueblo conquense de Casas de Benítez cuatro años antes de estallar la Guerra Civil. Corría el mes de mayo de 1931 cuando una de sus vecinas, Toribia del Val (apodada 'la vaquera'), tuvo un tropiezo con un "señor con toda la barba" que se le presentó mientras recogía habas en su campo. El hombre surgió como de la nada y le pidió algunas de las vainas que había recogido. Su conversación fue parca. Intercambiaron algunas palabras sobre la falta de lluvia, y fue entonces cuando éste le espetó: "Esa sequía es porque quieren. Saquen en procesión a San Isidro de Casas de Benítez, y con la Virgen de la Cabeza de Pozo Amargo, los unen en el sitio llamado La Poza… Las cataratas del Niágara serán una simple regadera comparadas con lo que va a llover".
A la buena de Toribia le faltó tiempo para correr a contarlo. Quizá no lo habría hecho de no haber visto al barbudo desvanecerse delante de sus ojos. El caso es que convenció a su alcalde –un republicano ateo y poco dado a zarandajas–, y con él a los de los pueblos vecinos, a que se unieran a la procesión. La voz se corrió por toda la comarca. Que si fue San Isidro quien se presentó a la vaquera. Que si lo hizo un ángel, un fantasma o Cristo en persona. El caso es que gentes de Sisante, La Roda, Casas de Haro, Casas de Guijarro y sus contornos, se sumaron a la peculiar rogativa.
La ficción tiene tal poder que termina anticipándose a lo increíble
Un semanario de izquierdas conquense, República, se hizo eco de los hechos en octubre de 1931. Gracias a él sabemos que la procesión se celebró… sin éxito. La investigación de campo de este episodio, conducida por el antropólogo William A. Christian, concluye que aquel remoto día procesional no cayó ni gota de agua. De nada sirvieron las plegarias o el encendido sermón del párroco de Pozoamargo, otro de los asentamientos movilizados, y Toribia calló lo de su visión entre confundida y avergonzada. La señora no volvió a hablar del asunto. La proximidad de la aparición al 14 de abril de 1931, fecha de instauración de la República y de la inmediata quema de iglesias en ciudades como Madrid o Málaga, no parecía el mejor momento para proclamarse vidente… y el tema se olvidó.
Leyendo ahora sobre ello, no se me quita de la cabeza el paralelismo entre el 'diablo' inventado por Twain, las travesuras de los 'frustradores' de mi novela y el 'hombre con toda la barba' de Toribia. A ver si –una vez más– la ficción tiene tal poder que termina anticipándose a lo increíble. A ver si los verdaderos «forasteros misteriosos» no somos sino los que nos dedicamos a escribir.
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