Misterios de un desembarco
Han pasado 80 años desde el Día-D, que marcó el principio del fin de la ocupación nazi en Europa, y numerosos testimonios aseguran que miles de soldados siguen combatiendo todavía en Normandía.
En realidad, la supuesta presencia de antiguos combatientes "fantasma" en aquellos escenarios bélicos en los que encontraron la muerte es un fenómeno viejo y repetido dentro del mundo del misterio. Quizás los más conocidos por el gran público sean los relacionados con Gettysburg en la Guerra Civil americana, o Belchite en nuestro país. Los especialistas en el tema aseguran que algún tipo de desconocida energía residual, capaz de revelarse como una "fotografía" del pasado al reaccionar ante un detonante, queda impregnada en lugares donde se concentró la tragedia. Los escépticos lo reducen todo a un ejercicio de sugestión y a esa tendencia tan humana de la imaginación a desbordarse ante escenarios que escapan a nuestra comprensión o nos provocan un temor atávico.
Sea como sea, lo innegable es que la región de Normandía y los campos de batalla regados con la sangre de los combatientes en la gigantesca Operación Overlord del 6 de junio de 1944 se han convertido en terreno abonado para apariciones y extrañas visiones relacionadas con el desembarco que cambió el curso de la guerra. Unos fenómenos que no sólo no han remitido con el paso del tiempo sino que siguen sucediendo... y que obligan a pensar en que algo muy íntimo –y para algunos muy mágico– se esconde en esa tierra marcada por las 110.000 vidas de jóvenes de ambos bandos que se perdieron en ellas.
EMBARCANDO HACIA EL DIA D
Uno de los más extraños y conocidos sucesos referidos al Día-D ocurrió en el año 2000 en plena navegación por el Canal de la Mancha de un navío de la Armada británica con destino Le Havre. Aunque existen varias versiones corriendo por Internet, la más fiable tiene como protagonista a un oficial de la Royal Navy que a las 23.45 horas se dirigió al puente de mando para reemplazar a un compañero en la correspondiente guardia. Tras el preceptivo intercambio de novedades, el marino ocupó su puesto y un par de horas después y con las luces del puerto francés ya a la vista, comunicó por radio con el control portuario para solicitar su turno de entrada en el muelle. Le sorprendió gratamente que la conversación fuera en un excelente inglés, ya que siempre que había arribado las comunicaciones se habían desarrollado en francés.
Desde 1940 hasta su liberación por los aliados en 1944, Le Havre soportó 132 ataques aéreos y fue la instalación naval más bombardeada de Francia. 350 pecios descansan en el fondo de sus aguas, así que las maniobras de amarre requieren de extrema pericia y paciencia, dado que existe un enorme riesgo de colisión con los restos hundidos. De modo que, mientras aguardaba la entrada, se entretenía observando el muelle a través del potente sistema de visión nocturna cuando le sorprendió la presencia de seis hombres vestidos con uniformes anticuados que marchaban por la dársena relajadamente. Uno de ellos era un oficial –podía distinguir los galones blancos en el casco–, ninguno tenía más de 25 años y portaban al hombro sus armas reglamentarias. Había visto esos uniformes mil veces... ¡eran Rangers norteamericanos de la Segunda Guerra Mundial!
Fue un visto y no visto… lo primero que pensó es que se trataba de participantes en algún tipo de evento conmemorativo, pero no se celebraba ninguno ni en Le Havre ni en las proximidades y en cualquier caso el extraño grupo fantasma se encontraba en una zona de acceso restringido y vigilada.
Los estudiosos del caso apuntan a que, por alguna razón desconocida, la comunicación por radio en inglés actuó, de algún modo, como catalizador. Al escuchar un idioma que les era conocido y adivinar la silueta de un navío de guerra aliado, los soldados hicieron aquello que llevaban esperando 60 años: prepararse para embarcar rumbo a Normandía.
LA NIÑA PARACAIDISTA
En verano del 2008, durante un viaje turístico de dos semanas por Francia con su familia, al padre coprotagonista de nuestra historia se le ocurrió que sería interesante recorrer algunos de los principales escenarios de la campaña de Normandía: los búnkeres, los museos y los emplazamientos clave. Le acompañaban su esposa y su despierta hija de siete años. Ésta no sólo no tenía una precoz afición por la historia militar sino que incluso mostró un desesperante poco entusiasmo.
Casi un mes después, su padre la encontró llorando asustada y sin dejar de repetir "están por todas partes… hay uno detrás de un árbol, otro está tumbado en la hierba y hay otro detrás de una valla frente al coche". A priori, podría parecer la reacción tardía de una niña influenciable, pero el temor de la familia fue a más cuando la pequeña empezó a hablar y a describir con todo lujo de detalles –a un nivel imposible para una persona de su edad– el armamento, los uniformes, las insignias, el casco "diferente" que protegía la cabeza de quienes veía… Explicó cómo eran los blocados que protegían de los obuses y cómo era el capote que se usaba para camuflarse.
Llamó por su nombre original alemán a la ametralladora MP-40 e incluso corrigió errores de algunas de las cosas que recordaba haber visto durante la visita, como la posición de una barricada que –insistía– no estaba ahí. Asustado, el padre corrió a comprar un libro sobre el Día -D y le pidió a su hija que señalara en los dibujos todo lo que quería mostrarle. Al instante, el dedo de la pequeña voló hasta la foto de un Fallschirmjäger –paracaidista alemán– y añadió que había caído el 13 de junio en la defensa de Carentán.
El hecho de que la pequeña remarcara que se trataba de un Fallschirmjäger es precisamente lo que hace este caso más extraño, ya que, en primer lugar, la niña es norteamericana y en segundo, apenas combatieron paracaidistas en el bando alemán en las escaramuzas que siguieron al desembarco aliado. Sólo hay constancia de la presencia de dos batallones –formados por supervivientes del 6º Regimiento de Paracaidistas y comandados por el Oberstleutnant Von der Heydte– a los que se ordenó defender… ¡Carentán!
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