Manuel Rueda: el pintor de OVNIs
La obra de este pintor no deja indiferente a ningún espectador, pero menos aún a quién está algo familiarizado con el fenómeno OVNI. Y es que este artista fue testigo directo de un avistamiento espectacular de una flotilla que marcó su trayectoria vital y reflejó en sus pinturas.
Hace unos meses, por motivos profesionales, me desplacé hasta la localidad de Utiel, una población tranquila en el interior de Valencia. En un momento determinado y tras un largo paseo por las callejuelas de su casco antiguo, di por «casualidad» con una vieja casa, ubicada en la calle Cavera número ocho, que destacaba de entre todas las demás por su llamativa fachada.
Al aproximarme y examinarla con atención, quedé boquiabierto. Multitud de dibujos se agolpaban en torno a la puerta principal, adheridos con grapas y cinta adhesiva a la resquebrajada pared. Aquellas pinturas no me dejaron indiferente, pues en las mismas sobresalían ciertas formas que me eran muy familiares: aeronaves con forma lenticular y aspecto metálico.
En lo alto del viejo portón y pendiendo de una barra oxidada, colgaba un cartel que decía: «Museo Rueda». Automáticamente, surgió en mí una curiosidad más que razonable: ¿Quién era el autor de aquellos peculiares esbozos? ¿Qué le llevaría a servirse de una temática tan concreta? ¿Algún tipo de experiencia personal? Mientras volvía una y otra vez a recorrer con la mirada aquellas imágenes, me percaté de la prueba definitiva que me animó a indagar más en el asunto.
Al pie de uno de los dibujos, se leía: «Ocurrió en Utiel el 01 de marzo de 1970 a las 14:35 horas». Sin duda –pensé–, todo aquello era el resultado de una vivencia extraordinaria, de manera que me propuse encontrar al autor de las pinturas. Poco a poco fui topándome con valiosa información sobre el artista.
Se trataba de Manuel Rueda Ródenas, dueño de una antigua cordelería en el pueblo y «una persona muy especial», según me confesaron varios de sus vecinos. Por desgracia, también me enteré de que Manuel había fallecido hacía poco más de dos años. Aunque la noticia me entristeció, continué indagando al respecto del pintor.
Pronto supe que la Casa de Cultura de Utiel había organizado una exposición con pinturas de Rueda para homenajear al desaparecido artista, de modo que acudí al ayuntamiento para recabar más información.
Ya en su interior, los funcionarios de la recepción me hicieron saber que la hija del pintor, Pepa Rueda, trabajaba en el ayuntamiento, aunque en aquel momento no se encontraba en el edificio. Lamentablemente, mis obligaciones profesionales me impidieron seguir con mis pesquisas en aquella ocasión.
No obstante, algún tiempo después, una serie de «casualidades» me condujeron nuevamente hasta Utiel, donde pude reanudar mi investigación. Tras unas llamadas telefónicas, logré contactar con Pepa Rueda. Algo impaciente, le trasladé lo que meses atrás había sentido al descubrir la que antaño fuera la vivienda familiar y estudio de su padre. Muy amablemente, me citó a las cinco frente a la fachada que había despertado mi interés.
Nada más cruzar el umbral de la casa, Pepa accionó la luz y mis ojos se posaron ansiosos en toda la creatividad que me rodeaba. La habitación estaba repleta de cuadros de todos los tamaños. Allá donde clavaba la mirada, aparecían aquellas extrañas naves grisáceas. Pasados un par de minutos, Pepa me condujo hasta el piso de arriba, donde me explicó que había muchos más trabajos de su padre. Tras admirar el resto de aquellas misteriosas pinturas, regresamos a la planta baja, donde entrevisté a la hija del artista.
Jorge Sánchez: ¿Quién era Manuel Rueda?
Pepa Rueda: Primero mi padre, luego pintor. Era una persona muy especial. Hay que ver su obra para entrever, un poquito, quién fue realmente. Su máximo anhelo era crear. Desde que tengo uso de razón siempre lo he visto pintar. Era algo que formaba parte de su vida.
Aunque en algún momento pudo tomar algunas clases, en realidad siempre fue autodidacta. Tenía que hacerlo todos los días. Su tiempo para la pintura era fundamental. Ya en su vejez, le preocupaba que su trabajo se echara a perder. En un momento dado me comentó que eso le inquietaba, pero le aseguré que podía quedarse tranquilo al respecto, porque yo haría todo lo necesario para que sus cuadros perdurasen en el tiempo.
J. S.: ¿Qué fue lo que motivó a tu padre a pintar OVNIs?
P. R.: En casa tuvimos una experiencia directa. Fue exactamente el domingo 1 de marzo de 1970 a las tres menos cuarto de la tarde. Entonces vivíamos en una casa que tenía anexas una bodega y un corral.
Yo estaba fuera jugando, mientras mi padre pintaba a mano alzada a la luz del sol, a escasos metros de mí. Recuerdo que era una mañana completamente despejada con un cielo azul intenso. De repente, me fijé que a lo lejos y a cierta altura comenzaban a aparecer un grupo de estrellas muy brillantes. Le dije a mi padre: ¡mira papá lo que hay ahí!
Se acercó y comprobamos cómo, poco a poco, se iban haciendo cada vez más grandes. Fue algo rarísimo, porque el movimiento de aquellas «luces» era como el de una pluma cayendo a cierta altura, un bamboleo lento. En un abrir y cerrar de ojos, las luminarias, por cercanía, se transformaron en objetos discoidales metálicos.
Y digo metálicos porque reflejaban muchísimo la luz del sol. Eran muchos, no sabría decirte el número exacto, pero muchos. Los que estaban más bajos, por perspectiva y proximidad se veían mucho más nítidos por su tamaño.
Vamos, que aquello era físico, real, estaban allí, se movían de forma inteligente y, como te digo, brillaban mucho al sol. En un momento dado, mi padre me dijo: «¡Llama a tu madre, que venga a verlo!». Tardé poco tiempo en ir a avisarla, aunque estábamos a cierta distancia de la casa. Mi madre salió conmigo, regresamos donde estaba mi padre y, juntos los tres, continuamos contemplarlo con todo detalle lo que estaba sucediendo.
En ese preciso instante, apareció un avión de estos que deja estela en la cola y, en una fracción de segundo, esos platillos se colocaron cerca de él, como siguiéndole, hasta que lentamente los perdimos de vista en el horizonte. Como te podrás imaginar, mi padre pintó aquello para que quedara constancia de lo que había sucedido y, desde entonces hasta que falleció, esos objetos fueron los protagonistas en sus lienzos. Fue algo que le marcó profundamente.
De hecho, llegó a enviar a un periódico lo ocurrido para hacer eco de lo que vimos, creo recordar que fue al diario Levante, aunque no estoy segura y tampoco sé a ciencia cierta si al final se publicó la noticia.
J. S.: Por cierto, Pepa, veo una influencia clara de Van Gogh en algunos de sus trabajos. Admiraba obviamente al pintor, ¿no?
P. R.: Sí. Lo cierto es que sí. Él estaba influenciado por diferentes artistas, como Velázquez, Dalí o Miró, pero mucho más por Van Gogh. Además, tuvo una experiencia un tanto «curiosa» con él. Verás, mi padre se marchó a París en 1960 con algunos de sus cuadros bajo el brazo, a buscar trabajo para subsistir. Ya sabes, hay que comer, porque, por desgracia, del arte no se puede vivir.
Para poder llegar a su puesto de trabajo a tiempo, debía coger todos los días el tren. Pero, en cierta ocasión, tras subir a su vagón de costumbre, en vez de bajar en la parada de siempre, sintió la necesidad, o así lo contaba él, de hacerlo en una diferente, sin saber muy bien por qué.
De inmediato, empezó a caminar, como vagando por ese pueblo, hasta que, sin saber tampoco cómo, fue a parar al cementerio local, justo frente a la tumba del Van Gogh. Auverssur- Oise se llamaba la población. Aquello le marcó profundamente. De hecho, tiene una frase muy bonita al pie de uno de sus cuadros que dice algo así: «Tú me llamaste y a ti fui». Posteriormente, mi madre y él volvieron a visitar su tumba, donde vivió y algunos lugares que él frecuentaba.
J. S.: Retomando el tema del avistamiento. ¿Hablabais abiertamente de lo ocurrido o se trataba de un tema algo «embarazoso»?
P. R.: Todo lo contrario. Se hablaba sin problema de aquello. De hecho, él se sintió muy afortunado de haber podido vivir algo así, le llenaba de emoción. Como te digo, era un hombre muy especial, muy cercano, muy directo, muy «tratable», todos lo sabían, pero tenía algo especial, era «diferente». Eso era algo que se percibía sin gran esfuerzo.
J. S.: Una pregunta un poco «complicada»: ¿Crees que este encuentro que hemos tenido ha sido una simple casualidad?
P. R.: Yo no creo en las casualidades Jorge (me dijo con mirada profunda). Él ansiaba dar a conocer su obra. Que estés aquí me resulta fascinante y mágico. No hay casualidades. A veces las cosas ocurren por un motivo en concreto, aunque no sepamos interpretar el porqué. Quizá el motivo de tu visita a Utiel ha sido cumplir su máximo anhelo. Quién sabe.
Obras con OVNIs
Si el arte parietal es resultado del proceso estético conocido como mímesis (imitación de la naturaleza), no hay duda de que nuestros remotos antepasados estaban rodeados de entidades más que extrañas. Al menos, eso es lo que diría cualquier espectador que observe los misteriosos humanoides representados en cuevas y roquedales de Utah, en EE UU, o del desierto argelino de Tassili.
Mucho más adelante en el tiempo, grandes maestros de la historia del arte inmortalizaron en algunas de sus pinturas objetos voladores no identificados. Como ejemplo, baste señalar el extraño artefacto que aparece en La Madonna con San Giovannino, del célebre pintor Domenico Ghirlandaio (1449-1494), o el platillo volante casi perfecto a punto de abducir a los protagonistas de El bautismo de Cristo, obra del holandés Arent De Gelder (1645-1727), otro reputado artista.
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