Misterios
09/08/2016 (11:20 CET) Actualizado: 09/08/2016 (11:20 CET)

La maldición de los flagelantes

En 1937, hollywood estrenaba una misteriosa película, The Lash Of The Penitentes, que narraba las siniestras y sangrientas prácticas de una hermandad de fanáticos religiosos de Nuevo México. Imágenes que le costaron la vida al periodista norteamericano Carl Taylor. Ésta es su historia… Por Carlos Montero Rocher

09/08/2016 (11:20 CET) Actualizado: 09/08/2016 (11:20 CET)
La maldición de los flagelantes
La maldición de los flagelantes

Existen películas que, de un modo u otro, pasan a la historia del cine no sólo por su calidad o el interés que despiertan entre el público sino porque, además, aparecen marcadas de antemano por un halo de misterio y tragedia que las hacen pasar a engrosar la extraña categoría de cintas "malditas".

Películas cuyos rodajes han estado rodeados de muertes extrañas o accidentes inexplicables. Otras, simplemente, siembran en el espectador la duda de si lo que está visionando ha sido grabado directamente de la vida real a pesar de lo trágico y horrendo de sus fotogramas. Una de estas películas fue rodada en 1937 y pretendía, basándose en una historia verídica y utilizando imágenes reales, plasmar la realidad sobre las actividades de una hermandad secreta de flagelantes que operaba en el estado de Nuevo México, en los Estados Unidos, marcada por el hermetismo y rozando la clandestinidad.

THE LASH OF THE PENITENTES
Éste es el título original de esta extraña película rodada a modo de documental, lo que hoy se llamaría "docuficción" o falsos documentales y pretendía abordar un tema más que tabú para la sociedad norteamericana de la primera mitad del siglo XX: las hermandades secretas religiosas que representaban sus creencias de un modo aterrador y que a menudo se excedían en sus recreaciones y su forma de entender la fe. Y es que, este tipo de organizaciones, parecidas en cierta medida a otras como el Ku Klux Klan, representaban un territorio inhóspito e inexplorado, y también prometedor, para la creciente industria del cine americano, ocasión que los productores y cineastas de la época no estaban dispuestos a dejar pasar por alto.

Así que se escogió como escenario de la trama Nuevo México, justo en la frontera de los EEUU con el país azteca, donde varias cofradías de "flagelantes" realizaban sus cultos y ritos ocultos en un régimen de semiclandestinidad, al sentirse amparadas por vacíos legales que pudieran declarar ilícitas sus actividades, pero sin querer darse excesiva notoriedad para evitar problemas.

La cinta, muy poco conocida excepto por los amantes de cine independiente y rarezas cinematográficas aparte, relata su historia basándose en un caso real en el que un periodista encontró la muerte, precisamente, por intentar averiguar más acerca de los penitentes. Pero, ¿quiénes eran estas personas?

El estado de Nuevo México era a mediados del siglo XIX un lugar verdaderamente duro para la supervivencia del ser humano. Su carácter de lugar fronterizo y la mezcla de las culturas nativa norteamericana, mexicana y colona, convertían este escenario en un sitio peligroso y un nido de tensiones generadas por la propiedad de las tierras que, a menudo, provocaban que la frágil y tensa paz que pudiese haber entre dichas culturas saltase en pedazos, estallando violentas revueltas donde la vida humana tenía un escaso o casi nulo valor.

En medio de aquel infierno desértico, ya se tenía constancia de la existencia de cofradías o hermandades llamadas penitentes que durante la festividad de la Semana Santa realizaban aterradores ritos caracterizados por infligirse penitencias tan extremas que llegaban a autoflagelarse de manera casi enfermiza.

En 1840, el explorador Josiah Gregg dejó constancia escrita de estas hermandades, a las que él mismo pudo observar en sus extremos actos de fe, dejando párrafos tan esclarecedores como éste:

"…mi atención se fijó en un hombre casi desnudo, portando, en imitación de Simón, una enorme cruz sobre su hombro que, aunque construido en madera ligera, debía pesar más de 100 libras y alrededor de la mitad, una piedra de inmensas dimensiones, se añade con el fin de hacer la tarea más dificultosa. Cerca, otro hombre igualmente sin ropa, con todo su cuerpo envuelto en cade ras y cuerdas que parecían clavarse en sus músculos…".

Este tipo de grupos ya habían generado cierto recelo en la sociedad norteamericana antes de que este explorador plasmase en sus escritos lo que había presenciado. Los rumores, muchos de ellos escabrosos, que circulaban casi a modo de susurros de boca en boca, aseguraban que llevaban a tal extremo sus actividades que no dudaban en crucificar, literalmente, a algunos de sus miembros. No es fácil dar con los orígenes de estas prácticas ni de esas sociedades, afincadas principalmente en Nuevo México y en parte del estado de Colorado, debido a su carácter hermético, pero no por ello han dejado de ser investigadas. Hay sujetos que buscan la forma de conectar la supervivencia de una rama del catolicismo más radical introducido en América por parte de los colonos españoles y su fusión con las creencias nativas, hasta dar con las hermandades de penitentes que tanto asombraban y escandalizaban a la sociedad de los siglos XIX y XX.

En su libro La herencia medieval de México, Louis Weckmann documentó más de una veintena de relatos de estas dolorosas prácticas por parte de frailes pertenecientes a órdenes practicantes de dicha forma de penitencias en el territorio conocido como Nueva España –en el que se encuadraba el estado de Nuevo México– y en el cual, según un informe datado en 1776, un religioso de nombre Fray Francisco Atanasio Domínguez relata cómo otro religioso, el padre Fernández, realizó un sangriento vía crucis en el que participaron "numerosos indios".

Sin embargo, a pesar de la predisposición de los nativos y del resto de la población y debido a las barreras geográficas que conferían a Nuevo México la condición de lugar remoto y el paulatino abandono por parte de las autoridades católicas, la vida religiosa de la zona se convirtió en poco menos que algo voluntario y sin líderes espirituales que guiasen a la población.

Sigue leyendo este artículo en la revista ENIGMAS nº 249, de agosto 2016

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