Tras la pista de los restos de san Pedro
El descubrimiento del osario de san Pedro desató enfrentamientos y polémicas que todavía continúan, sus restos siguen siendo un misterio...
Durante más de 1.700 años, el papado ha sostenido, sin ninguna prueba, que la basílica de San Pedro, en Roma, fue erigida sobre los restos del mejor amigo de Jesús. Sin embargo, por alguna razón, en 1950, el Papa Pío XII se afanó en buscar el sepulcro original del santo debajo del edificio vaticano, por lo que comenzaron a realizarse una serie de excavaciones donde se hallaron algunas tumbas del siglo I y II d. C. En una de ellas, el papa aseguró haber descubierto el sepulcro del apóstol. A pesar de esta afirmación, poco después se demostró que los restos de aquella tumba pertenecían a una mujer. No obstante, podemos intuir la desesperación del pontífice por encontrar una prueba de la presencia de Pedro en Roma, sobre todo si tenemos en cuenta lo que el padre Bellarmino Bagati desenterró en unas excavaciones en el monte de los Olivos, en Jerusalén.
El papa aseguró haber descubierto el sepulcro del apóstol
A pesar de las reticencias eclesiásticas, en 1958 el padre Bagati publicó una obra llamada Gli scavi del Dominus Flevit (Las excavaciones del Dominus Flevit), donde relata cómo se había topado con los osarios de Marta, María y Lázaro bajo esa iglesia –erigida en Jerusalén–, así como con otras tumbas pertenecientes a la primera comunidad de cristianos de Jerusalén. Pero lo más curioso es que también había encontrado un osario que resultaría demasiado incómodo para la curia romana: ¡el de Pedro! Deseando superar los innumerables problemas que la nunciatura venía imponiéndole, el padre Bagati intentó obtener el amparo del biblista Józef Milik, famoso por haber excavado y estudiado los Rollos del Mar Muerto, quien apoyó sus descubrimientos desde el principio, aunque con ciertos matices.
«Pedro está aquí»
El padre Bagati, que había sido una referencia de la arqueología neotestamentaria en Israel, poco a poco fue siendo desacreditado, hasta que su nombre cayó en el olvido junto con sus hallazgos. Años más tarde, Margherita Guarducci, una profesora emparentada con el papa del momento, encontró «milagrosamente» una inscripción debajo del Muro Rojo de la necrópolis vaticana, que decía algo así como «Pedro está aquí», además de algunos símbolos que hacían referencia a la ubicación de su tumba. Sorprendentemente, esto había pasado desapercibido para todos los investigadores anteriores. De esa manera, en 1968, el Papa Pablo VI anunció que, esta vez sí, los huesos del santo habían sido descubiertos y el hallazgo había sido ratificado por «sus expertos», aunque esas pruebas nunca se dieron a conocer.
Con esta nueva jugada del papado, los osarios de Bagati fueron ignorados definitivamente y hoy descansan en algún lugar desconocido en el interior del recinto de la iglesia del Dominus Flevit. El único testimonio que tenemos respecto a la estancia de san Pedro en Roma proviene de Santiago de la Vorágine, obispo de Génova a finales del siglo XIII, quien citó la obra de san Isidro de Sevilla titulada Nacimiento y muerte de los santos padres, con el fin de certificar que Pedro permaneció en la capital del Tíber más de veinte años, donde murió ministrando su comunidad. Algo del todo imposible a menos que tuviese el don de la ubicuidad, ya que sabemos que en el año 50 d. C. se encontraba en la capital de Judea, momento en que se produjo el primer concilio entre las iglesias de Jerusalén y Antioquía, donde el testimonio de Pedro resultó decisivo.
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