Hallan la primera tumba de un Gran Maestre templario
Hasta la fecha nunca se había encontrado una. Los restos de los grandes maestres del temple son una incógnita que parece resolverse en parte con este hallazgo único.
Dos hombres, ataviados de templarios, montan guardia a las puertas de la Masía Freixa, un singular edificio modernista, de líneas redondeadas y un techo de varias bóvedas revestidas de mortero con pequeños cristales incrustados, que le confieren una apariencia gris brillante… Espera. ¿Templarios y modernismo? Algo no cuadra.
Sucede que, en el interior de esta joya arquitectónica de 1896, erigida por Lluís Muncunill, y que se enmarca en los bellos jardines del Parque de Sant Jordi, en Terrassa (Barcelona), se celebra el II Congreso Internacional Templario donde participan especialistas, historiadores y miembros de Órdenes neotemplarias que han venido de lugares dispares de la Península Ibérica y de otros países como Francia y Holanda, para conmemorar los 900 años de la creación de la mítica orden de monjes guerreros.
En efecto, en 1118, nueve caballeros franceses y flamencos, liderados por Hugues de Payns, se dirigieron a Tierra Santa para dar forma a las ideas del primer abad de Claraval, quien predicaba la necesidad de defender la fe con la espada. Se unieron para crear una Orden caballeresca que velara por el bienestar de los peregrinos. Recibió el nombre de Pobres Caballeros de Cristo aunque, en poco tiempo, empezaron a ser conocidos como militia templi –soldados del templo–, Caballeros del Temple o, simplemente, templarios.
Su éxito fue tal que, en apenas dos siglos, terminaron convirtiéndose en la principal fuerza militar, económica y espiritual de Occidente. A menudo olvidados por la historiografía más ortodoxa, su paso por la historia nos ha dejado múltiples interrogantes que siguen fascinando al mundo del misterio: el Grial, la Sábana Santa, el Arca de la Alianza, el paradero de su tesoro, su verdadera misión en Tierra Santa o su extraordinario simbolismo. Uno de ellos tiene que ver con sus líderes, ya que, hasta este mismo año, no había aparecido ni un solo sepulcro de los 23 Grandes Maestres que dirigieron la Orden del Temple.
En el vestíbulo no se habla de otra cosa: sólo unos días antes del evento organizado por la OCAIT –Orden de Caballería Ancestral Internacional Templaria– dos investigadores de la Universidad de Bolonia anunciaron a bombo y platillo el hallazgo, en Italia, de la tumba de Arnaldo de Torroja, el que fuera noveno Gran Maestre de la Orden del Temple entre los años 1180 y 1184.
No creo en la casualidad. En mi opinión, el hallazgo se anunció ahora para hacerlo coincidir con el 900 aniversario de la fundación de los templarios y conseguir eco en los medios, habida cuenta de que Giampero Bagni y Fiorenzo Facchini conocían la existencia del sepulcro desde 2016, cuando unas obras de restauración en la iglesia de San Fermo di Maggiore de Verona, pusieron al descubierto un sarcófago con la cruz del temple que contenía los restos de un hombre de edad avanzada, cubiertos con un sudario de seda.
Al datar los huesos, mediante la prueba del Carbono 14, supieron que el cadáver tenía mil años de antigu?edad, es decir, que murió entre los años 1020 y 1220, lo que encuadraba con la cronología del Gran Maestre hispánico. Aunque se le conoce como Arnaldo de Torroja, su verdadero nombre fue Arnaud de Turri Rubea. Nació en Solsona, un municipio del principado de Cataluña, en 1122, en el seno de una familia de noble linaje. Su hermano fue el arzobispo de Tarragona, Guillem de Torroja. A los 26 años participó de la conquista de Tortosa y Lleida, a la sazón en manos musulmanas, formando parte de las huestes del conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV.
Y es a raíz de estas campañas militares cuando decidió ingresar en la Orden de los templarios. Viajó a Tierra Santa entre 1161 y 1165. Allí participó en algunas de batallas con la cruz paté cosida en su manto. Treinta años después de su ingreso en la Orden, Arnaldo sucedió al Gran Maestre Eudes de Saint-Amand, quien había fallecido en Damasco durante su cautiverio. Corría el año 1180. Su etapa de gobierno estuvo marcada por las disputas entre templarios y hospitalarios.
Su muerte, de hecho, aconteció en 1184, mientras viajaba a Roma con el Gran Maestre de San Juan del Hospital con el propósito de requerir al sumo pontífice y a los reyes europeos refuerzos para una nueva cruzada, ya que los Estados Latinos estaban a merced del creciente poderío militar de Saladino. Pero Arnaldo de Torroja cayó enfermo durante el trayecto y murió en Verona el 30 de septiembre de ese año.
A sabiendas de que el Gran Maestre de los templarios se hallaba en la región del Véneto y que la datación de los restos mortales era consistente con la cronología de Arnaldo, sólo hacía falta cotejar su ADN con el de algún pariente. Y es aquí donde entra en juego su hermano Guillem, cuyos restos están enterrados en un arca de mármol, en una de las paredes de la capilla de Santa Bárbara, en la catedral de Tarragona.
El arzobispado y el capítulo catedralicio ya han dado la autorización para exhumar al que fuera arzobispo de la ciudad entre 1171 y 1174. Muy pronto, pues, despejaremos la incógnita de si Arnaldo de Torroja es quien mora en la iglesia de San Fermo di Maggiore y, en consecuencia, si estamos o no ante el hallazgo de la primera tumba de un Gran Maestre templario.
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