El maldito hotel: "rincón de muertos"
Casi nadie se acerca ya a este edificio en la capital de Perú. Fue un hotel del que dicen que está maldito por todo lo que pasó entre sus muros.
Lima está plagada de leyendas, cuentos e historias que nos abordan en cada esquina. Pero si existe un lugar enigmático en esta Lima moderna, es el mítico hotel Bolívar, en pleno centro de la ciudad, en la plaza del general San Martín, que montado a caballo parece vigilar los desmanes de los misteriosos habitantes de este gran hotel, en el que por cierto situamos nuestro cuartel general en un apasionante periplo por el país de los Andes.
El Bolívar se construyó a principios del siglo XX. El imponente edificio se levantó con todos los lujos de la época, destinado a alojar a grandes magnatarios y opulentos viajeros que llegaban a la urbe. En sus inicios tenía otro nombre menos amable, y sí más sugerente: se llamaba Ayacucho, que traducido literalmente del quechua significa el "rincón de los muertos".
El establecimiento, debido a los salvajes atentados de Sendero Luminoso en la década de los ochenta y noventa, y a los rateros que tomaron el centro, ha pasado momentos muy duros y el glamour de sus estancias ha iniciado una decadencia que nos habla de episodios trágicos, de grandes banquetes, de conspiraciones y tramas soterradas…
La falta de clientela ha hecho que las dos últimas plantas del edificio estén cerradas. Los largos pasillos de la cuarta aún permanecen iluminados, pero en la quinta y última es fácil notar un intenso escalofrío. Hasta aquí ya no llega la electricidad.
La oscuridad lo envuelve todo. Las habitaciones, con las puertas desvencijadas abiertas de par en par parecen albergar los espíritus de aquellos que no han querido abandonar su hospedaje. El cambio de temperatura al pasear los rincones de esta planta es evidente, como si una energía distinta hubiese tomado este ala del hotel. Y es que son muchas las cosas que en este enclave han ocurrido.
Aquí se habla de la historia de la famosa "gringa", una clienta norteamericana que se suicidó arrojándose desde una ventana de esta planta, concretamente de la situada en la habitación 666. Son muchos los que piensan que su presencia sigue en la estancia.
No en vano los viejos dependientes del hotel aseguran haberla visto caminando por estos pasillos cuando cae la madrugada. Incluso el ama de llaves, Gloria del Valle, la vio bailando en los grandes y caducos salones de las plantas bajas de local:
"Fue una madrugada, muy tarde. El hotel permanecía en silencio cuando se oyó un gran estrépito, primero en las plantas superiores, y después en los salones de la baja. Me asusté porque pensé que, pese a la seguridad, hubiera entrado alguien a robar. Los clientes no podían ser porque apenas si había una decena de habitaciones ocupadas, así que marché al gran salón presidencial, y fue entonces cuando vi, al fondo, una mujer vestida de blanco que parecía zarandearse al ritmo del viento, como si bailara una melodía que evidentemente a esas horas no estaba sonando. Me asusté porque, tras darle el aviso, no me miró y marchó por la puerta que más a mano tenía. Salí al pasillo pero ya no se encontraba allí. Al día siguiente lo comenté con varios compañeros de trabajo, y comprobé que no era la primera vez que sucedía…".
Mario Sanz, mozo maletero del hotel ya entrado en años, afirma que "en una ocasión el jefe de seguridad vio a un empleado caminando por esta planta. Al preguntarle su nombre e informarse posteriormente de quién era quedó aterrorizado: era un antiguo empleado que trabajó en el hotel en los años cuarenta del pasado siglo, muerto tiempo atrás pero aparecido recientemente". La reacción del testigo fue del todo lógica: abandonó su empleo en el hotel. Y es que, ¿usted no lo hubiera hecho?
Un paseo por la planta abandonada
El hotel quedó en silencio. El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando iniciamos el ascenso a la planta prohibida, enfilando el largo pasillo que conducía a las escaleras de emergencia; escalones llenos de polvo que hacía décadas que nadie pisaba, por falta de uso; por miedo a lo desconocido.
Las linternas forjaban siluetas en las paredes del viejo edificio, despertando las señales de alerta ante cualquier imprevisto que se pudiera producir. Y entonces notamos los bruscos cambios de temperatura. El cuerpo se resentía ante el inminente bajón de grados, y el vaho salía de la boca anunciando, previniendo en suma que lo que estaba ocurriendo no era normal.
La brújula comenzó literalmente a bailar; le costaba fijar la dirección, perdía el norte como si un extraño magnetismo se estuviera apoderando de su sencillo mecanismo. En ese instante hicimos una fotografía y obtuvimos lo que los expertos llaman orbs, supuestas bolas de energía que llenaban todo el fotograma, repartiéndose anárquicamente frente a nosotros; y sin embargo no fuimos conscientes de que estaban allí. Lo realmente extraño es que instantes después, al realizar otra toma no apareció nada. ¿De qué se trataba entonces?
Sea como fuere, renqueando ante el malestar que se empezaba a apoderar de nosotros, llegamos hasta la puerta de la habitación maldita, la que mostraba en su madera, como si de un altorrelieve se tratase, la cifra 666. Empujamos lentamente la hoja y ésta se abrió emitiendo un "quejido" que recorrió toda la planta.
En esta misma estancia, recordaba Alfredo Fridman, uno de los jefes de seguridad, "se ha visto a la suicida que se arrojó al vacío desde las ventanas, haciendo lo mismo que hubo de hacer el último día de su vida. Más aún, recreando esa terrible escena que fue arrojarse desde tantos metros de altura para estrellarse contra el suelo de la calle. Los que la han visto prefieren callar, porque tienen miedo a la extraña dama, la que antes de repetir el suicidio los mira con una mezcla de odio y dolor. Pocos son los que se atreven a subir hasta aquí…".
Sí, pocos… y ello es perfectamente explicable por la mezcolanza subjetiva de sensaciones que se pueden llegar a percibir; la atmósfera se carga hasta el punto de provocar jaquecas, la respiración se corta y el frío, repentino y fugaz, se acaba haciendo insoportable.
Los detectores de movimiento saltan una y otra vez emitiendo su estridente pitido, revelando que algo o alguien los ha despertado de su silencio, pero allí, en apariencia, no hay nadie.
Es entonces cuando decidimos regresar a la habitación, mirando atrás una y otra vez, observando que a nuestro paso los carteles de "no molesten" que aún cuelgan de los pomos se balancean a causa de una corriente de aire que no existe, percibiendo que al girar levemente el rostro hacia atrás por última vez, alguien nos observa desde la profundidad de un pasillo que desde hace décadas permanece en penumbra…
Dormir en este hotel es toda una experiencia. Sus tiempos de gloria ya pasaron. Hoy sólo son el recuerdo de una época de riqueza y despilfarro que saboreamos no sin cierto resquemor, ya que somos los únicos clientes del majestuoso hotel. Son momentos tensos que nos hacen intuir que hay otro mundo paralelo a éste y que si existen puertas terrenales para llegar hasta él, una de las entradas está en este mítico edificio, el antiguo hotel Ayacucho, actual hotel Bolívar; siempre, la morada de los muertos.
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