Cuzco: leyendas e historias de terror
La catedral de Cuzco abriga no sólo leyendas… sino también historias para no dormir.
En El Imperio del Sol (Ediciones Luciérnaga), Jiménez del Oso nos traslada hasta la Catedral de Cuzco "máxima expresión del sincretismo, de la fusión de viejas y nuevas creencias. Bajo sus bóvedas se albergan multitud de leyendas: imágenes milagrosas, cortejos de aparecidos… cauces para una fe sin medida, desbordada, que alcanza límites espectaculares en procesiones como la del Corpus Christi. Está edificada sobre el antiguo Kiswarcancha, el palacio el octavo Inca, al que se conoció como el inca Viracocha, porque, según la leyenda, se le apareció el mítico dios Viracocha…".
REGRESANDO AL LUGAR DONDE SE LLORA…
Lo que hoy es la Plaza de Armas –centro neurálgico de la ciudad- se identificó en tiempos del Incanato con el Huacaypata (Waqaypata) que, según la fuente que se consulte, puede traducirse con significados tan diferentes como “lugar donde se llora” o “lugar del guerrero”. Tal vez ambas interpretaciones tengan sentido, y fuera aquí donde, en vísperas del Inti Raimy o Gran Fiesta del Sol, los más aguerridos respondían a la convocatoria de los nobles incas para unir sus llantos en un intento de conmover a los dioses para que alejaran de estas tierras la sequía y el hambre.
Sin abandonar la Plaza de Armas, anexa a la misma Catedral, se erige la Iglesia del Triunfo, en cuya fachada se inmortaliza la "crónica" de que fue la intervención de la Virgen –ayudada por el apóstol Santiago, tan frecuentemente invocado en la guerra “contra los moros"– la que permitió que un puñado de conquistadores españoles terminara doblegando al más numeroso ejército de los Incas. Tal y como menciona Jiménez del Oso: "Injusta leyenda, como tantas otras, que hacen a la Virgen tomar partido por las luchas humanas, convirtiendo a unos en buenos y en malos a otros, según convenga". En realidad, fue la alianza que los españoles establecieron con otros nativos subyugados por los Incas, así como la crisis sucesoria generada en el Incanato tras la muerte de Huayna Capac (¿1467?-1525), la que asfaltó el camino de conquista hacia la capital de Cuzco.
UN CRISTO DE PIEL OSCURA
Sin embargo, quinientos años después, todavía perdura la creencia en intervenciones divinas: de otro modo no se explicaría el culto al Señor de los Temblores, a quien se le atribuye la capacidad de amortiguar los dramáticos efectos de los terremotos, por desgracia tan frecuentes en la región andina. Se trata de una imagen enviada por el emperador Carlos V (1500-1558) cuya tez oscura se atribuye al humo de los cientos de miles de velas que, desde entonces hasta ahora, deben haberse encendido en su devoción. Aunque, como advierte Jiménez del Oso: "Sea por ello o no, el Cristo más parece indio que de otra raza; pudiendo ser tenebroso y sombrío, es solemne y trágico, despertando la devoción del pueblo como ninguna otra imagen de las que allí se conservan".
Lo del apelativo "de los Temblores" debió granjeárselo en la primavera de 1650, cuando no menos de cuatrocientos terremotos hicieron temblar los cimientos de Cuzco. Dicen que fue sacar el Cristo de procesión para que los temblores cesaran de inmediato. "La que fue en tiempos incas Waqaypata –escribe Jiménez del Oso–, ‘el lugar donde se llora’ volvió a saber de llantos, y, en medio de la multitud allí congregada, por encima de un mar de miradas espantadas, el Cristo de los Temblores, como desde entonces se le llama, obró el milagro. Cesaron los temblores de la tierra y las gentes de Cuzco hicieron de la imagen, desde ese día, su último recurso, su postrera esperanza cuando hay hambre o sequía…".
También se cuenta que en una de las torres de la misma Catedral todavía permanece cautivo un príncipe Inca, capaz de restaurar el Incanato cuando alguna vez quede libre. Por si acaso, cuando la torre se resquebrajó durante el terremoto del año 1950, se envió ayuda desde España para tapar sus grietas…
Existe un relato de un brazo muerto que salió de la tierra por tres veces provocando la muerte del susto al rector de la catedral
EL BRAZO DEL MUERTO…
Entre los muros de la catedral de Cuzco no solo caben las leyendas, sino también las historias de terror. Pero dejemos que sea el propio Jiménez del Oso quien nos cuente este relato, que parece extraído de la mítica serie de Historias para no dormir: "La catedral –escribe en Viracocha (ediciones Luciérnaga)– ha servido con frecuencia de pudridero. En sus bóvedas yacen muchos cuzqueños de los que murieron por la epidemia de peste de 1720. Es de entonces el relato de un brazo muerto que salió de la tierra por tres veces. El cura rector de la catedral y abogado de la Real Audiencia, don Félix Cortés, fue testigo de ello y enfermó del susto, muriendo poco después. Dicen los que, aquel suceso, conocieron que en su delirio repetía: ‘¡Ese brazo me llama!’. Según parece, el brazo pertenecía a un amigo con quien había convenido que el primero que muriera de ambos, vendría a buscar al otro… Por dos veces enterraron el brazo y en la segunda, por mejor sujetarlo, colocaron una gran piedra sobre él, pero fue inútil, porque el brazo volvió a salir. A esa tercera vez no siguieron otras. Harto ya de tan macabra reticencia, un clérigo de más temple que los demás testigos mandó cortarlo y lo arrojó a una de las zanjas del cementerio".
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