Casas que matan (I)
"Las casas están vivas. A veces, en la oscuridad de la noche, las oímos gemir, parece que tuvieran pesadillas. Una casa buena nos mece y nos consuela. Pero si es mala, nos llena de un desasosiego intuitivo. Las casa malas nos detestan y nos atraen con engaños. A ese odio ciego hacia nosotros es al que nos referimos cuando hablamos de una casa encantada", 'Rose Red', de Stephen King
Hay casas de aspecto amable… hasta que profundizamos en su historia y pierden su aparente bonhomía. Rose Hall es un buen ejemplo. Para llegar a ella hemos de desplazarnos hasta Montego Bay, la segunda ciudad más importante de Jamaica. Desde allí, apenas 12 kilómetros después llegamos a una mansión en la que se sucedieron tal cantidad de crímenes y rituales que cuando atravesamos el umbral de la casa algo parece invitarnos a dar la vuelta cuanto antes.
Fue en el siglo XVIII, época de grandes plantaciones y mucha esclavitud, cuando fue levantada por el acaudalado empresario inglés George Ash, que mucho tenía que querer a su mujer para bautizar a la nueva mansión con el nombre de ésta –se llamaba Rose–. La cuestión es que mucho no disfrutaron de sus estancias, ya que Ash fallecería poco después y Rose, triste y melancólica, llegó a la conclusión de que para matar las penas lo mejor era casarse. Y así lo hizo hasta en tres ocasiones más.
Anne Mae Patterson pronto daría rienda suelta a su gusto por la tortura y la sangre entre las paredes de la mansión
Fue su último esposo, otro rico latifundista llamado John Palmer, con quien llevaría a cabo la última y definitiva ampliación de Rose Hall, convirtiéndola en una inmensa construcción de 365 ventanas –representando a los días del año–, 52 puertas –representando a las semanas del año–, y 12 habitaciones –cada una correspondiente a un mes del año–. Vamos, un derroche de imaginación, pero ante todo de dinero… En esta ocasión fue a Rose a quien no le dio tiempo a disfrutar de su reformada propiedad, ya que murió a los 72 años. Fueron tiempos oscuros, especialmente cuando el viudo, John Palmer, que vivía únicamente con un sobrinonieto al que había adoptado tiempo atrás, decidió acoger en su casa a una joven haitiana llamada Anne Mae Patterson, que se acabaría convirtiendo en su nueva pareja y a la que los esclavos de la plantación pronto llamaron "la bruja blanca de Rose Hall".
Pese a haber nacido en Inglaterra, Annie, siendo muy pequeña, se desplazó a Haití. Allí comenzaron las calamidades, ya que cuando tenía apenas 11 años sus padres fallecieron víctimas de la fiebre amarilla, por lo que fue ingresada en un orfanato. No mucho después sería adoptada por una mujer, que además era sacerdotisa de la religión vudú.
Pronto se extendió el rumor de que la bruja de Rose Hall sacrificaba niños pequeños para utilizar sus huesos en rituales de vudú
Fue en esos años cuando aprendió los secretos de esta religión, y empezó a desarrollar un gusto desmesurado por la tortura y la sangre. En 1820 finalmente contrajo matrimonio con John Palmer, pese a lo cual se dedicó a seducir y a acostarse con algunos de los casi dos mil esclavos que trabajaban en la hacienda. Tan entretenida debía de estar con sus amantes, que pronto decidió que su marido la aburría, y lo envenenó, ocultando el asesinato bajo el velo de una enfermedad que conocía sobradamente: la ya citada fiebre amarilla, por lo que cerró la habitación a cal y canto. Lógicamente nadie se atrevió a abrirla. Poco después contrajo matrimonio de nuevo, aunque su flamante esposo no le duró mucho más, ya que decidió apuñalarlo, y para comprobar que estaba muerto, vertió aceite hirviendo en su oído derecho.
La causa oficial fue nuevamente la maligna enfermedad. Y la habitación, para evitar contagios, sellada al igual que la anterior. El miedo se apoderó de los esclavos, que veían en aquella mujer a una especie de bruja que, al margen de matar a sus esposos, disfrutaba castigando, torturando y atemorizando a los trabajadores de la plantación.
Para que no escaparan asesinaba a quienes lo intentaban, o colocaba cepos dentados en los alrededores de la finca para que los que se atreviesen a ello finalmente sufriesen terribles mutilaciones, como ejemplo para el resto
Y así, atribuyéndole un poder maligno sin parangón, su aureola negativa fue en aumento, al tiempo que las historias de sus terribles actos crecían. Pronto se extendió el rumor de que sacrificaba niños pequeños para utilizar sus huesos en rituales de vudú… Así hizo y deshizo hasta que en 1831 su ambición la llevó a las puertas de la muerte. Entre todos los esclavos había uno que la hacía disfrutar de manera especial, y que además era el capataz de la hacienda. Se llamaba Tackoo, que al margen de salir pocas veces de su cama, la ayudaba a asesinar y a deshacerse de los cuerpos. Eran los perfectos aliados… Pues bien, no mucho después llegó a Montego Bay un nuevo administrador llamado Robert Rutherford. Y Annie, pretendiendo aumentar su lista de esposos, pronto fue a por él. La cuestión es que Rutherford se enamoró perdidamente de la nieta de Tackoo, y la bruja blanca de Rose Hall, borracha de ira, mandó que la muchacha fuera asesinada. Evidentemente a su abuelo no le sentó demasiado bien la propuesta, y decidió que había llegado el momento de terminar su relación con la dueña de la plantación. Lo hizo de la manera más contundente que se le ocurrió: encabezó una revuelta contra ella, subió hasta su habitación, y una vez allí la estranguló. No contentos con ello, se liaron a mamporros con el cuerpo, al punto de desfigurar su bello rostro, y finalmente la arrojaron por la ventana. Poco después la esclavitud fue abolida, y la casa, al igual que otras 700 haciendas, fue abandonada hasta que en 1965, John y Michele Rollins, de Wilmington –Delaware–, que no creían en maldiciones, la compraron y empezaron las reformas. Al tirar paredes para levantar otras encontraron varios cuartos sellados. Y en su interior, los restos de dos varones adultos… Desde entonces los fenómenos extraños son habituales en el lugar, así como la aparición del fantasma de Annie Mae Patterson en las estancias principales de la casa, que a decir de los testigos busca venganza. Y testigos, haberlos, los hay, y muchos…
LA CASA DE LOS HORRORES
Ésta es una de esas historias en las que, una vez más, la tragedia, la locura y ciertas dosis de magia se unen, y la mezcla es tan explosiva que, finalmente, acaba explotando. La protagonista es Delphine Marie Macarty, una bella mujer que nació en Nueva Orleans en el año 1775. Su vida transcurrió entre las mieles de una familia de buena posición social y la amargura de la desgracia. Su madre, siendo muy niña, fue asesinada durante una de las revueltas de esclavos que se produjeron por entonces, haciendo que desde ese momento germinase en Delphine un odio que iba más allá del racismo.
A los 25 años contrajo matrimonio con el cubano Ramón de López. Pero una vez más, el destino negro se cruzó en la vida de nuestra protagonista, y cuatro años más tarde quedó viuda. Así hasta un total de tres veces. Su último esposo, con el que se casó en 1825, cuando Delphine alumbraba el medio siglo y aun así su belleza no se ajaba, era un prominente médico llamado Louis LaLaurie, que entre otras cosas le daría el segundo apellido con el que se haría célebre, tanto ella como la mansión que nos ocupa.
Si la maldad se agarra con garfios a las paredes de una casa, en ésta se produjeron tantos y tan horribles actos de crueldad que no es extraño que muchos la hayan calificado a lo largo de las décadas como la más maldita de América
Según narran las crónicas, Delphine disfrutaba haciendo escabechinas con los esclavos de su plantación; los mutilaba, les sacaba los ojos… incluso llegó a realizar salvajes prácticas para cambiarles el sexo, emasculando a los hombres, arrancándoles la piel para utilizarla como vestidos. Fue tal el salvajismo que su propio marido decidió largarse de aquel horror, y ella, poco después y una vez que se descubrieron sus terribles actos, huyó en una goleta a Francia, donde murió en 1842 –está enterrada en el cementerio de Père Lachaise–. Desde entonces, como ocurre con otros caserones, la mansión LaLaurie se empezó a llenar de sombras malignas, de leyendas que cobraban forma en noches muy determinadas del año, de sonidos de cadenas y de gritos desgarradores. Son muchos los que han intentado adquirir esta propiedad; y lo han hecho, pero la han abandonado tiempo después porque no aguantan la presión de sus piedras, el peso de su historia maldita. Entre otros, el año 2007 la compró el actor y sobrino de Francis Ford Coppola, Nicolas Cage, que la tuvo en propiedad apenas un año. Hasta hace poco era visitable. También se asegura que en una de las dieciséis habitaciones se suicidó una familia entera porque no aguantaban los suplicios diarios a los que eran sometidos. Pero es que encima, la escritora Michelle Mahl Buuck contribuyó a que su leyenda negra se alargara aún más cuando escribió su obra La histórica mansión LaLaurie: un monumento olvidado. En dicho libro habla de apariciones de fantasmas en la plantación, que han aumentado en número en los últimos años, de tal modo que LaLaurie acabó por convertirse en un refugio aterrador para los sin techo, que eran protagonistas de las insólitas experiencias. De hecho, eran estos visitantes esporádicos los que hablaban de que cada vez que entraba alguien en la casa un reloj de pared se paraba de repente, y se volvía a poner en marcha cuando el intruso se largaba. Incluso hay quien asegura que esta vieja casa de madera sobrevivió a la fuerza del terrible huracán Katrina en 2005. Quizá el mal que habita en ella así lo quiso.
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