3 escalofriantes casos de exorcismo
Llega a nuestras manos el testimonio de endemoniados y exorcistas que el periodista José María Zavala recogió en su libro Así se vence al demonio, tras entrevistarse con los protagonistas de diferentes casos de posesión. Hablan los exorcistas, hablan los poseídos. Nos encontramos con el caso de Manuel, quien tuvo que ser liberado de su tormento por el Padre Salvador Hernández Ramón, exorcista de la diócesis de Cartagena.
Entre los insultos que el párroco lanzaba a las fuerzas demoníacas que atormentaban a la víctima estaban los de «garrapata cerdotípica» o «no nada», pero también el de «gay», como relataba Manuel: «Me decía gay; bueno, no exactamente a mí, sino a los demonios que estaban dentro de mi cuerpo».
Al parecer, tanto el exorcista como el poseído estaban convencidos de que había sido una mujer la que había provocado aquel maleficio: «Yo ignoraba cómo ni por qué razón me atraía compulsivamente esa mujer tan mayor. Sentía esa fascinación como algo natural, que surgía de la afectividad… Ella era viuda, con hijos mayores, pero vivía sola, a escasas manzanas de mi casa. Enseguida se las arregló para ponerme la miel en los labios y hacerme caer en sus brazos», confesó Manuel.
Su descripción nos evoca esa imagen de «mujer fatal» que tan de moda estaba en la literatura decimonónica, descrita como la encarnación del pecado, destacando en ella su capacidad de dominio, incitación al mal, voluptuosidad y poder de atracción. Todo un icono de la cultura patriarcal androcéntrica, blanca, cristiana y heterosexual. Aquella mujer, para más inri, parecía ser aficionada a los sortilegios, ya que su hermana realizaba ciertos «trabajos» mágicos, como el de propiciar que una mujer se quedase embarazada por medio de rituales con velas.
Manuel, cristiano creyente (rezaba un Padrenuestro todas las noches) y miedoso hasta el no va más ante aquellas cuestiones que le parecían «brujerías peligrosas», empezó a sentir el pánico en sus entrañas desde el mismo momento en que aquella señora mayor le presentó a su hermana y ésta le supo adivinar secretos que sólo él conocía, dándole instrucciones para realizar un ritual de fertilidad con el fin de que su mujer se quedase embarazada. Pero empezó a sentirse mal, especialmente cuando se encontraba expuesto ante algún objeto religioso o un lugar sagrado.
«Yo sospechaba que alguien me había echado mal de ojo, lo cual en Murcia es algo muy frecuente, por desgracia […]». Poco a poco, se fue convenciendo de que estaba poseído, ayudado por otros actores de esta historia, que así lo creían también.
Le repugnaba el agua bendita, discutía con todo el mundo, se mareaba y retorcía sobre sí mismo si pasaba por un lugar sagrado, le causaban repulsión las imágenes de la Virgen, etc. Sin embargo, el Padre Salvador, según él, logró liberarlo.
Se recogen otros casos impactantes en las páginas de Así se vence al demonio, como el de un bebé de 20 meses que llegaba incluso a flotar en el aire, al parecer sostenido por una fuerza demoníaca invisible, que pasaba las noches jugando al escondite con el pequeño y no le dejaba dormir.
Esto es lo que le contó la madre a José, "al día siguiente entré de nuevo en su dormitorio y vi a Ricardo [el bebé]… ¡suspendido en el aire! Alguien invisible lo agarraba para que pudiese subir a la cama por el lateral, eludiendo una vez más las barreras de protección… ¡Le juro que lo vi con mis propios ojos! ¡El niño flotaba en el aire!.
Tras ser sometido a un exorcismo, de nuevo por el Padre Salvador, el niño dejó de escaparse de su lecho por las noches para jugar al escondite, estaba mucho más tranquilo, dormía bien y toleraba de buen grado el agua bendita y los rosarios, cosas que durante la posesión le ponían fuera de sí. También, en esta ocasión, el párroco sugirió que aquello se debía a la obra de alguien que le había echado un maleficio. Los padres, tras pensarlo mucho, identificaron a la mujer-bruja que, según ellos, pudo haber sido la culpable de aquella maldición.
Otro de los casos más escalofriantes recogidos por el periodista es el que se refiere a Nuria, quien recibía correos electrónicos y llamadas telefónicas del mismísimo Satanás.
La presencia del maligno se hizo notar, también, con luces que se apagaban solas, paredes que retumbaban, objetos que volaban y se estrellaban contra ella (cuchillos, vasos, platos…), puertas del coche que se abrían solas de par en par, etc: «Empecé a recibir mensajes firmados por el mismísimo diablo. Decía que iba a llevarme con él. Poco después, me arañaba por todo el cuerpo provocándome gran dolor, mientras las señales desaparecían casi al instante. También me golpeaba con fuerza en el vientre, tirándome del pelo y no dejándome dormir. Cada vez que intentaba entrar en la iglesia, me inmovilizaba las piernas». Eran las palabras de Nuria que Zavala recogía en su libro. El Padre Salvador, una vez más, fue quien liberó a esta muchacha del infierno en el que se encontraba, y el que concluyó que la joven había sido víctima de la magia negra.
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