Santander: el Cristo de Limpias… que mueve los ojos
En la localidad de Limpias hay un Cristo del que, aseguran, mueve los ojos y suda sangre. Esta es su historia…
Ocurrió un 30 de marzo de 1919, en la iglesia de San Pedro en la localidad de Limpias, provincia de Santander… El fraile capuchino dispensaba la comunión entre los fieles, cuando una chiquilla de doce años, señalando a la imagen del Cristo de la Agonía en el altar, exclamó: "Padre, padre… el Señor ha cerrado los ojos".
Aseguraban que el Santísimo Cristo de la Agonía abría y cerraba los ojos y dirigía miradas a una y otra parte
El religioso debió recriminar el inoportuno comentario de la niña, sin embargo, ya era demasiado tarde: los murmullos comenzaron a alborotar entre la feligresía: que si el Cristo parpadeaba, que si movía los ojos, que si sudaba… Finalizada la misa, y cuando ya la iglesia se ha vaciado de fieles, el franciscano decide tomar una escalera y aproximarse hasta la escultura: palpando el cuello, sus dedos se humedecieron…
¿TODO ES POSIBLE EN DOMINGO?
Lo que no hubiera pasado de ser uno de esos "chismes de monjas", que seducen a las almas incautas, adquiría dimensión noticiable cuando, apenas cuarenta y ocho horas después, el arcipreste de Limpias remitía una carta al Obispado. En el escrito, se relataba que "varias niñas, mujeres y hombres, no de los píos (sic), aseguraban que el Santísimo Cristo de la Agonía abría y cerraba los ojos y dirigía miradas a una y otra parte, y que sudaba copiosamente por el cuello y pecho (…). Juran y perjuran hombres de toda clase que lo han visto, y ante la Sagrada Hostia lo jurarían igualmente".
A la semana siguiente, los periódicos describían así el estado de histeria desatado tras manifestarse el prodigio: "No tardó en acudir a la iglesia todo el pueblo, pidiendo confesar y comulgar, figurando entre los arrepentidos un empedernido librepensador que hacía veinte años que no entraba en el templo". Y por si todavía perduraba algún ignorante descreído –librepensador se les llamaban entonces-, días después de que la noticia se difundiera hasta el último rincón de España, el “milagro” del Cristo parpadeando, moviendo los ojos y destilando sudor volvía a repetirse en un día tan señalado como el Domingo de Ramos.
Fue venerado en Cádiz después de que se le atribuyera el milagro de detener unas inundaciones a mediados del siglo XVIII
A partir de entonces, y como ocurriera con las famosas "caras de Bélmez", los periódicos de hace cien años derrocharon tinta sin pudor para que la crónica del último testimonio –siempre de personas solventes y, a ser posible, escépticas ante lo sobrenatural– no dejara de conocerse para mayor envidia y frustración de los feligreses de los pueblos vecinos que, por mucho que rezaran a sus Cristos y Vírgenes, no eran capaces de imitar al de Limpias. Sobra decir que el Domingo de Resurrección tampoco podía deshojarse del almanaque sin que el Cristo de Limpias repitiera de nuevo el prodigio: movió sus ojos, parpadeó, sudó… pero siguió sin desprenderse de su cruz, lo cual sí que habría sido un auténtico milagro –en mayúsculas– para conmemorar tal efeméride. "Continúa el extraordinario suceso –leemos en un periódico de entonces–. Los testigos, con toda clase de edades, clases y condiciones, entre la gente creyente y también ha habido bastantes incrédulos que lo han visto. Estos últimos sufren una conmoción tremenda y da pena verlos después (sic). Algunos han sufrido accidentes, otros lloran, otros quedan como atontados y un buen número gritan perdón".
MÁS DE CUATRO MIL TESTIGOS
En los meses sucesivos, unos cien mil peregrinos desfilaron frente a este Cristo, obra tal vez de Pedro de Mena (1628-1688) o alguno de sus discípulos y que llegó a Santander en 1779. Anteriormente había sido venerado en Cádiz después de que se le atribuyera el milagro de detener unas inundaciones a mediados del siglo XVIII. Se recopilaron hasta cuatro mil los feligreses que juraron y perjuraron ver a la escultura de madera moverse. Luego, los testimonios o bien empezaron a escasear, o bien dejaron de interesar a la prensa. Lo único cierto es que, cuando se conmemoró el décimo aniversario del prodigio, las gestiones para ampliar la Iglesia y convertirla en una basílica como la de Lourdes o Fátima o la propuesta de que la compañía de ferrocarriles abaratara sus billetes de ida y vuelta para que Limpias dejara de estar "lejos de todas partes", no terminaron de materializarse.
Aunque el milagro no llegara nunca a oficializarse por parte de las autoridades eclesiásticas –el "expediente canónico" remitido al Vaticano quedó archivado en el olvido–, aspirantes a doctores de la Iglesia no faltaron para destacar el hecho de que los supuestos prodigios lograban que más fieles entraran a la iglesia. Aunque, si hemos de creer lo que escribe el historiador Florencio Amador (1888-1963), ocurriera más bien lo contrario: "Algunas personas, no pudiendo resistir la impresión que les produce el prodigio, sufren desvanecimientos y tienen que ser sacadas de la iglesia. Fuera, con toda solicitud y delicadeza, reciben los auxilios necesarios, hasta que vuelven a recobrar el sentido".
¿ÉXTASIS O SUGESTIÓN?
Descartada la sospecha inicial de un mecanismo oculto que moviera las esferas de los ojos, cabe preguntarse si los sucesos acaecidos en Limpias responden a un milagro –intervención sobrenatural– o, por el contrario, encuentran explicación desde la psicología –ilusión óptica o sugestión colectiva–. El dilema pretende zanjarlo, con pía ingenuidad, fray Luis Urbano, teólogo y doctor en ciencias físicas, en su ensayo Los prodigios de Limpias a la luz de la teología y de la ciencia (1920): "Los fenómenos que se mencionan, cuando son verdaderos, no se realizan fuera, sino dentro de quien ve, o sea en los ojos de quien mira. Si las ciencias no pueden explicar de ninguna manera el hecho del que se trata, la Teología señala una causa sobrenatural".
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