Puertas a otras dimensiones
Los llamados lugares frontera, donde se erigen ermitas, piedras, montañas y cuevas son como ventanas a mundos ocultos, un portal a otra dimensión
Con un cierto lavado de cara e iconografía, a muchos de los diosecillos que habitaban en colinas, ríos y rocas, a los genius loci, en definitiva, con la llegada del cristianismo se los convirtió en demonios o en santos. Y las imágenes marianas empezaron a suplantar a muchas divinidades femeninas, fueran ninfas, lamias o diosas. Adiós a los genios y a los daimones. Bienvenidos los santos, las vírgenes y los diablillos, porque el miedo es algo atávico de lo que no podemos ni debemos desprendernos. Era necesario que todo cambiara si querían que todo siguiera igual. O sea, controlando el cotarro. Paradoja formulada por el príncipe de Lampedusa, que tiene su lógica interna. Sincretismo lo llaman algunos. Y se hizo en Europa y allende los mares.
Nuestros antepasados señalaban a las encrucijadas como puntos de encuentro con fuerzas tenebrosas
A la llegada de los conquistadores españoles a Nueva España, los intentos por convertir a los nativos al cristianismo se centraron principalmente en convencerlos de que los nuevos cultos religiosos eran iguales o mejores que los anteriores y en derribar los templos de algunas de sus divinidades para erigir iglesias sobre ellos, tal como es el caso del templo de Tonantzin (del náhuatl «nuestra madre venerada»), la deidad femenina principal de los mexicas, patrona de la vida y de la muerte, cuyo santuario estaba en el cerro del Tepeyac, visitado por nativos de diversas culturas que le rendían sus ofrendas y plegarias. Sobre ese templo fue erigida la iglesia dedicada a la Virgen de Guadalupe, la Guadalupana, tan venerada por todos los mexicanos. Solo faltaba una leyenda de aparición a Juan Diego y la tilma milagrosa para que todo quedase engranado. Otro ejemplo sería el ídolo que representaba a Oztoteotl, el Señor de la Cueva, protector de los cazadores, a quien nativos de todas partes de Anáhuac hacían sacrificios humanos y veneraban con danzas rituales y ofrendas, destruido por los frailes agustinos en 1539, quienes colocaron en su lugar al Cristo o Señor de Chalma.
FUERZAS OCULTAS
Un punto de encuentro o de desencuentro con esas entidades, otrora paganas y luego cristianizadas, suelen ser las zonas agrestes o silvestres, como una montaña o un bosque. Según el historiador y medievalista Agustín Ubieto Arteta, el Camino de Santiago está jalonado de ermitas dedicadas a determinados santos considerados amparadores de peregrinos. Ermitas ubicadas en estratégicas cimas de los montes que son visibles desde muy lejos. Nos dice que en los diferentes caminos que cruzan el territorio aragonés se encuentran más de 170 ermitas o iglesias con advocación a San Cristóbal y otras al Apóstol Santiago y a San Martín, en la idea de cristianizar antiguos enclaves paganos de adoración a dioses o genios situados en altura, en zonas liminales (o de frontera entre lo visible y lo invisible).
El concepto de bosque sagrado o nemeton, espacios naturales como escenarios para la comunicación entre el mundo de los dioses y el mundo de los hombres, es una creencia céltica. También se daba entre los germanos. Tácito nos indicaba cómo estos «no consideraban digno de la grandeza de los dioses encerrarlos entre paredes ni representarlos bajo forma humana, consagrándoles bosques y arboledas». La idea del nemeton nos está señalando que las «potencias invisibles» o las «fuerzas elementales» se comunican con los hombres a través de determinados parajes del mundo visible, con especial fuerza y evocación. Para el historiador toledano Gonzalo Rodríguez, en la religiosidad hispanocéltica cabrían dos niveles de acercamiento a lo sagrado. Por un lado, mediante ritos y fórmulas por las cuales se renuevan los pactos o se propicia el favor de las fuerzas ocultas del universo y, por otra parte, conforme a una apertura a las esferas superiores de la realidad invisible, a través del seguimiento de una determinada ética, y para eso son necesarios mediadores entre los dioses, daimones y hombres, sean estos chamanes, druidas o sacerdotes, para que les ofrezcan sacrificios de animales y humanos. Son requisitos para que se propicie una comunicación óptima.
El ritual de la 'fijación del alma' consistía en colocar una piedra al borde del camino donde se creía que había muerto alguien violentamente
Nuestros antepasados señalaban a las encrucijadas como zonas liminales o puntos de encuentro con fuerzas tenebrosas y trascendentes, fueran dioses, espíritus, muertos o brujas, y por esta razón se levantaron cruces, capillas o estatuas a algún santo o ángel, para contrarrestar sus posibles efectos dañinos. San Martín de Braga o de Dumio, en la Galicia sueva del siglo VI, se tomó en serio lo de evangelizar estos viejos cultos y criticaba en su sermón De correctione rusticorum la adoración de que eran objeto los bosques, las fuentes y los peñascos en los que reverenciaban a numerosas divinidades que anidaban en ellos, «pues encender velas junto a las piedras, a los árboles, a las fuentes y en las encrucijadas, ¿qué otra cosa es sino culto al diablo?».
CURAS CONTRA HADAS
Metían al diablo en cualquier actividad humana y en la literatura de la época, fuera teológica o de evasión, se le menciona con frecuencia. Los cuentos de Canterbury, de Geoffrey Chaucer, obra de referencia social y medieval donde las haya, son una buena muestra de lo que creían y pensaban en la Inglaterra del siglo XIV. El titulado La comadre de Barth empieza de una manera harto singular y sarcástica: «En los viejos tiempos del rey Arturo, cuya fama todavía pervive entre los naturales de Gran Bretaña, todo el reino andaba lleno de grupos de hadas. La reina de los elfos y su alegre cortejo danzaba frecuentemente por los prados verdes. Según he leído, esta es la vieja creencia; hablo de hace muchos centenares de años; pero ahora ya no se ven hadas, pues actualmente las oraciones y la rebosante caridad cristiana de los buenos frailes llenan todos los rincones y recovecos del país como las motas de polvo centellean en un rayo de sol, bendiciendo salones, aposentos, cocinas y dormitorios; ciudades, burgos, castillos, torres y pueblos; graneros, alquerías y establos; esto ha ocasionado la desaparición de las hadas. En los lugares que frecuentaban los elfos, ahora andan los frailes mañana y tarde, musitando sus maitines y santos oficios mientras rondan por el distrito. Por lo que, actualmente, las mujeres pueden pasear tranquilamente junto a arbustos y árboles; un fraile es al único sátiro que encuentran, y todo lo que este hace es quitarles la honra».
Los curas desde sus púlpitos insistían a sus feligreses en que el demonio acechaba por todas partes, y no se sabía bien si lo decían por ciencia infusa, para prevenirles de tentaciones malsanas o para encubrir actos humanos achacándolos a esos mismos demonios.
En los cruceros situados en las encrucijadas, los caminantes o peregrinos solían detenerse para depositar un guijarro e implorar la protección del numen y mantener los vínculos con el mundo del más allá. En Galicia se siguen depositando sobre la base de algunas cruces y cruceros. Aún se lanzan piedras con fines oraculares o de fertilidad. En ciertos lugares, lanzas una piedra, rezas un padrenuestro y consigues redimir un alma del Purgatorio. Así de fácil. La función principal es acortar su funesto peregrinaje y, a cambio, obtener protección de esas almas sobre posibles peligros, tanto terrenales como sobrenaturales. Una variante más de la litolatría. Eso ocurría hasta hace poco con la Peña de las Ánimas, ubicada en Carbellino de Sayago (Zamora). Se creía que si el guijarro que lanzabas quedaba en la cima, como en el Canto de los Responsos de Villaviciosa, cerca de Ulaca (Ávila), se cumpliría el deseo solicitado, rito claramente de origen celta en el que no se precisa el número de veces que tienen que lanzar la piedra los que tienen mala puntería.
El rito de la «fijación del alma» fue una práctica secular, consistente en colocar una piedra al borde del camino en el lugar donde se sabía, o se creía, que había muerto alguien de forma violenta. En general, tiende a creerse que el alma de una persona fallecida de manera abrupta (suicidio, asesinato o accidente) se encuentra desorientada, inquieta y angustiada, y tiene tendencia a permanecer junto al lugar donde murió. Así, las piedras depositadas en el lugar sirven como ofrenda al ánima y, sobre todo, la fijan al lugar evitando que deambule alrededor de lo que antes fue su hogar.
PIEDRAS DE ESPÍRITUS
En el Pirineo español los caminantes que pasaban por donde había ocurrido una trágica muerte recogían una piedra, la besaban, rezaban un responso y la dejaban en el lugar del suceso. Por tanto, la piedra era a la vez una plegaria y una ofrenda, como ocurre en los enterramientos judíos en los que poner una piedra sobre una tumba es igual al gesto de llevar flores. Al igual que en la Cruz do Ferro, en Foncebadón (León), enclavada en la cumbre de un puerto que es la puerta de entrada al Bierzo. Otra zona liminal. El montículo está coronado por un gran mástil de madera, de unos cinco metros de altura, y este a su vez por una sencilla cruz de hierro (la original se encuentra a buen recaudo en el Museo de los Caminos de Astorga). Todo peregrino jacobeo, si quiere cumplir con el ritual, debe dejar una piedra y, además, traída desde su lugar de origen. Tras arrojarla, el caminante prosigue su senda creyendo que los espíritus no le harán ningún daño.
En Galicia aún pervive la creencia de que las piedras que dejan los peregrinos en los amilladoiros con destino a San Andrés de Teixido representan a las almas redimidas que no pudieron cumplir una promesa. Ya saben que para un gallego a San Andrés de Teixido vai de morto quen non foi de vivo. Otra versión asegura que esa piedra que arroja simboliza los pecados del peregrino, de los cuales se «deshace» antes de llegar al santuario. Estos amontonamientos pétreos proceden de la costumbre romana de los «montes de Mercurio» (era el dios de los viajes, así como protector de los viajeros, pastores y comerciantes). Existe en castellano el término «morcuero» que, según el diccionario de la RAE, es un «montón de piedras al pie de los caminos dedicado a Mercurio, que se formaba con las que iban depositando los viajeros en honor del dios». Para los griegos el origen está en Hermes. Las primeras representaciones de este dios consistían en simples montones de piedras acumuladas en el cruce de los caminos, que más tarde se convertirán en un pilar rectangular (llamado Herma) coronado por un busto de Hermes con los órganos sexuales bien expuestos y tallados.
Con el tiempo, todas esas pilastras fueron sustituidas por cruces, cruceiros, humilladeros o ermitas a San Julián y otras veces a San Cristóbal. Estos amontonamientos se emplean también en toda América Latina para marcar senderos, así como lugares de culto, y se conocen como «apachetas», altares erigidos en honor a la Pachamama, una forma visual y expresiva de representar el cumplimiento de promesas.
IMÁGENES MÁGICAS
Para algunos investigadores, no es la intervención humana lo que determina el lugar sagrado, sino que más bien sería el mecanismo de actuación de un genius loci cuando quiere señalar su territorio. Si le atribuimos voluntad propia (y hay motivos para pensarlo) y dejamos de lado la fantasía, lo hace siguiendo un patrón para que se le recuerde y se le acabe construyendo un templo. El hallazgo providencial durante la Reconquista de imágenes marianas escondidas hacía siglos y que resurgen con elementos luminosos o prodigiosos mostrando una voluntad de que se construya una ermita en el lugar del hallazgo, obedece a una secuencia. Imágenes en piedra o en madera que suelen ser encontradas por niños, pastores o incluso por animales en campo abierto, en cuevas, huecos de árboles, roquedales, fuentes, ríos o manantiales. Con ello se inicia una relación mutua entre la imagen que otorga favores y la comunidad que le da culto y difunde su fama, creando un patrimonio propio con rogativas y votos perpetuos.
No siempre deciden los seres humanos dónde erigir sus edificios sagrados, sino que habitualmente siguen las indicaciones del numen
Recurriré a la leyenda de la aparición de la Virgen de Valvanuz, muy cerca de Selaya, en pleno valle del Pas. Tiene todos los elementos y los ingredientes de una aparición tipo, y doble (aparece primero una entidad femenina y luego se produce el hallazgo de una talla románica), que transforma a dicho lugar en un centro de peregrinación y en un enclave mágico. Me lo recomendaron tres de los grandes investigadores del folclore y el misterio en Cantabria: Fran Renedo Carrandi, Juan Gómez Ruíz y Mariano Fernández Urresti. Y cuando llegué a ese lugar, lo comprendí. La leyenda dice que en tiempos de los visigodos tres jinetes escogieron un árbol que se encontraba en una pradería para enterrar bajo él un bulto y luego se marcharon. Supongo que esto fue a principios del siglo VIII, ante la invasión musulmana. Allí permaneció hasta que un día de finales del siglo XII el numen del lugar decidió aparecerse ante un pastor en este bosque. Era una entidad celestial femenina rodeada de luz y de seres angélicos, que le señaló el sitio exacto donde debía excavar para encontrar una imagen suya de madera, expresando su deseo de que le edificaran una iglesia para su devoción.
La Virgen puso los pies sobre una roca y comenzaron a brotar ipso facto aguas cristalinas y terapéuticas, dejando allí la huella de su pie como recuerdo, y su deseo de proteger y no abandonar aquella pradera en la que llevaba oculta tanto tiempo. El pastor se lo contó a los vecinos de Selaya, que le creyeron a la primera (cosa rara) y comenzaron con la obra, pero no en el mismo lugar señalado por la Virgen, ya que al párroco del pueblo no le agradaba especialmente el paraje por estar muy alejado. Convencidos por el cura, trataron de edificar en el pueblo una ermita, pero los materiales con que construían por el día eran trasladados por la noche al lugar de la aparición, hasta tres veces seguidas: «Averiguóse que la propia Virgen, guiando una carreta de bueyes y ayudada por dos ángeles, era la que trasladaba las piedras», según la crónica. Finalmente se hizo su voluntad y se levantó una primitiva ermita en su honor en el lugar donde hoy se encuentra el santuario. Y empezó a obrar milagros. Y cada favor concedido se materializaba en un exvoto. Hubo tantos colgados en sus paredes que hace años fueron retirados por esa manía que tienen algunos párrocos u obispos de diócesis al considerar que estos elementos del fervor popular desentonan y no casan muy bien con la sacralidad de la ermita.
LUGARES DE PODER
Desde entonces, reposa allí una pequeña talla de 70 centímetros que concita una veneración muy activa para los pasiegos. Acompañado de Begoña y mis amigos Sergio y Rebeca, en nuestra ruta sacra –tras venir del Santuario de la Bien Aparecida– fuimos a ver esa fuente en el verano de 2021, situada a unos pocos metros de la ermita (ya muy reconstruida desde el siglo XVI). Al verla, me recordó en parte al Santuario de Covadonga o incluso a la fuente de San Virila, cerca del Monasterio de Leyre (Navarra). Es estar allí y sentir la presencia de lo sagrado, rodeado de vegetación exuberante, del rumor de las aguas del río, del viento ondeando las hojas de los robles y los avellanos y del chorro incesante de agua cristalina que mana del lugar (del que dicen que es beber tres sorbos y hace maravillas para tu organismo). Todo ello en su conjunto se ajusta a la definición de un lugar mágico por antonomasia y la leyenda lo reafirma, con pareidolia incluida, que sería esa supuesta huella del pie diminuto de la Virgen donde están marcados los huecos de los dedos.
Mi interpretación de estas leyendas, con sus múltiples variantes, retoques y añadidos, es que el numen de turno intenta señalar algo que los humanos solemos olvidar, y es el hecho de que lo más importante siempre es el lugar (no tanto el templo en sí o la imagen sagrada). Se convierte entonces en un «lugar de poder» que puede estar ubicado en plena naturaleza agreste o en el centro de un burgo en el que culturas anteriores (sean prerromanas, romanas o visigodas) ya habían construido su santuario. Es verdad que luego todo se redirecciona y se personifica en la devoción por la imagen que está dentro del templo y lo que esta representa. Ya se sabe que somos más dados a quedarnos con la reliquia (el contenido) que con el relicario (el continente) o, dicho con otras palabras, menospreciamos la fuerza (telúrica, energética o cósmica) que emana de ese mismo enclave, ignorando que tal vez sea la que otorga los efectos milagrosos a la ermita y también a la propia imagen. Nos quedamos con la forma y no con el fondo. Es una simple teoría.
SAGRADO SOBRE SAGRADO
Y pongo dos ejemplos relativos a dos catedrales españolas. Antes de la construcción de la mezquita aljama de Córdoba por parte del emir Abderramán I (a finales del siglo VIII), existía la Basílica visigoda de San Vicente (siglo VI), que a su vez se levantaba sobre un templo romano dedicado al dios Jano. En el siglo XIII, en la propia mezquita se construyó la catedral por orden de Fernando III, cuando lo más fácil hubiera sido edificarla en otra parte y no destrozar un gran número de columnas del templo islámico. Algo similar ocurrió con la Catedral de Toledo, que fue iniciada en el año 1226 bajo el arzobispado de Jiménez de Rada y con la protección del rey Fernando III «el Santo», que estaba en todos los saraos. Se levantó sobre un anterior templo visigodo y, a su vez, sobre la mezquita mayor de Toledo que ocupaba parte de este mismo espacio. Y todo ello asentado sobre un antiguo templo romano del que no sabemos a qué dios o diosa estaba dedicado. En ambos casos se construye sobre una zona que, desde épocas inmemoriales, era considerada un potente núcleo energético.
Eso explica por qué en muchas ocasiones se construye una ermita o un monasterio en el lugar más inadecuado, peligroso, inhóspito, recóndito e inaccesible:
• En lo alto de un monte o montaña escarpada. Verbigracia la ermita rupestre de la Virgen de la Peña, en Anies (Huesca), colgada sobre el vacío, a la que se asciende por un empinado sendero con la ayuda de escaleras. Eso sí, cuando llegas con la lengua fuera las vistas son espectaculares. Otras son San Pantaleón de Losa (en Burgos) o la ermita de la Peña, en la isla de El Hierro.
• Excavadas en la roca, como las ermitas rupestres de Valderredible (Cantabria) o la iglesia de los Santos Justo y Pastor (Olleros de Pisuerga, Palencia).
• En la entrada de una cueva: Santuario de Covadonga (donde se venera a La Santina), el Santuario de Nuestra Señora de Balma (Castellón) o la ermita de San Tirso y San Bernabé en el complejo de Ojo Guareña (Burgos).
• En medio del cráter de un volcán, como así se hizo con la ermita de Santa Margarida, en el municipio de Santa Pau, en la comarca de La Garrotxa (Gerona).
• En las cercanías de un acantilado: la ermita de San Frutos, en el corazón del parque de las Hoces del río Duratón (Segovia), o las ermitas rupestres de Yebra de Basa (Huesca) y el Santuario de Nuestra Señora de los Ángeles, colgado sobre un risco que protege el bello pueblo de Alájar (Huelva).
• En el fondo de un barranco, siendo la ermita de San Martín de la Bal d’Onsera (Huesca) un buen ejemplo de ello, al encontrarse al fondo del barranco de San Martín, junto a una cascada, al pie de la sierra de Gabardiella.
CAPRICHOS DE LOS GENIUS LOCI
En todos esos lugares es mucho más difícil edificar, llevar los materiales de construcción y también el acceso de los devotos o peregrinos. ¿Por qué razón se hace esto desafiando las leyes del sentido común y poniendo en riesgo la vida de los obreros? Tal vez porque no siempre lo decide el ser humano sino la hierofanía, es decir, la aparición celestial que insiste de manera machacona en que lo importante es el lugar. Y nosotros, obedientes, al final cedemos al considerar que es una señal de los cielos y que, si obedecemos las consignas del numen o del genius loci, seguramente obtendremos beneficios para nosotros y para la comunidad. Leyenda aparicionista (como relato ambiguo) y santuario (como construcción concreta) son los dos vehículos de la demarcación de un lugar considerado sagrado y de la difusión de un culto. Lo demás son aditamentos que se van añadiendo con el tiempo, como puede ser un ritual, una romería o una fiesta popular.
Son siglos de tradición católica que han salpicado toda nuestra geografía con un ejército de santos y vírgenes en número suficiente como para tomar los cielos al asalto. Y pocas actividades humanas hay en las que no esté presente alguno de ellos, a veces sin darnos cuenta. «Yo creo que nada sucede por casualidad, ¿sabes? Que, en el fondo, las cosas tienen su plan secreto, aunque nosotros no lo entendamos», escribía Carlos Ruiz Zafón en su célebre novela La sombra del viento. Pienso igual que él y lo aplico no solo a la vida cotidiana, sino a esas creencias y fervor religioso que de cuando en cuando surgen en alguna localidad, protagonizadas por imágenes sagradas que a la vez son consideradas milagrosas y cuyo encuentro o hallazgo parece que obedece a una secuencia o patrón determinado, a pautas comunes o a una especie de plan secreto preconcebido.
Este artículo es un extracto del libro He visto cosas que no creerías. El legado de una España mágica (Esfera de los Libros, 2022)
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