Lugares mágicos
10/07/2019 (11:55 CET) Actualizado: 10/07/2019 (12:16 CET)

Los misterios del barranco de Badajoz

Pocos lugares he visitado tan marcadamente siniestros como el barranco de Badajoz, situado a pocos kilómetros de la localidad tinerfeña de Güimar, a la que llegamos desde Santa Cruz de Tenerife por la estrecha TF-28. Aquí la montaña crece a una velocidad inasumible, y cuando nos percatamos de ello hemos de abandonar el vehículo y empezar a caminar…

10/07/2019 (11:55 CET) Actualizado: 10/07/2019 (12:16 CET)
Los misterios del barranco de Badajoz
Los misterios del barranco de Badajoz

Es el momento de respirar profundamente, de percibir cómo el ambiente se va condensando físicamente en la forma de una espesa niebla que casi se puede cortar. La vegetación cubre sus afiladas laderas, confiriendo al lugar un aspecto más desolador y misterioso si cabe, ese que únicamente la piedra volcánica tiene el privilegio de otorgar. 

El inicio del periplo a pie se hace penoso durante los primeros metros; demasiados asideros, muchos recovecos y una senda por la que apenas cabe una persona. Sin embargo, un poco más adelante la situación cambia, y el espacio se amplía con generosidad. El rail oxidado y la tanqueta que hay al final de su corto trayecto ponen de manifiesto que en tiempos pasados no se respetaron lugares como éste, considerados sagrados para los guanches, los primigenios pobladores de Canarias. Ellos  veían en este enclave un centro de poder importantísimo para celebrar sus ritos y poner en marcha los mecanismos de su milenaria magia ancestral. 

Hoy apenas nada de eso nos ha llegado, pero qué duda cabe que este es un lugar especial, en el que es fácil percibir el peso del aire, y en el que cada sonido despierta los cinco sentidos. La naturaleza, pese a su verdor, parece muerta, pues los ecos de nuestros pasos son más fuertes que cualquier otra cosa. Los pájaros callan, los roedores enmudecen... todos se esconden, sabedores de que esta grieta en la montaña aún guarda demasiados secretos.

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Los nazis y el barranco

Escribía hace años en la revista ENIGMAS del Hombre y del Universo el joven periodista canario David Heylen Campos, que “hacia 1960 arribó a Güimar un ciudadano alemán que preguntó por un vecino del pueblo. Este vecino trabajaba en el mantenimiento de los canales del agua en el valle. El alemán –pues tal era su procedencia– traía un plano del valle de Güimar y se lo mostró a este vecino con el propósito de que le ayudara a encontrar sobre el terreno siete señales que aparecían sobre el plano. Naturalmente, el vecino acompañó al extranjero a buscarlas. De las siete señales sólo pudieron dar con una que se hallaba en un sitio muy abrupto y de difícil acceso. En esta señal podía observarse tres letras escritas profundamente con cincel y martillo en la roca. Las tres letras eran –y son, porque aún hoy siguen estando ahí– A.V.O., o A.V.D., ya que la letra O es confusa. En cuanto a cuáles eran las otras seis señales, o qué fue del alemán y de su plano, jamás se supo nada más”. Pero lo cierto es que tiempo atrás los secuaces de Hitler estuvieron muy interesados en este lugar. ¿Por qué? ¿Hallaron algo que tenía que ver con el plano y las señales? 

Sea como fuere, Heylen continuaba diciendo que “es curioso que ya sobre 1920 los alemanes mostraron gran interés por esta zona de la isla. Dejo aparte los intereses estratégicos o militares, pero pensemos que, como decía Ramsey, el pueblo alemán tenía un pie en la Atlántida y otro en la Tierra; por eso no nos asombra el que durante esos años mantuvieran en Güimar dos sanatorios. Quizás éstos cumplían una misión militar, pero un dato significativo es que en ellos había un oriental que curaba con las manos a las personas y a los animales. De hecho en Güimar aún se escucha el dicho: ‘Eso no lo cura ni el chino’. O tal vez podríamos pensar que el interés de los alemanes por el barranco estaba basado en la fabulosa visión de una ciudad de cristal, que a veces puede ser observada cuando la niebla cubre el lugar por completo. Así al menos lo aseguran los pocos testigos que dicen haber tenido la fortuna de contemplarla”.

Seres de blanco, ciudades fantasma, hombres-pájaro, misteriosas desapariciones… Además, hay quien afirma que en las alturas del barranco, en esas cuevas de imposible acceso, se encuentran monarcas como Bencomo, que descansan en paz rodeados de su fastuoso tesoro. Eso es algo que aquéllos que aún practican los ritos animistas de esta etnia, los descendientes de los antiguos pobladores de las islas, saben muy bien. Pero evidentemente, el secreto, transmitido de generación en generación, continúa siendo precisamente eso, un secreto. 

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