Leyendas y enigmas de alicante y su provinciaAl-laqan
Un rostro tallado por una maldición en el monte Benacantil, la huella de un gigante en la cima del Puig Campana, el mismísimo Judas errando por El Mascarat, muchachas encantadas que despiertan cada cien años, extranjeros desconocidos que se convierten en mitos urbanos... Historias curiosas, leyendas ancestrales, misterios todos de una tierra bella y sorprendente.
Los árabes legaron a Alicante y su provincia un buen número de leyendas. Unas intentan explicar o dotar de un halo fantástico algunas de las peculiaridades del paisaje, y otras arrojar luz sobre el origen del nombre de ciertos monumentos naturales. En épocas mucho más recientes, y con el pueblo aún ávido de narraciones curiosas, también han surgido historias, más cercanas a la realidad pero igual de fascinantes. Como si de una de las caras de Rushmore se tratara, los alicantinos se sienten orgullosos de que la naturaleza, o quién sabe si una extraña fuerza, haya esculpido en el monte de Benacantil la faz clara de quien dicen fuera un príncipe moro malvado. Soportando el castillo de Santa Bárbara, apodado justamente el «de la cara», el príncipe ha de cumplir su condena eterna, al igual que hiciera el Atlante de la mitología con los pilares de la Tierra. Quien en vida fuera dueño y señor del castillo y padre tirano de la joven Zahara, muchacha que osó enamorarse de un cristiano pese a estar prometida al sultán de Damasco, ha quedado encallado en la roca como recuerdo de esta triste historia de amor. El cristiano, que fue apresado por los hombres del príncipe y condenado a muerte, tan sólo podía salvar la vida si los jardines amanecían cubiertos de nieve. Y así, por cosas del azar o del destino, a la mañana siguiente el verde se tornó blanco, aunque tal «milagro» no frenó la cólera del moro, quien, rompiendo su promesa, colgó de la torre al desafortunado. Viendo el cuerpo inerte de su amado, Zahara corrió a su encuentro, lo abrazó y, ante los ojos atónitos del príncipe, el cadáver y la muchacha se precipitaron al vacío. Roto de dolor por la pérdida de su hija, el moro se suicidó arrojándose por las murallas, despeñándose y quedando su rostro inscrito en las piedras. Su castigo fue la muerte y permanecer preso en el mismo lugar del suceso, siempre observado por el pueblo que recordará, una y otra vez, su promesa incumplida. Hay otra versión que no acepta como mora a esta imagen de Benacantil, identificándola, al contrario, con un guerrero cristiano que mira de frente a los invasores. La respuesta no la tiene nadie y en Alicante se la llama, y se la llamará, «la cara del moro», pues tiene «hasta turbante y todo», según afirma convencida y orgullosa una alicantina sexagenaria mientras nos indica el mejor lugar para observar el prodigio. Y si esta cara, de ser tal cosa, se muestra en el monte, la siguiente, real y del siglo XX, luce, al parecer, en el escudo del Hércules Club de Fútbol. «El Negre Lloma» y Primo de Rivera Ese negro perfil con corona de laurel que aparece en el escudo del Hércules, equipo de fútbol alicantino, podría pertenecer, si hacemos caso a quienes así lo difunden, al protagonista de una historia menos legendaria que la anterior, más urbana y del todo irónica. Fue en el siglo pasado, de 1914 a 1936, época en la que la ciudad de Alicante conoció a este personaje pintoresco, al parecer un cocinero negro del petrolero Tiflis llamado John Back o John Moore y al que el pueblo apodó «El Negre Lloma». Por alguna causa, el marinero no zarpó con su barco, quedándose en la ciudad para vagabundear, sobreviviendo de la generosidad de sus vecinos, quienes, por ser hombre divertido y agradable, lo acogieron de buen agrado. A John le privaban el vino y las mujeres, a las que intentaba engatusar sin resultado: a ninguna debió parecerle elegante que llevara por colgante sus propios zapatos. Alcohólico, pues, y desvergonzado, el extranjero vivió en la calle y fue en ella donde le sobrevino la muerte el 20 de noviembre de 1936, jornada histórica porque el mismo día, allí en Alicante, fue fusilado el fundador de la Falange José Antonio Primo de Rivera. Y es aquí, en este cruce de caminos, donde comienza realmente la leyenda de «El Negre Lloma». De indigente sin más, de los tantos que intentan sobrevivir en todo el mundo, pasó a convertirse en un mito urbano, porque, presuntamente, el apátrida y el patriota, el vagabundo y el hijo de quien dirigió España, conocieron su final casi al mismo tiempo. El primero, Back, quizás de frío; el segundo, Primo de Rivera, por falangista. Y ambos, que ni se conocían ni se importaban, se reunieron sin embargo en la fosa común. Cuando los fascistas recuperaron el cuerpo de su líder para darle correcta sepultura, alguien, seguramente cercano al cementerio y quizás algo guasón, difundió por la ciudad que los restos que se habían llevado a Madrid eran realmente los de «El Negre Lloma». Sería irónico que en la majestuosa tumba del Valle de los Caídos descansara un negro pobre, borracho y atrevido, en vez del «ilustre» líder de la Falange. John Back, o John Moore, «El negro Lloma» de todos modos, fue un extranjero que no pasó desapercibido y del que se cuentan mil y una anécdotas, algunas desmintiendo por completo algunos de los datos anteriormente expuestos. Y es que sin la contradicción, el mito no sería tan mito, como tampoco el siguiente forastero, un individuo mucho menos afable que el negro del Tiflis. El gigante del Puig Campana Alejándonos del interior, y continuando camino ahora hacia Benidorm, el oasis del jubilado y la antítesis de Llombai, nos topamos con otra popular leyenda para cuya comprensión se hace necesaria una primera parada en el pueblo de Finestrat, a escasos kilómetros de la ciudad de Benidorm. Finestrat se encuentra a los pies del Puig Campana, la segunda cumbre más alta de la provincia, unos 1.406 metros de roca que culminan en hueco conocido como «finestra» o, más popularmente, como El Tajo de Roldán, trasunto de la Brecha de Roldán del Pirineo aragonés. La leyenda que narra la desventura del pobre Roldán en la comarca de Marina Baja sitúa al gigante en los montes en busca de un arroyo donde saciar su sed. De repente, Roldán se topa con una jovencita que, aunque sobresaltada ante el coloso, acierta a ofrecerle un cuenco con agua. Así, ambos, bella y bestia, unen sus vidas para comenzar una sola en la cabaña que Roldán posee en el bosque. Sin embargo, un mal día el titán se encuentra con un extraño personaje que le advierte de que, si quiere ver a su mujer antes de que ésta muera, tiene que darse prisa, pues su vida se extinguirá al caer el último rayo de sol. Furioso por su desdicha y queriendo extender lo más posible la vida de su amada, Roldán sube al Puig Campana y arranca de una patada un pedazo de su cumbre para que el sol, que se estaba ocultando tras ella, calentara un poco más. Pero, irremediablemente, con el último rayo, la mujer expira. La roca desprendida del Puig Campana cae rodando hacia el mar y forma la Isla de Benidorm, esa que, conocida también como la Isla de los Periodistas, ofrece su imagen inclinada a quien desee mirarla desde la costa. Existe otra leyenda que explica el hueco existente en la cima del Puig Campana. Según esta versión se debe a una coz del caballo del apóstol Santiago, patrono de Benidorm, durante una batalla para expulsar a los árabes de esas tierras. La Cueva de las Calaveras Remontándonos de nuevo al tiempo de los moros nos topamos con otra leyenda, centrada ahora en la impresionante cueva turística de Benidoleig. Aunque repleta de grutas, Alicante tiene aquí una de las más bellas y misteriosas, acondicionada con cuidado para que se pueda disfrutar de ella como merece. Situada a unos 1.000 metros de Benidoleig, poblado muy cercano a Denia, aquí la tradición quiso que un rey moro, Ali Moho, se ocultara junto a sus 150 mujeres, y las joyas de éstas, de la terrible espada de un Cid Campeador que no dejaba turbante con cabeza. Encerrados pues en la cueva, Moho y su harén pudieron o bien suicidarse ante el sitio de los cristianos o bien fallecer de inanición a causa del aislamiento provocado por el desprendimiento de alguna galería. Al descubrirse la gruta se encontraron 150 calaveras formando un círculo y otras dos en una barca de un lago interior, lo que dio pie a esta historia. El botánico y naturalista valenciano Antonio José Cavanilles dejó constancia en sus Observaciones sobre la historia natural, geografía, agricultura, población y frutos del Reyno de Valencia, de su visita a la cueva en 1797: «En aquellas entrañas y soledad, que ellos creían descubiertas por primera vez, hallaron tristes pruebas de su engaño, y de haberles precedido otros igualmente intrépidos, pero menos felices: tropezaron con calaveras y huesos tendidos por el andador y en él vieron un pico de hierro de dos libras de peso. Las calaveras, en número de doce eran de diferentes tamaños, pareciendo ser algunas de hombres y otras de muchachos, y en ellas se conservaban muchos dientes con su esmalte...». ¿Restos de hombres y niños? ¿Qué hay del rey y sus mujeres? ¿Un pico en lugar de tesoros? Preguntas que la leyenda no acierta a responder. Los fantasmas de dos jóvenes moras Planes de Baronía y Rojales, pueblos al norte y al sur, conocen la aparición cada cien años de sus respectivas mujeres encantadas: en el primero, el fantasma aparece en el conocido, precisamente, como barranco de la Encantada, y en el segundo, en las inmediaciones del monte Cabezo Soler. Ambas fueron árabes y ambas intentan cada siglo romper la maldición que las despierta. Una piedra circular sella la entrada de una supuesta cueva en la garganta del barranco de la Encantada, en Planes, donde antaño los moros escondieron sus tesoros dejando que los custodiara una joven, la misma que vaga preguntando al caminante que le sale al paso si la desea más a ella que a las joyas que porta y enfureciéndose si el interlocutor prefiere la belleza de los objetos preciosos. Por su parte, en Rojales, otra de su estirpe se encuentra encerrada en el monte Cabezo Soler y en la noche de San Juan debe conseguir que un hombre valeroso la tome en brazos y la conduzca hacia el río Segura sorteando a los espíritus malignos. Si el valiente lo consigue, la mujer podrá mojar sus pies y romper el encantamiento, pero deben de ser muchos los cobardes, pues la leyenda continúa dando que hablar. Nuestro viaje por Alicante ha llegado a su fin, pero sus leyendas no se acaban aquí, pues el viento continúa susurrando en la sierra llamada de Mariola la trágica historia de la doncella que le da nombre y el Mediterráneo asegura que fue él quien llevó a Elche el arca con la Virgen, el texto y la música de su famoso Misterio... Otras leyendas, otras historias, otros caminos... La tumba de judas En el monte del Mascarat, por donde se abre el paso de Altea a Calpe o viceversa, dicen los relatos orales que vivió un temido bandolero cuya máscara dio nombre al lugar, aunque, según algunos historiadores, el término no viene sino de maka-as, palabra íbera que significa «piedra cortada». Tan pronto vino como pareció irse el malhechor, encontrándose, al poco de su «marcha» y en la montaña en la que solía ejercer su oficio de delincuente, el cadáver de un hombre irreconocible por la lepra. Unos se aventuraron a decir que se trataba de «El Mascarat», a quien anteriormente ya habían querido identificar con un joven desaparecido del pueblo cercano, pero la versión más osada de la leyenda dice que el finado no era otra que el propio Judas Iscariote... ¿Judas? ¿El traidor? Pues sí, ya que el más viejo relato del lugar se remonta, nada más y nada menos, que a los años errantes del apóstol. Sin dar crédito a San Mateo, la leyenda da por vivo a Judas y lo conduce hasta el mismo Mascarat, aún carente de tal nombre, y en esta huida, buscando reposo en su intento de atravesar el barranco, se sienta en una piedra y decide permanecer en la montaña hasta que, siglos después, se le encuentra muerto con todos los indicios de haber sido él el ladrón enmascarado. Dos leyendas que se dan la mano, se abrazan y se convierten en una sola por arte y gracia de la imaginación popular. El nazi de llombai En el Vall de Gallinera, concretamente en el Llombai alicantino no confundir con el valenciano-, apenas resiste en pie el lateral de una calle. Aunque ahora se haya rehabilitado una de sus casas y alguna otra conozca vecino, hace muchas décadas que el pueblo fue abandonado a su suerte. Fue a finales de los 40, cuando la soledad se le presentaba como el mejor refugio, cuando Stefan Gregor llegó a Llombai despertando la curiosidad en los alrededores. Hombre de actitudes poco corrientes, Don Estéfano, españolizado ya su nombre, gustaba de apropiarse de huertos ajenos y, por vaya usted a saber qué motivo, dio sepultura a su automóvil (uno de los pocos que debía haber entonces en todo el Vall) en un corral. Habitante único de Llombai, parece que Stefan intentaba dejar atrás un pasado reciente de esvásticas y brazos en alto; de desesperación, dolor y muerte que él mismo podría haber provocado. O intentaba redimir sus pecados o, lo más probable, huir de quienes lo perseguían para hacer justicia. ¿Criminal de guerra? Según la revista Spiegel, Gregor era austriaco y había sido jefe de uno de los crematorios de un campo de concentración nazi. Aún así, al día de hoy no se puede confirmar que esto sea cierto, pero su comportamiento, aunque quizás de orate, apuntaba a ello. Vivió en Llombai, pero se construyó una casa en lo alto de la atalaya rocosa de Penya Grossa, al lado de los restos del castillo de Benissili, un lugar privilegiado para vigilar los caminos y quitarle las ganas a quien pudiera querer apresarle, cosa que ya se había intentado infructuosamente. Con burros, nos cuentan, solían subirle los enseres a esa casucha, hoy convertida en refugio de montañeros. «El nazi de Llombai», como se le llama popularmente, murió sin aspavientos, pero su sombra creció aún más al hallarse en su casa unos jeroglíficos indescifrables y un manuscrito en el que se leían las palabras Kremlin y Rasputín. ¿Quién era este hombre?
Comentarios
Nos interesa tu opinión