Lugares mágicos
01/03/2005 (00:00 CET)
Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
El hechizo de las encantadas
Las leyendas sobre entidades femeninas que, víctimas de un hechizo o de una maldición, han quedado atrapadas en un determinado paraje arraigaron desde tiempos antiguos en toda la geografía española. Su presencia aparece asociada a lugares de poder y casi todas ellas presentan el mismo modelo mitológico, que evoca la estampa de las ninfas y otras deidades menores de la Grecia clásica. Son bellas, atusan sus rubios cabellos con peines de oro fino y, sobre todo, esperan a un hombre que las libere de ese cautiverio.
Pocas leyendas presentan una vitalidad similar. Desde tiempos remotos son incontables los lugares de España que se han convertido en escenario de relatos sobre una mujer encantada que espera el momento adecuado para sorprender a un hombre con un enigma, al que éste tendrá que responder acertadamente para liberarla del hechizo.
Las encantadas responden a unas características que resultan significativamente similares.
Son mujeres de deslumbrante belleza.
Tienen cabellos rubios que atusan insistentemente con un peine de oro, independientemente de la región española donde tengan su morada y se haya desarrollado su leyenda.
Residen en un paraje natural, en general rodeado por vegetación, donde han quedado aprisionadas por un hechizo o una maldición lanzada contra ellas. Habitualmente se trata de lugares de poder con fuerte carga simbólica: cuevas y lugares asociados al agua, como ríos, pozas o manantiales.
Puesto que su mayor deseo es romper el hechizo, se aparecen a un hombre que pueda obrar el milagro de su liberación. Casi siempre el varón elegido es un pastor.
El secreto de sus rubios cabellos
El cabello rubio y el peine de oro reflejan claramente un mito solar. Por este motivo, las encantadas presentan otra característica: hacerse visibles en la noche o en la madrugada del día de San Juan, el 24 de junio, una fecha mágica que las asocia a la memoria de los cultos paganos a la divinidad solar, cuya veneración solía manifestarse en la festividad del solsticio de verano. Esta efemérides señala el día más largo del año, que simboliza el triunfo de la luz a través de la plenitud del Sol. Por eso, en la fiesta de San Juan el fuego adquiere un notorio protagonismo, con el salto de hombres y mujeres por encima de las hogueras. En la tradición popular, tanto la noche de San Juan como el amanecer de este día gozan de una magia especial.
Estamos ante la pervivencia de antiguos ritos paganos en el marco de una celebración que la Cristiandad se se apropió, haciendo que la presidiera un santo. Sin embargo, la memoria ancestral del mito original persistió, como se ve en los grandes temas de esta festividad: predecir si las mozas encontrarán novio, inmersión en el agua como forma de purificación o renovación, o la curación de enfermedades con ramas de higuera, entre otros muchos. Estos antiguos gestos rituales, perpetuados como costumbres del pueblo y tolerados por la Iglesia, expresan la memoria de viejas creencias paganas sobre fórmulas para conseguir la fertilidad, la procreación, la protección frente a fuerzas hostiles y la salud, en el marco de una exaltación del Astro Rey como fuente de regeneración de la vida.
Cultos ancestrales
Es importante advertir un rasgo común de la leyenda de las encantadas. Para liberarse del hechizo, éstas le preguntan al pastor qué desea realmente, si a ella misma o al peine de oro con el cual atusa sus cabellos. El hombre prefiere quedarse con el valioso objeto. Esta elección encoleriza a la bella dama, quien le recrimina que, por su culpa, ella deberá permanecer hechizada durante otros cien años. Detrás de esta historia, contada hasta la saciedad de una punta a otra de España se esconden arquetipos y creencias provenientes incluso de la prehistoria.
La asociación de bellas mujeres con los parajes donde brota el agua nos remonta a la creencia en las ninfas de la mitología clásica. En Fortuna, Murcia, existe un antiquísimo santuario que proviene de época romana. Recibe el nombre de Cueva Negra. Allí se han descubierto centenares de inscripciones dedicadas a las ninfas y a varios dioses del panteón grecorromano como Asclepio, Baco o la hermosa Venus. En los siglos XIX y XX las campesinas todavía acudían a este lugar para parir, pues según la tradición oral, las aguas salutíferas que surgían de un manantial gozaban de grandes propiedades terapéuticas. Cerca de esta cueva hay un monte que se creía habitado por una encantada, conocida como «la mujer de Satán». Aquí también se observa esa extraña costumbre, tan antigua como la Humanidad, de venerar a la mujer como símbolo de la Magna Mater, la madre ancestral. Y al mismo tiempo, de demonizarla, especialmente por su atractivo sexual y por ese poder mágico de procrear y de perpetuar la vida. Los habitantes de Fortuna y sus alrededores subían hasta la montaña para rezarle y pedirle favores, que ella concedería utilizando sus poderes sobrenaturales.
No es la única encantada en tierras murcianas, pues también otra guarda sus misterios en la Cueva de Mayayo, en Sangonera la Seca, y también a orillas de la rambla de Nogalte, en Puerto Lumbreras. En Moratalla, tierra de redobles de tambores, se cuentan las andanzas de «la encantada de Benamor». Esta leyenda nos recuerda la trágica historia de la princesa Ordelina, que prometida en matrimonio al noble Sigiberto, traicionó su palabra antes de la boda para casarse con un rival de su enamorado. Se casó en vísperas de San Juan, pero no pudo consumar el matrimonio porque murió durante la noche de bodas, razón por la cual su alma quedó condenada a vagar sin descanso por aquellos lugares. Cada año, en la noche de San Juan, sale de su tumba y se aparece peinando sus cabellos en el arroyo de Benamor.
Sin abandonar Murcia, en Caravaca, famosa por su castillo templario y el culto a la reliquia de la Vera Cruz, encontramos a «la encantada de las Tosquillas». En este caso vuelve a repetirse un suceso legendario que tiene lugar en la madrugada del día de San Juan, cuando una mujer llamada María se encuentra con un hilo de lana que baja flotando a lo largo de la acequia. Se pone a devanarlo, hasta que aparece una figura femenina vestida de blanco. María, cansada de tirar una y otra vez del hilo, lo corta provocando el grito y la cólera de la mujer que se le había aparecido. Ésta le echa en cara no haber continuado tirando del hilo, ya que por su culpa permanecerá encantada otros trescientos años.
Muy cerca, en la provincia de Albacete, encontramos abundantes relatos de encantadas en la comarca de Hellín. Habitan enclaves de gran importancia histórica: el eremitorio de la Camareta, en Agramón, el viejo castillo de Isso y el yacimiento arqueológico más importante de la provincia, el Tolmo de Minateda.
Símbolos universales
Por más que nos sorprenda, los símbolos que aparecen en estas leyendas, como el constante peinado con un peine de oro y la aparición de un hilo del que hay que tirar, nos muestran la pista para relacionar estas creencias con las de zonas muy alejadas en la geografía española, lo que nos revela una milenaria tradición que se ha extendido por distintas y alejadas provincias con una fuerza inusitada.
A poco que se rastrean las leyendas de encantadas se observa la similitud que tienen con las andanzas y hábitos de una divinidad vasca, Mari, que simboliza a Ama Lur o Ama Lurra, la Madre Tierra. Es la manifestación de las fuerzas de la naturaleza, tanto como bendición de aquellos que la respetan y veneran como para castigo de quienes atentan contra el equilibrio natural. Ortiz-Oses escribe sobre ella: «integra Luna y Sol femeninos y carda o rotura con su mágico peine sagrado las hebras y surcos de un destino contenido en su brujeril espejo lunar». No en vano la adivinación a través de los espejos es muy antigua y, curiosamente, como manda la tradición, muchos de los rituales basados en la predicción de hechos futuros que se reflejan en los espejos tienen necesariamente que celebrarse en la noche de San Juan.
En Hadas, libro que forma parte de la trilogía Guía de los seres mágicos de España (Ed. Edaf), Jesús Callejo, uno de los más destacados investigadores españoles de los seres mágicos de la naturaleza, elabora un detallado estudio de las «hadas encantadas». Su naturaleza mágica, sometida a un hechizo, se confunde una y otra vez en la tradición oral con las encantadas, que son mujeres, pero que han quedado atrapadas en el mundo feérico a causa de una maldición.
Hadas encantadas
En el día de San Juan son características las apariciones de las xanas asturianas y las anjanas cántabras. Cuando llega la noche, las xanas tienen por hábito dejar en la orilla de los ríos las madejas de oro que han hilado durante el día. Según Callejo, aunque han sido llevadas al reino de las hadas, estos seres mágicos asturianos son de naturaleza humana y protegen tesoros fabulosos, siempre acompañadas de sus fieles cuélebres, los dragones míticos de la tradición asturiana. Cuando llega la noche de San Juan, ellas aprovechan el momento en que duermen los dragones y atraen a los hombres que pasan por allí. Si uno de ellos consigue tocar a la mujer con una rama verde de sauce, la liberará. Entonces la dama se quitará su ceñidor de flores y llevará al hombre hasta el interior de la gruta para entregarle el tesoro y quedarse con él, si la quiere por compañera.
Repitiendo una vez más el arquetipo, las lamias vascas viven en cuevas, tienen cabellos rubios y los peinan a orillas de las rías con un peine de oro. Este objeto es tan importante para ellas, que la mayor ofensa que se les puede hacer es robárselo. Tienen por costumbre ganarse los favores de los hombres y vivir con ellos, si es posible. Mari, cuya apariencia habitual es la de una lamia, también se vincula a la exaltación de la naturaleza, a las fuerzas telúricas y a la fertilidad.
Este mito nos muestra la vitalidad de las fuerzas de la naturaleza, de Gaia, la Madre Tierra, tan generosa con sus hijos como férrea a la hora de castigar a los seres humanos cuando no respetan su entorno vital.
Las hadas encantadas gallegas, las mouras, se muestran como serpientes, aunque también son rubias y peinan sus cabellos con idéntica obsesión. En el lenguaje críptico de los iniciados este ofidio, la serpe o cóbrega, representa a la energía universal Kundalini, surgiendo de las entrañas de la tierra, enroscándose en las piernas del hombre, que ha de soportar esta prueba para desencantar a la naturaleza dormida, encarnada en una figura mágica femenina que representa a la Madre Tierra.
Es sorprendente comprobar la supervivencia de esta mitología solar femenina en el folclore popular español. De hecho, la figura del pastor al que se aparece la mujer o el hada encantada se observa igualmente con mucha frecuencia en el tema recurrente de las visiones de la Virgen por parte de pastores. Esta representación clásica de las apariciones marianas indica que también en este caso hubo una transferencia del mito pagano, en el cual el pastor simboliza al hombre natural primigenio y la Virgen a la antigua Diosa Madre.
De modo que tenemos un antiguo legado que se ha transmitido en forma de leyenda, con el fin de que no olvidemos nunca nuestro vínculo con la Magna Mater, la madre ancestral de la que todo procede. A lo largo de siglos y milenios una maldición la ha tenido hechizada y atada a esa dimensión mágica donde residen los espíritus elementales. El anhelo profundo del inconsciente colectivo humano, desde que el patriarcado desbarató los linajes de la sociedad matriarcal y el culto oficiado por las sacerdotisas de la Diosa, es reencontrarse con esa otra parte de la energía reprimida, representada por «el Sol femenino», sin el cual no podremos encontrar el equilibrio que tan imprescindible resulta para la evolución de la Humanidad.
Las encantadas responden a unas características que resultan significativamente similares.
Son mujeres de deslumbrante belleza.
Tienen cabellos rubios que atusan insistentemente con un peine de oro, independientemente de la región española donde tengan su morada y se haya desarrollado su leyenda.
Residen en un paraje natural, en general rodeado por vegetación, donde han quedado aprisionadas por un hechizo o una maldición lanzada contra ellas. Habitualmente se trata de lugares de poder con fuerte carga simbólica: cuevas y lugares asociados al agua, como ríos, pozas o manantiales.
Puesto que su mayor deseo es romper el hechizo, se aparecen a un hombre que pueda obrar el milagro de su liberación. Casi siempre el varón elegido es un pastor.
El secreto de sus rubios cabellos
El cabello rubio y el peine de oro reflejan claramente un mito solar. Por este motivo, las encantadas presentan otra característica: hacerse visibles en la noche o en la madrugada del día de San Juan, el 24 de junio, una fecha mágica que las asocia a la memoria de los cultos paganos a la divinidad solar, cuya veneración solía manifestarse en la festividad del solsticio de verano. Esta efemérides señala el día más largo del año, que simboliza el triunfo de la luz a través de la plenitud del Sol. Por eso, en la fiesta de San Juan el fuego adquiere un notorio protagonismo, con el salto de hombres y mujeres por encima de las hogueras. En la tradición popular, tanto la noche de San Juan como el amanecer de este día gozan de una magia especial.
Estamos ante la pervivencia de antiguos ritos paganos en el marco de una celebración que la Cristiandad se se apropió, haciendo que la presidiera un santo. Sin embargo, la memoria ancestral del mito original persistió, como se ve en los grandes temas de esta festividad: predecir si las mozas encontrarán novio, inmersión en el agua como forma de purificación o renovación, o la curación de enfermedades con ramas de higuera, entre otros muchos. Estos antiguos gestos rituales, perpetuados como costumbres del pueblo y tolerados por la Iglesia, expresan la memoria de viejas creencias paganas sobre fórmulas para conseguir la fertilidad, la procreación, la protección frente a fuerzas hostiles y la salud, en el marco de una exaltación del Astro Rey como fuente de regeneración de la vida.
Cultos ancestrales
Es importante advertir un rasgo común de la leyenda de las encantadas. Para liberarse del hechizo, éstas le preguntan al pastor qué desea realmente, si a ella misma o al peine de oro con el cual atusa sus cabellos. El hombre prefiere quedarse con el valioso objeto. Esta elección encoleriza a la bella dama, quien le recrimina que, por su culpa, ella deberá permanecer hechizada durante otros cien años. Detrás de esta historia, contada hasta la saciedad de una punta a otra de España se esconden arquetipos y creencias provenientes incluso de la prehistoria.
La asociación de bellas mujeres con los parajes donde brota el agua nos remonta a la creencia en las ninfas de la mitología clásica. En Fortuna, Murcia, existe un antiquísimo santuario que proviene de época romana. Recibe el nombre de Cueva Negra. Allí se han descubierto centenares de inscripciones dedicadas a las ninfas y a varios dioses del panteón grecorromano como Asclepio, Baco o la hermosa Venus. En los siglos XIX y XX las campesinas todavía acudían a este lugar para parir, pues según la tradición oral, las aguas salutíferas que surgían de un manantial gozaban de grandes propiedades terapéuticas. Cerca de esta cueva hay un monte que se creía habitado por una encantada, conocida como «la mujer de Satán». Aquí también se observa esa extraña costumbre, tan antigua como la Humanidad, de venerar a la mujer como símbolo de la Magna Mater, la madre ancestral. Y al mismo tiempo, de demonizarla, especialmente por su atractivo sexual y por ese poder mágico de procrear y de perpetuar la vida. Los habitantes de Fortuna y sus alrededores subían hasta la montaña para rezarle y pedirle favores, que ella concedería utilizando sus poderes sobrenaturales.
No es la única encantada en tierras murcianas, pues también otra guarda sus misterios en la Cueva de Mayayo, en Sangonera la Seca, y también a orillas de la rambla de Nogalte, en Puerto Lumbreras. En Moratalla, tierra de redobles de tambores, se cuentan las andanzas de «la encantada de Benamor». Esta leyenda nos recuerda la trágica historia de la princesa Ordelina, que prometida en matrimonio al noble Sigiberto, traicionó su palabra antes de la boda para casarse con un rival de su enamorado. Se casó en vísperas de San Juan, pero no pudo consumar el matrimonio porque murió durante la noche de bodas, razón por la cual su alma quedó condenada a vagar sin descanso por aquellos lugares. Cada año, en la noche de San Juan, sale de su tumba y se aparece peinando sus cabellos en el arroyo de Benamor.
Sin abandonar Murcia, en Caravaca, famosa por su castillo templario y el culto a la reliquia de la Vera Cruz, encontramos a «la encantada de las Tosquillas». En este caso vuelve a repetirse un suceso legendario que tiene lugar en la madrugada del día de San Juan, cuando una mujer llamada María se encuentra con un hilo de lana que baja flotando a lo largo de la acequia. Se pone a devanarlo, hasta que aparece una figura femenina vestida de blanco. María, cansada de tirar una y otra vez del hilo, lo corta provocando el grito y la cólera de la mujer que se le había aparecido. Ésta le echa en cara no haber continuado tirando del hilo, ya que por su culpa permanecerá encantada otros trescientos años.
Muy cerca, en la provincia de Albacete, encontramos abundantes relatos de encantadas en la comarca de Hellín. Habitan enclaves de gran importancia histórica: el eremitorio de la Camareta, en Agramón, el viejo castillo de Isso y el yacimiento arqueológico más importante de la provincia, el Tolmo de Minateda.
Símbolos universales
Por más que nos sorprenda, los símbolos que aparecen en estas leyendas, como el constante peinado con un peine de oro y la aparición de un hilo del que hay que tirar, nos muestran la pista para relacionar estas creencias con las de zonas muy alejadas en la geografía española, lo que nos revela una milenaria tradición que se ha extendido por distintas y alejadas provincias con una fuerza inusitada.
A poco que se rastrean las leyendas de encantadas se observa la similitud que tienen con las andanzas y hábitos de una divinidad vasca, Mari, que simboliza a Ama Lur o Ama Lurra, la Madre Tierra. Es la manifestación de las fuerzas de la naturaleza, tanto como bendición de aquellos que la respetan y veneran como para castigo de quienes atentan contra el equilibrio natural. Ortiz-Oses escribe sobre ella: «integra Luna y Sol femeninos y carda o rotura con su mágico peine sagrado las hebras y surcos de un destino contenido en su brujeril espejo lunar». No en vano la adivinación a través de los espejos es muy antigua y, curiosamente, como manda la tradición, muchos de los rituales basados en la predicción de hechos futuros que se reflejan en los espejos tienen necesariamente que celebrarse en la noche de San Juan.
En Hadas, libro que forma parte de la trilogía Guía de los seres mágicos de España (Ed. Edaf), Jesús Callejo, uno de los más destacados investigadores españoles de los seres mágicos de la naturaleza, elabora un detallado estudio de las «hadas encantadas». Su naturaleza mágica, sometida a un hechizo, se confunde una y otra vez en la tradición oral con las encantadas, que son mujeres, pero que han quedado atrapadas en el mundo feérico a causa de una maldición.
Hadas encantadas
En el día de San Juan son características las apariciones de las xanas asturianas y las anjanas cántabras. Cuando llega la noche, las xanas tienen por hábito dejar en la orilla de los ríos las madejas de oro que han hilado durante el día. Según Callejo, aunque han sido llevadas al reino de las hadas, estos seres mágicos asturianos son de naturaleza humana y protegen tesoros fabulosos, siempre acompañadas de sus fieles cuélebres, los dragones míticos de la tradición asturiana. Cuando llega la noche de San Juan, ellas aprovechan el momento en que duermen los dragones y atraen a los hombres que pasan por allí. Si uno de ellos consigue tocar a la mujer con una rama verde de sauce, la liberará. Entonces la dama se quitará su ceñidor de flores y llevará al hombre hasta el interior de la gruta para entregarle el tesoro y quedarse con él, si la quiere por compañera.
Repitiendo una vez más el arquetipo, las lamias vascas viven en cuevas, tienen cabellos rubios y los peinan a orillas de las rías con un peine de oro. Este objeto es tan importante para ellas, que la mayor ofensa que se les puede hacer es robárselo. Tienen por costumbre ganarse los favores de los hombres y vivir con ellos, si es posible. Mari, cuya apariencia habitual es la de una lamia, también se vincula a la exaltación de la naturaleza, a las fuerzas telúricas y a la fertilidad.
Este mito nos muestra la vitalidad de las fuerzas de la naturaleza, de Gaia, la Madre Tierra, tan generosa con sus hijos como férrea a la hora de castigar a los seres humanos cuando no respetan su entorno vital.
Las hadas encantadas gallegas, las mouras, se muestran como serpientes, aunque también son rubias y peinan sus cabellos con idéntica obsesión. En el lenguaje críptico de los iniciados este ofidio, la serpe o cóbrega, representa a la energía universal Kundalini, surgiendo de las entrañas de la tierra, enroscándose en las piernas del hombre, que ha de soportar esta prueba para desencantar a la naturaleza dormida, encarnada en una figura mágica femenina que representa a la Madre Tierra.
Es sorprendente comprobar la supervivencia de esta mitología solar femenina en el folclore popular español. De hecho, la figura del pastor al que se aparece la mujer o el hada encantada se observa igualmente con mucha frecuencia en el tema recurrente de las visiones de la Virgen por parte de pastores. Esta representación clásica de las apariciones marianas indica que también en este caso hubo una transferencia del mito pagano, en el cual el pastor simboliza al hombre natural primigenio y la Virgen a la antigua Diosa Madre.
De modo que tenemos un antiguo legado que se ha transmitido en forma de leyenda, con el fin de que no olvidemos nunca nuestro vínculo con la Magna Mater, la madre ancestral de la que todo procede. A lo largo de siglos y milenios una maldición la ha tenido hechizada y atada a esa dimensión mágica donde residen los espíritus elementales. El anhelo profundo del inconsciente colectivo humano, desde que el patriarcado desbarató los linajes de la sociedad matriarcal y el culto oficiado por las sacerdotisas de la Diosa, es reencontrarse con esa otra parte de la energía reprimida, representada por «el Sol femenino», sin el cual no podremos encontrar el equilibrio que tan imprescindible resulta para la evolución de la Humanidad.
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