Los tesoros perdidos de los piratas
El historiador Javier Martínez-Pinna nos descubre en su libro 'Eso no estaba en mi libro de historia de la piratería' (Almuzara, 2021) decenas de historias relacionadas con los piratas y su mundo. Entre ellas, analiza qué hay de mito y qué de realidad sobre los legendarios tesoros piratas. En este extracto encontraréis la respuesta.
Entre los puertos caribeños y los de la península ibérica se organizó un lucrativo comercio transatlántico caracterizado por la llegada de ingentes cantidades de oro y plata. El atractivo del Nuevo Mundo atrajo, de esta forma, a todo tipo de navegantes y exploradores que, poco a poco, fueron agrandando las dimensiones del Imperio español en territorio americano. También provocó la fascinación de muchos individuos que llegaron al Caribe con la idea de enriquecerse ilícitamente, recurriendo al asalto de unos navíos repletos de riquezas que surcaban el océano en dirección a Europa.
En este contexto, la creencia en la existencia de fabulosos tesoros comenzó a fraguarse desde bien pronto, pero esta fiebre por el metal amarillo se fue intensificando por la aparición de una serie de obras literarias muy populares, sobre todo en el siglo XIX. En El libro de los piratas de Howard Pyle leemos:
El nombre de pirata está asociado con ideas de riqueza, cofres de joyas enterrados, lingotes de oro, bolsas de relucientes monedas, ocultos en secretos y solitarios paisajes, fuera de los caminos conocidos, enterrados en salvajes playas, o a orillas de ríos y de inexploradas costas de mar, cerca de rocas y árboles con misteriosas marcas […]. A menudo asesinado o capturado, el pirata nunca podía regresar donde dejaba su tesoro, inmensas sumas permanecen enterradas en esos lugares, y están irremediablemente perdidas. La búsqueda es hecha por personas quienes con picos y palas se precipitan para obtener barras de oro, diamantes, cruces relucientes entre el polvo, bolsas de doblones de oro, 242 ducados y perlas. Estos cofres están cerrados con grandes candados y cadenas, pero todos estos tesoros están escondidos de tal forma que aún no han sido descubiertos. ¡Esperan por ti!
Algunos piratas tuvieron la idea de esconder una parte importante de sus tesoros en islas desiertas del Pacífico y el Caribe
En general, a estos piratas les resultaba mucho más sencillo conseguir un suculento botín que llevárselo consigo a un lugar seguro, ¿los motivos?, los conocemos de sobra: el temor a caer en manos de un navío de guerra español, la desconfianza hacia sus propios compañeros que no siempre respetaron el tan ansiado reparto del tesoro y, sobre todo, desde finales del siglo XVIII, la escasez de bases donde poder cobijarse después de sus asaltos en el mar. En la mayor parte de las ocasiones, estas riquezas terminaron en los bolsillos de prostitutas y taberneros, aunque a pesar de todo algunos de estos lobos de mar tuvieron la idea de esconder una parte importante de sus tesoros en islas desiertas del Pacífico y el Caribe para poder recuperarlos más tarde y asegurarse una jubilación tranquila. Sabemos, efectivamente, que no pocos tesoros fueron enterrados en playas desiertas y recónditas cuevas como en el archipiélago de las Galápagos, en la isla del Malpelo, en la de Clipperton y en la del Coco. Pues bien, en relación con estos tesoros, buscados incesantemente por todo tipo de aventureros e investigadores, surgieron una serie de mapas que solían marcar, a veces con una X, el lugar exacto donde debía comenzar la búsqueda pero, como imaginará el intrépido lector, la localización era siempre imprecisa, con direcciones inexactas e intrincados acertijos que era necesario descifrar para llevar a buen fin la apasionante aventura. Por supuesto, muchos buscadores de tesoros (en verdad, casi todos) fueron engañados con falsos mapas, otros iniciaron sus investigaciones basándose en simples rumores transmitidos de generación en generación y en leyendas que quedaron grabadas en la mente de los hombres de mar desde el siglo XVII. A pesar de todo, algunos de estos tesoros, tan anhelados por aquellos que leyeron con fruición libros como La isla del tesoro, de R. L. Stevenson, o El escarabajo de oro, de Edgar Allan Poe, fueron finalmente encontrados, viendo así cumplido un sueño por el que muchos han suspirado en los últimos doscientos años.
LOS TESOROS DE LOS GRANDES PIRATAS
Juan Florín, fue un sangriento pirata que capturó parte del tesoro de Motecuhzoma que Cortés envió a su emperador, Carlos I, tras la conquista de la capital azteca. A Florín le siguieron otros muchos que trataron de emular los logros del navegante francés, entre ellos François Le Clerc, John Hawkins, Francis Drake, Walter Raleigh y el Olonés, un personaje alrededor del cual se generaron múltiples leyendas relacionadas con la existencia de tesoros perdidos. Este inmisericorde y desalmado pirata sometió a la localidad de Puerto Cabellos a un brutal y violento saqueo debido a su obsesión por hacerse con un suculento botín. No cuesta trabajo suponer que muchos de los individuos de esta pequeña localidad, hoy conocida como San Pedro de Sula, fundada en 1536 por Pedro de Alvarado, tuvieron que evacuar sus más preciadas riquezas antes de que fuesen a parar a manos de los hombres del monstruo francés. Para aligerar la carga, sus habitantes se deshicieron de sus pequeños tesoros y los dejaron escondidos en algunos de los lugares más recónditos que pudieron encontrar. Algunos pudieron ser recuperados pero otros, por causas del destino siempre incierto, permanecieron enterrados y olvidados ya que sus dueños no pudieron regresar para reclamar lo que fue suyo. Lo más llamativo de todo es que en torno a esta región se generó una tradición popular, que podría ser un fiel reflejo de lo que en su día pudo acontecer en estas tierras. Cuentan los lugareños que los alrededores de esta ciudad pueden estar repletos de escondites que acogerían innumerables riquezas. Muy cerca, en la isla de Utila, por poner un ejemplo, hay una pequeña colina llamada Pumpkin Hill, perforada por múltiples cuevas entre las que destacan la de Brandon Hill, donde se dice que hay escondido un imponente tesoro pirata.
Uno de los tesoros más ambicionados es el de Francis Drake, un corsario al servicio de la reina Isabel que, como ya sabemos, asoló la costa del Pacífico desde el estrecho de Magallanes hasta México. Algunos investigadores y excéntricos buscadores de tesoros han llegado a asegurar que en Coquimbo, Chile, debe permanecer oculto un gran botín dejado en este lugar por el corsario inglés a la espera de ser descubierto. Otro de los grandes piratas relacionados con la existencia de un tesoro perdido es Henry Morgan, un capitán celoso de su enorme fortuna, amasada después de años de rapiña y violencia desmedida. De él se cuenta que guardó parte de su oro en un gran cofre enterrado en una pequeña isla desierta, tan diminuta, que no aparecía en ningún mapa. Recordemos que Morgan fue capturado y conducido hasta Inglaterra para ser juzgado por sus numerosos crímenes y que, tras ser absuelto, e incluso premiado por su rey con el título de sir, volvió a Jamaica como vicegobernador. Al parecer, nada más llegar a su destino, Morgan inició un nuevo viaje con el único objetivo de recuperar su tesoro; algunos piensan que lo escondió en la isla de Jamaica, otros que lo dilapidó en pocas semanas como consecuencia de su irrefrenable pasión por las prostitutas y el alcohol. Otra versión relata que no halló ni rastro del tesoro, tal vez porque alguno de sus hombres habría aprovechado la ausencia del capitán para hacerse con la enorme fortuna.
LA LEYENDA DEL CAPITÁN KIDD
La leyenda más auténtica y genuina sobre la existencia de un espectacular tesoro pirata se forjó unos años más tarde, durante la vida de un corsario británico: el capitán Kidd. Recordemos que William Kidd nació en Escocia en 1645 y que siendo muy joven decidió ingresar en la Royal Navy, donde destacó por sus hechos de armas contra diversos buques de la Armada francesa. En 1691 se estableció en Nueva York, aunque no tardó mucho tiempo en volverse a echar a la mar en busca de nuevas aventuras, en esta ocasión como un corsario al servicio del reino de Inglaterra. En una de sus acciones Kidd atacó un barco bajo pabellón inglés, acción esta por la que fue acusado de piratería. Recordemos también que, en 1698, logró capturar una importante presa, el Quedah Merchant, un barco mercante en cuyas bodegas se almacenaban importantes riquezas, pero sus hombres terminaron desertando cuando su capitán malvendió el cargamento dejando a su tripulación sin el anhelado botín. Se inició a partir de entonces una carrera contrarreloj que terminó en 1699 con la detención de Kidd en Boston y con su traslado a Londres para ser juzgado y condenado a muerte en 1701 por saqueo ilegal y homicidio.
Los rumores sobre el tesoror del capitán Kidd, valorado en más de un millón de libras esterlinas, empujaron a aventureros y cazatesoros a seguir los pasos del legendario corsario
El enigma del capitán Kidd no acabó con su vida. Los rumores se empezaron a propagar por tabernas, puertos y villas marítimas de ambos hemisferios. Habladurías que hacían referencia a un tesoro oculto, valorado en más de un millón de libras esterlinas, y que empujaron a un variopinto grupo de aventureros, bohemios y cazatesoros a seguir los pasos que había recorrido el antiguo corsario, y así comprender el itinerario seguido para enterrar su tesoro. A pesar de que excavaron afanosamente en una y otra isla, nadie pudo encontrar ni una sola pista del misterioso botín, dando alas a la imaginación, en una sociedad ávida de riquezas y que comenzó a leer con fruición las nuevas novelas sobre piratas que alimentaron con esperanza tan vanas ilusiones.
En cuanto a la localización del tesoro, muchos opinan que el lugar más probable habría que situarlo entre Long Island y la costa de Connecticut. Si no conocemos el lugar donde se ocultó, menos aún sabemos sobre su contenido. Una idea nos la pueden dar las palabras del acusado cuando en el juicio algunos de sus hombres presentaron, como prueba de las actividades delictivas de su capitán, diversos cofres, repletos de oro y joyas, que habían sido enterrados como parte de un tesoro mayor escondido en algún lugar desconocido de la neoyorquina isla de Gardiners. Ante dicha demostración, y sabiendo que todo estaba perdido, Kidd aseguró que eso no era su tesoro, que el suyo era mucho más valioso y cuantioso, y que permanecería oculto por los siglos de los siglos.
Una tradición cuenta que los hombres de Kidd asesinaron a todos los habitantes de una isla japonesa y que en una de sus cuevas escondieron un fabuloso tesoro
En 2007 unos arqueólogos de la Universidad de Indiana encontraron los restos hundidos de un navío a veinte metros de la costa de la isla de Santa Catalina, en la República Dominicana. El equipo aseguró, a pesar de que las pruebas no fueron definitivas, que el barco encontrado se trataba del Quedah Merchant, en cuyo interior no quedaba nada de lo que en un principio sostienen los historiadores que llevaba el barco justo antes de llegar a la Española: telas, sedas, oro y plata, por lo que los investigadores consideraron, en su gran mayoría, que el tesoro tuvo que ser evacuado y escondido en esta isla caribeña. Otros buscaron mucho más lejos. Según cuentan las leyendas, el capitán Kidd también atacó una isla japonesa en el archipiélago de las islas Tokara, al sur de Kagoshima. Muy cerca de allí, en la isla de Takarajima, una tradición cuenta que los hombres de Kidd asesinaron a todos sus habitantes y que en una de sus cuevas escondieron un fabuloso tesoro. No muy lejos de allí, en la isla vietnamita de Phú Quóc, las tradiciones también aseguran que existe un botín enterrado perteneciente a Kidd.
Hasta este lugar se dirigieron dos temerarios escritores en 1987, para tratar de descubrir la parte de verdad que se escondía tras esos rumores, pero su aventura no llegó muy lejos, ya que fueron inmediatamente detenidos por la policía vietnamita por atravesar ilegalmente la frontera. En 2000, un buque capitaneado por el investigador Barry Clifford encontró en aguas de la isla de Santa María, cercana a Madagascar, los restos de lo que en su día fue el Adventure Galley. Tras muchas inmersiones solo fue capaz de recuperar unas cuantas botellas de ron y restos de porcelana china de la dinastía Ming. Muchos sintieron la esperanza de encontrar una nueva pista que les pusiese en el camino para encontrar el tesoro que durante su vida amasó el carismático pirata. Lamentablemente no fue así, de manera que el misterio sigue sin desvelarse.
El tesoro del capitán Kidd se ha tratado de encontrar en otros muchos lugares. Uno de ellos fue la isla de Juan Fernández. Otros apuntaron mucho más hacia el norte, más concretamente a la isla de la Pasión, o de Clipperton, cerca de la costa oeste mexicana.
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