La pista española de los lingotes de oro nazis
Los nazis acumularon oro a través de todos los medios que estaban a su alcance. Gracias a ello, Alemania consiguió los dividendos necesarios para sostener su maquinaria bélica. Muchos países europeos participaron del negocio. Y, entre ellos, España
Adolf Hitler comprendió perfectamente que, para ganar una guerra, se necesitaban únicamente tres cosas: oro, oro y más oro. Por esa razón, a medida que los países europeos fueron ocupados, la primera orden que recibían los ejércitos de la Wehrmacht era acudir al respectivo Banco Central e incautarse del oro allí almacenado. Así, se requisaron las reservas de Austria, Checoslovaquia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Italia, Yugoslavia, Albania y Grecia. Sin embargo, fallaron en el intento de hacerse con las de Francia, Polonia, Noruega y Dinamarca, pues sus dirigentes consiguieron llevar el oro a lugares seguros. Esta misión de saqueo sistemático correspondía a agentes previamente seleccionados. Pero ésa no fue la única fuente que abasteció de oro a Berlín.
Como cita el periodista Laurence Rees en su libro Auschwitz (Crítica, 2005), la comunidad judía aportó una sustanciosa cantidad en forma de anillos, pendientes, pisapapeles, colgantes... El material era arrebatado durante los registros de entrada en los campos de concentración a los que fueron deportados millones de judíos, muchos de los cuales acabaron siendo incinerados en los hornos crematorios.
Las cenizas resultantes se esparcían por los montes colindantes, no sin que antes soldados o prisioneros las palparan buscando dientes de oro.
Todos estos lingotes, joyas y dientes fueron clasificados, empaquetados y enviados a la ceca prusiana en Berlín, donde se fundían para conseguir nuevos lingotes. Se calcula que, gracias a estos saqueos, el Tercer Reich consiguió acumular 550 toneladas de oro, a las que habría que sumar las procedentes de los campos de exterminio y del robo a particulares. Esta cantidad es lo que se conoce como el "oro nazi", cuya historia nos ha llegado gracias a los informes de los funcionarios norteamericanos de los departamentos de Estado, del Tesoro y de la Reserva Federal, que se desplazaron a Alemania para investigar los libros de contabilidad del Departamento de Metales Preciosos del Reichsbank. En aquella época, el oro era el único medio de pago para conseguir divisas.
LAS RESERVAS, BAJO MÍNIMOS
Ningún país europeo libre tuvo escrúpulos para negociar con este oro. Ni siquiera los mal llamados neutrales, como Suiza o Portugal. Los informes demostraron que la mayor parte de los gobiernos conocían la procedencia exacta de los lingotes que compraban a Berlín. La gran pregunta, hasta ahora, consistía en averiguar si también nuestro país participó en este negocio y si, en el caso de haberlo hecho, todavía se almacenan lingotes acuñados con el símbolo nazi en el Banco de España. Para ello, el Gobierno español ha creado diferentes grupos de trabajo, como la Comisión de investigación de las transacciones de oro procedentes del Tercer Reich, dirigida por el catedrático de Historia Económica en la Universidad de Alcalá, Pablo Martín Aceña.
Al inicio de la Guerra Civil, el gobierno de la República contaba en el Banco de España con unas reservas de oro estimadas en 707 toneladas, lo que convertían al país en el cuarto más rico del mundo tras la Reserva Federal de Estados Unidos, el Banco de Francia y el Banco de Inglaterra. El gobierno de Azaña utilizó 704 toneladas para comprar armamento, víveres y utensilios a naciones extranjeras, principalmente a Rusia. Cuando Franco se alzó victorioso, descubrió que España se encontraba literalmente en bancarrota. Así pues, se hacía urgente recuperar parte del tesoro gastado, pero en 1939 la situación no era tan fácil, ya que la II Guerra Mundial dividió a Europa en dos bandos: los gobiernos democráticos y los fascistas. España se declaró neutral, para pasar meses después al estatus de país no beligerante, lo que, en la práctica, equivalía a posicionarse junto al Eje, pero sin el deseo de pelear.
Esta situación provocó, en el resto de naciones, recelo a aceptar dinero español por miedo a que sirviera para ayudar a Alemania. Y no se equivocaban. Franco tenía una deuda pendiente con Hitler por la ayuda prestada durante la Guerra Civil y se acercaba el momento de saldarla. Así, Berlín fue la única capital dispuesta a venderle a Franco parte de su oro a cambio de dinero y materias primas muy concretas. Para estudiar cómo se canalizaron tales ventas es imprescindible acudir a los archivos del Banco de España, donde se guardan unos documentos llamados Libros de compra de oro en el extranjero, escritos en los años de la postguerra y en cuyas páginas se relata cómo se celebraron las transacciones económicas con el Tercer Reich.
COMIENZAN LAS COMPRAS
Pese a poseer tales archivos, el protagonista indiscutible de esta historia no fue el Banco de España, sino el Instituto Español de Moneda Extranjera (IEME), el organismo de control de cambios que recibió en septiembre de 1939 todas las competencias en materia de política monetaria exterior. Lo dirigía Blas Huete, un hombre delgado, aquejado de artritis progresiva y gran experto en el control de cambios. Quienes le conocieron destacaron de él su carácter obstinado, arisco e inexpresivo, defectos que suplía con una mente ágil que, como cita Pablo Martín Aceña en su libro El oro de Moscú y el oro de Berlín (Taurus, 2001), "sorprendía a sus interlocutores".
El IEME dependía del ministro de Comercio, Demetrio Carceller, y es muy posible que ni el propio Franco estuviera al tanto de todo lo que sucedía en su seno. Ayudado por los subdirectores Manuel Vila y Alejandro Bermúdez, Huete se lanzó al mercado internacional buscando lingotes de oro con los que reabastecer los sótanos del Banco de España. Las facturas archivadas en los expedientes del IEME demuestran que la primera compra se efectuó en marzo de 1942 al Banco Nacional Suizo. En total se adquirieron 279 lingotes con un peso fino de 3,6 toneladas. A partir de entonces, las compras se generalizarían y, en 1943, llegaron a España avalanchas de metal procedente de diversas capitales europeas.
Huete y sus compañeros siempre evitaron tratar con el Reichsbank, el Banco Central de la Alemania nazi. Sabedores los aliados de que España y otros países como Portugal o Suiza comerciaban con el Reich, alargando de ese modo la guerra, emitieron un mensaje en el que anunciaban que, finalizada la guerra, no reconocerían como legítimo ningún contrato alcanzado con Berlín. Muchos países no percibieron el alcance de la amenaza, pero sí Huete, quien decidió puentear al Reichsbank para evitar futuras represalias y acudir a los mercados de Londres, Lisboa o Berna.
Aun así, es muy probable que parte de los lingotes que llegaban a España procedieran del "oro nazi". En primer lugar porque Alemania se convirtió en el principal socio comercial del franquismo y, en segundo lugar, porque la Europa de aquellos días pertenecía casi exclusivamente a Hitler. De hecho, los documentos citados atestiguan que a Madrid llegaron 30,3 toneladas de lingotes con la esvástica grabada en una de sus caras. La Comisión de Control aliada, creada tras la guerra, demostraría que 26,8 toneladas de esa remesa procedían del expolio llevado a cabo por los nazis.
¿Qué ofrecía el IEME a cambio del oro? La España de los años cuarenta era un país en ruinas, con una población falta de todo, a excepción de sus materias primas, y especialmente del wolframio, abundante en la Península y que resultaba indispensable para revestir los tanques nazis. Hasta el inicio de la guerra, Alemania se abastecía del wolframio en países tan lejanos como la India, pero el comienzo de las hostilidades cerró las rutas de abastecimiento, convirtiendo a España en su principal proveedor, y no sólo de wolframio, ya que los nazis también compraban trigo, combustible, ropa...
TRENES CARGADOS DE ORO
Igual de apasionante al de la compra es el relato de cómo se trasladaban hasta Madrid los lingotes amarillos. La mayor parte del negocio se realizó mediante el pago de divisas, pero parte del mismo llegó por carretera y convoyes de tren. Todo se hizo en secreto. Ni siquiera Walter Becker, agregado comercial de la Embajada del Reich en Madrid, pudo narrar a los miembros de la División Financie ra del Gobierno Militar norteamericano, durante el interrogatorio al que fue sometido en 1945, cómo se realizaban los traslados. Sin embargo, hoy sí conocemos cuáles fueron las rutas seguidas. En el año 2000 un hombre llamado Jonathan Ruiz topó, mientras paseaba por la estación pirenaica de Canfranc (Huesca), con cientos de documentos corroídos por el paso del tiempo y en los que se hablaba del trasiego de oro procedente del Reich con destino a Madrid, así como de cantidades, numeraciones, peso...
Los medios de comunicación se hicieron eco de la noticia y los periodistas pudieron hablar con algunos ancianos del lugar, que relataron cómo, durante la II Guerra Mundial, un destacamento de las SS y de la Gestapo custodiaba la estación permanentemente. Incluso se contactó con antiguos trabajadores de la estación, como Daniel Sánchez, quien ayudando a trasladar las cajas de un tren a otro pudo ver y tocar durante breves instantes las barras de oro. Los documentos de Canfranc atestiguan que tal tráfico existió. En ocasiones se realizaron hasta cinco viajes mensuales, aunque la frecuencia aumentó a mediados de 1943. Si el oro se transportaba en camión, cada uno de ellos podía cargar dos toneladas pero, en tren, el volumen era mucho mayor. Conviene señalar que, además de Canfranc, el otro punto de entrada fue la aduana de Irún: por la ciudad vasca cruzó el 55% del oro de Europa. Una vez llegaban los cargamentos al Banco de España, los responsables del IEME se lo notificaban al gobernador y al cajero de metálico. Después, se abrían las cajas, se pesaba el oro, se analizaba la aleación y se anotaba el remitente, el peso bruto fino, la fecha de compra, la ley del metal, la nacionalidad del lingote y su fecha de fundición. El proceso concluía con el acomodo de las barras en los anaqueles de la cámara.
LA POLÍTICA DE RESTITUCIÓN
Tras la guerra llegó el momento de pedir responsabilidades. Los documentos del Departamento del Tesoro norteamericano indican que el objetivo era recuperar todo el oro expoliado por los nazis para devolverlo a sus legítimos propietarios, indemnizar a los perjudicados y quedarse el tesoro restante para compensar sus gastos de guerra. Para ello se ideó, en 1943, el programa Safehaven. El primer paso era averiguar dónde estaban repartidas las 735 toneladas de oro que los aliados reclamaban como procedentes del expolio. Para canalizar ese tesoro se creó, a sugerencia del economista James W. Angel, un fondo de oro único en el que entrarían –y del que saldrían– todos los lingotes localizados. El 27 de septiembre de 1946 se creó la Comisión Tripartita del Oro (CTO) con sede en Bruselas. La dirigían el norteamericano Russel H. Dorr, el británico Desmond Morton y el francés Jacques Rueff. A ellos les correspondió la tarea de organizar los equipos negociadores, que se reunirían con los responsables de los bancos centrales europeos para pedirles las cuentas del oro.
Los informes de la CTO demuestran que ningún país cooperó con los emisarios enviados y que, tras años de duras reuniones e intensas presiones, los aliados sólo pudieron recuperar 69 de las 735 toneladas estimadas. El programa Safehaven se saldó con un rotundo fracaso, ya que los países europeos negaron las acusaciones de ayuda a Hitler y entregaron mucho menos material documental del exigido… Y, en ocasiones, simplemente no lo dieron.
Los informes guardados en el IEME demuestran que el caso español no fue diferente. Informados por los servicios secretos de que España participó en el tráfico de oro nazi, agentes de la Comisión Aliada de Control viajaron a Madrid para averiguar cuántos de esos lingotes compró el IEME. Se toparon con el silencio y la tozudez de Huete, Vila y Bermúdez, que defendieron hasta la extenuación el oro que tanto les había costado acumular.
Comenzaron entonces unas arduas negociaciones. Hubo presiones y amenazas políticas por parte aliada. Sin embargo, la habilidad de los miembros del IEME, su aguante, el cansancio de los aliados y el inicio de la Guerra Fría, con el viraje de la política internacional hacia Franco, provocaron que, en 1948, los enviados de la Comisión Tripartita del Oro se marchasen de España sin conseguir el oro procedente del expolio nazi.
Comentarios
Nos interesa tu opinión