DARWIN EN ESPAÑA
Se cumplen 150 años de la publicación de la más importante de todas las teorías científicas de la Historia.
El impacto de Charles Darwin en la sociedad de su época fue monumental. Lógicamente, El origen de las especies también tuvo relevancia en España, pero su desembarco en nuestro país tardó años en producirse y su influencia estuvo más vinculada a los intereses de los diferentes sectores que la acogieron que al conocimiento científico en sí mismo. Pero, lógicamente, también en la España del último terció del siglo XIX el darwinismo provocó enfrentamientos entre religión y ciencia.
Al año siguiente de que Charles Robert Darwin publicara su legendario y trascendental libro, El origen de las especies (1859), se produjo el primer rechazo religioso. El 30 de junio de 1860, durante la reunión de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia, el obispo anglicano Samuel Wilberforce entabló un "ameno debate" contra los principales ponentes darwinistas de aquél día: el zoólogo Thomas Henry Huxley y el botánico Joseph Dalton Hooker. Este memorable enfrentamiento entre teología y ciencia invitó a los darwinistas a proclamar su oposición abierta a la autoridad eclesiástica respecto a los orígenes humanos, así como a reclamar el derecho de la ciencia a investigar y dar argumentos independientes sobre la naturaleza humana.
Los científicos partidarios de Darwin, una vez despojados de la censura religiosa, aprovecharon la ocasión para escribir obras pioneras sobre la evolución humana a partir de los postulados de El origen de las especies. Una de las más influyentes fue Man's Palce in Nature (El lugar del hombre en la naturaleza, 1963) del citado Thomas Henry Huxley -el primer hombre que empleó el término agnostico para referirse a su posición religiosa-, un libro que teorizaba a propósito de la tremenda similitud entre el hombre y los simios, lo que implicaba un origen común para ambos.
Mientras tanto, en España, la prensa -y por ende el mundo de la cultura- apenas se hizo eco de todos aquellos acontecimientos. Y es que el panorama intelectual de principios de 1860 se encontraba dominado por una élite conservadora dominante que no permitía la discusión libre, abierta y pública sobre cuestiones científicas que pudieran tener una carga ideológica inherente.
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