La verdad de los Illuminati
La «secta» de los Illuminati ha sido relacionada con los poderes que gobiernan el mundo en la sombra desde hace siglos.
Mucho es lo que en los últimos tiempos se ha hablado de los Illuminati, y casi todo incorrecto. Gracias a libros como Ángeles y demonios, del bestseller Dan Brown, se los presentó al gran público como defensores de esa ciencia castigada durante siglos por los inquisidores; una suerte de secta formada por gentes sin escrúpulos cuyo objetivo no era otro que acabar con la Iglesia. Pero, ¿quiénes son realmente los Illuminati?
Hoy día muchos especialistas en el ámbito de la conspiración nos presentan a los Illuminati como una especie de grupo de poder, de gente «muchimillonaria» de perfil bajo que se reúne para tomar las decisiones globales; las que nos afectan a todos. Ellos están por encima de los grandes gobernantes; incluso de los presidentes de los EE. UU. o China, por poner un ejemplo. Son quienes de verdad mandan, y para convertirlos en malos, incluso se ha llegado a decir que sus creencias son satánicas… Bien, quizás haya llegado el momento de arrojar, precisamente, luz sobre este asunto.
De momento diremos que el término «Illuminati» viene de un mes de mayo de 1776, cuando el alemán Adam Weishaupt fundó el colectivo de «los Iluminados de Baviera». Según decía en su carta fundacional «el objetivo de la sociedad consiste en hacer interesante para el hombre el esfuerzo que realiza por mejorar y perfeccionar su carácter moral, extender los principios de humanidad y sociabilidad, impedir la realización en el mundo de malos designios, acudir en socorro de la virtud oprimida por la injusticia y, en general, poner a la disposición de sus miembros los medios para llegar al conocimiento y a las ciencias».
Dicho de esta forma el colectivo de Weishaupt abogaba por reconocer los valores más nobles del ser humano. Al menos eso defendían… Porque, como recuerda el escritor José Gregorio González, «ello no impidió que el movimiento se mostrase ante las circunstancias sociales que se vivían en Baviera, con un clero y una monarquía que dejaban mucho que desear. Su fundador, educado entre jesuitas, se mostraba especialmente virulento con la iglesia, así como partidario del ideal templario del gobierno universal, una sinarquía que lógicamente llevaba implícito acabar con formas de gobierno antidemocráticas como las monarquías del momento, terminando así con las desigualdades sociales que atenazaban al pueblo». El problema es que sus modos para alcanzar sus objetivos no eran precisamente amables.
A finales de los noventa y principios del siglo XXI apareció en Europa una Orden de tipo satánico llamada «Iluminati», con sede y presidente en Barcelona.
El ejército de «Iluminados» fue creciendo de manera vertiginosa, ya que su principal cantera se encontraba entre los estudiantes de la universidad, que unían a sus ideales revolucionarios unas inquietudes espirituales que poco o nada tenían que ver con la ambición que mostraban los líderes de la Iglesia. Y se desencadenó la violencia… Pero, ¿quién perteneció a los «Iluminados»? Según podemos leer en El rito de Los Iluminados de Baviera, escrito por el «iluminado» Adolf von Knigge, dentro del colectivo habrían estado personalidades tan importantes como Goethe, Mirabeau, Jean-Paul Marat o el conde Cagliostro, por lo que fueron muchos los que quisieron ver detrás de la Revolución Francesa de 1789 la mano de los «Iluminados», ya que los dos últimos citados participaron activamente en la misma.
Ahora bien, la cuestión que nos interesa es si los illuminati han logrado sobrevivir hasta nuestros días. Según afirma el escritor José Gregorio González, «su supuesta supervivencia oculta se ha querido rastrear, por ejemplo, en el famoso sello del dólar estadounidense, con la pirámide truncada y “el ojo que todo lo ve”, teóricamente inspirado en los símbolos de una Orden que casualmente se fundó el mismo año que tenía lugar la revolución americana. Hoy día, de otra forma, siguen mezclados en la alta empresa, la política, la ciencia y la religión, con una vocación constante de transformar todo a su antojo; aunque a veces su antojo no sea el del resto». Pues eso…
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