Historia oculta
27/04/2022 (11:34 CET) Actualizado: 27/04/2022 (11:34 CET)

Ocultura: Mi obsesión guatemalteca

Un extraño rostro humano labrado en piedra en las selvas de Guatemala podría ser la prueba de que hombres blancos habían recorrido el lugar siglos antes que Colón

Javier Sierra autor web

Periodista y escritor

27/04/2022 (11:34 CET) Actualizado: 27/04/2022 (11:34 CET)
Ocultura; Mi obsesión guatemalteca
Ocultura; Mi obsesión guatemalteca

A principios del verano de 1986 recibí una carta inesperada. Acababa de publicar en la sección de contactos de una revista especializada, un anuncio en el que invitaba a interesados en los ovnis a escribirme para intercambiar información. Yo aún no había cumplido los 15 pero eso, claro, evité decirlo. Gracias a aquella iniciativa recibí las primeras misivas de quienes, en la década siguiente, se convertirían en mis mejores amigos, y también una por "vía aérea" que me llegó desde Guatemala. Era el folio de presentación de un abogado y notario llamado Oscar R. Padilla dispuesto a compartir sus archivos conmigo.

El correo de timbre y matasellos era el internet de aquel tiempo y enseguida el doctor Padilla y yo nos hicimos amigos gracias a él. Recortes de prensa, cintas de casete, libros, postales y largas cartas mecanografiadas empezaron a volar entre nuestros continentes con fluidez. En uno de sus envíos, fechado en octubre de 1986, me compartió dos imágenes alucinantes. Una era "una figurilla de un ser que no es maya donde claramente se ve una cámara de televisión en sus manos" (sic), y la otra "un rostro humano con características de raza europea de 6 metros de altura, que da la idea de los de la isla de Pascua". Impresionado, reenvié ambas a un profesor de Historia de la Universidad Complutense que, al cabo de un tiempo, me aclaró que la "cámara" no era sino un incensario maya y el "ser" un sacerdote. De la segunda, sin embargo, no supo qué decir.

Ocultura
 

Al doctor le pregunté varias veces por aquel coloso retratado junto a un coche antiguo. La instantánea –me dijo– le había llegado a través del marido de una prima suya, cuyos antepasados estaban vinculados a la finca en la que se descubrió la estatua. Mi interlocutor estaba tan asombrado como yo. Aquello parecía la prueba de que hombres blancos habían recorrido las selvas de Guatemala siglos antes de Colón. Padilla, resuelto, envío la imagen a la Ancient Astronaut Society, una organización fundada para la difusión de las ideas de Von Däniken, e hizo un llamamiento a sus socios para recabar cualquier pista que permitiera ubicar al coloso.

He estado secretamente obsesionado con esa cara. He visto y leído cada especulación sobre ella

Meses más tarde, en julio de 1987, mi amigo abogado ya había organizado una expedición y localizado el rostro de piedra… o lo que quedaba de él. Emplazado en el departamento de Escuintla, el "moái" apareció desfigurado. Al parecer, a finales de los 70 la guerrilla lo había utilizado de blanco para sus prácticas de tiro y no quedaba casi nada de su antiguo esplendor.

Desde entonces he estado secretamente obsesionado con esa cara. He visto y leído cada especulación sobre ella en reportajes de televisión y en revistas, pero solo recientemente he encontrado una pista que podría resolver su misterio. Fue en 1941 cuando arqueólogos del Instituto Carnegie se acercaron a ese rostro en el municipio de La Democracia y lo examinaron. Ahora sé que es probable que la foto que me envió Padilla saliera de sus carretes. En su día no le dieron importancia porque en la parte trasera del monumento observaron una placa de cemento con una inscripción –"E.G.M., 16 de abril de 1936"– y los dueños de la finca les aseguraron que era una estatua moderna tallada para honrar a la esposa de un terrateniente local. En 1974, en el Congreso Internacional de Americanistas que se celebró en Ciudad de México, se abordó el tema y se denunció que la selva se había comido la placa y que la cabeza, en consecuencia, podría parecer antigua dando pie a errores a los arqueólogos del futuro.

He visto tomas de esa placa ubicada en la parte posterior del coloso. Están firmadas por Francis B. Richardson, un eminente americanista de aquellos años, y parecen resolver el asunto. Sin embargo, todavía me resisto a darle carpetazo. La placa podría también haberse añadido en 1936 a un monumento antiguo, como un homenaje o recuerdo. Como cuando en la cripta medieval de la catedral de Santiago de Compostela se añadió una inscripción para celebrar la visita de Juan Pablo II en pleno siglo XX. Por desgracia, la destrucción del coloso y la falta de excavaciones en la zona nos dificultan averiguar la verdad.

¿Alguien se anima a hacerlo? Ahí lo dejo.

Sobre el autor
Javier Sierra autor web

Es periodista y escritor. Fue galardonado con el prestigioso Premio Planeta en el año 2017 por su novela El Fuego Invisible. Asimismo, sus novelas han sido traducidas a más de cuarenta idiomas y es el único escritor español en el Top Ten de la lista de los más vendidos de Estados Unidos, elaborada por The New York Times, gracias a La Cena Secreta. También es creador y director de la serie Otros Mundos para Movistar +

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Comentarios (3)

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