Ocultura: El año que quise dibujar cómics
Javier Sierra da el salto al mundo del cómic con la adaptación gráfica de su clásica novela 'La pirámide inmortal'
Al cumplir los quince recibí una de las lecciones más importantes de mi vida. Fue una bofetada sutil, indolora, pero que iba a tenerme meditabundo durante algún tiempo. Me encontraba en esa fase en la que estaba a punto de dejar atrás la infancia y creía que ya sabía de qué iba la vida. Los álbumes de Tintín, Asterix e Iznoguz, y hasta los Mortadelos, iban a dejar paso a libros más sesudos. Incluso mi temprana vocación de dibujante de cómics iba a quedar sepultada por mi «plan» de escribir libros «de verdad». Supongo que aquello no fue solo cosa mía sino de mi entorno. Los adultos despreciaban todo lo que oliera a historieta, como si éstas fueran un sarampión o unas paperas intelectuales propias de la niñez.
Un buen cómic podía llegar a ser tan estimulante como el mejor de los libros
Fue ese, además, el tiempo en el que empecé a ocuparme en serio del misterio. Las obras de Ribera, Benítez o Däniken empezaban a invadir mis estanterías, y las tardes las dedicaba a terminar rápido los deberes y a responder a las cartas de otros jóvenes que, como yo, soñaban con ser «cazadores de enigmas». Uno de ellos fue Manuel Carballal. Desde su cuarto de nueve metros cuadrados atestado de cajas con recortes de periódico y diapositivas, me envió un sobre que me dejó ojiplático. «¿Tebeos?», pensé. «Tú léetelos», me anunció en la carta que los acompañaba. Eran tres o cuatro ejemplares de un personaje del que no había oído hablar jamás. Se llamaba Martin Mystère y se autotitulaba «detective de lo imposible». Un simple vistazo a sus páginas me llevó a tropezarme con dibujos bastante precisos del arca de Noé, de la Atlántida imaginada por Platón e incluso de la calavera de cristal de Mitchell-Hedges, de Stonehenge o de Rennes-le-Château. Mystère me enganchó. Ayudado por un neandertal vivo con el que había tropezado en una de sus primeras aventuras, recorría el mundo como yo creía que debían de hacerlo Benítez o Däniken. De la noche a la mañana se convirtió en mi nuevo héroe.
Carballal me ayudó a encontrar la mayoría de sus entregas en una librería de viejo de La Coruña. Mientras, mi propia «caza» me llevó a dar con otra colección de tebeos inspirados en los «antiguos astronautas» del autor de Recuerdos del futuro. Al final tuve que reconocer que estaba equivocado y que un buen cómic podía llegar a ser tan estimulante como el mejor de los libros.
Este recuerdo viene a cuento de algo que acaba de pasarme. Durante los últimos siete años he aguardado a que Salva Rubio y Cesc F. Dalmases, dos de los mejores «hacedores de novela gráfica» de nuestro país, terminasen de trabajar en la adaptación de una de mis novelas más queridas: La pirámide inmortal. Ambos han logrado capturar el espíritu de mi relato –y con él, el de la misteriosa noche de agosto que Napoleón Bonaparte pasó encerrado en el interior de la Gran Pirámide– con una clarividencia que me ha puesto los pelos de punta. Sus soberbias viñetas llegarán este mes a los lectores y se presentarán en el 40 Salón del Cómic de Barcelona con todos los honores.
La adaptación gráfica de La pirámide inmortal ha vuelto a recordarme que una imagen bien construida es capaz de remover conciencias y esculpir el alma humana
Repasando sus bocetos he vuelto a sentir la emoción que tuve cuando Martin Mystère se cruzó en mi vida. He visto en los dibujos de Dalmases el miedo que pasé aquella noche de hace 25 años en el interior de la Gran Pirámide en la que traté de emular a Bonaparte. Y también el esquema íntimo, coherente y eterno, que sustenta todo relato iniciático que se precie. Su adaptación gráfica de La pirámide inmortal ha vuelto a recordarme que una imagen bien construida es capaz de remover conciencias y esculpir el alma humana. Aunque también me ha hecho plantearme otra cosa, no sin cierto dolor: ¿por qué diablos yo dejaría de dibujar cómics en mi adolescencia?
El flamante álbum de La pirámide inmortal va a estar horadándome con esa duda mucho tiempo. Lo sé. Y es que… ¡es tan mágico que asusta!
Me encantaría que lo hojearas y comprobaras lo que yo ya he visto en él. Creo que te hechizará.
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