La maldición de la momia del Titanic
José Miguel Parra, doctor en Historia Antigua, analiza en la nueva edición de bolsillo de 'Eso no estaba en mi libro de Historia de Egipto' (Almuzara, 2021) una de las leyendas urbanas más conocidas y enigmáticas: la de la momia del Titanic. En este extracto del libro, el autor sigue el recorrido que hizo la momia desde que la sacaron de Egipto hasta su vinculación directa con el famoso transatlántico británico.
En el mundo de los supuestos "misterios" egipcios hay historias que no hacen sino repetirse una y otra vez, como un eco que nunca termina de reverberar. Poco importa que, casi desde el mismo momento en el cual cobraron vida, su andamiaje de embustes y sinsentidos quedara desmontado. Una de estas leyendas urbanas que tanto se resisten a morir es la de la "momia" del Titanic, investigada a fondo recientemente por Roger Luckhurst.
La historia de esta 'maldición' comienza con un grupo de turistas que visitan Egipto y deciden traerse una momia consigo
La historia es tan falsa que el objeto en cuestión ¡ni siquiera es una momia! En realidad se trata de una tabla de momia. Este tipo de objetos, un largo tablón de madera que presenta en relieve el rostro, la peluca y las manos cruzadas sobre el pecho del difunto, se colocaban a modo de protección adicional sobre la momia antes de cerrar la tapa de su ataúd. La tabla que nos interesa está fechada en la XXI dinastía (950 a. C.) y conserva unos colores brillantes; si bien el tiempo transcurrido y el barniz empleado han terminado por darle ese reconocible tono anaranjado propio de los ataúdes del Tercer Período Intermedio. La tabla fue donada al museo en 1889 por Arthur F. Wheeler y puede encontrarse sin dificultad en la página web del Museo Británico buscándola por su número de registro (E22542) o, sencillamente, escribiendo unlucky mummy ("la momia que trae mala suerte").
Pero ¿cómo empezó todo? Pues como empiezan estas cosas, con la brumosa historia de un grupo de turistas que visitan Egipto y deciden traerse de allí un bonito recuerdo en forma de momia o similar. En este caso, el viaje se remonta a la década de 1860, cuando Thomas Douglas Murray realizaba viajes anuales a Egipto. La fecha de la adquisición se desconoce; sin embargo, en un artículo en la revista de viajes Land and Water en 1869, el propio Murray narra un episodio que bien pudo haber sido el de la adquisición del objeto:
No obstante, antes de abandonar la casa del cónsul, se nos informó de que en el edificio había algo a lo que podíamos echarle un vistazo, y en una habitación del piso superior encontramos un ataúd de momia ricamente ornamentado con su momia completa. […] Al levantar la tapa del ataúd exterior, que era sólida y muy pesada, aparecieron los colores más vívidos y el trabajo incluso más cuidado de la segunda caja, dentro de la cual estaba el cuerpo, todavía intacto […]. Las manos y el rostro de este ataúd interno estaban delicadamente talladas y pintados de brillante rojo con la imagen de una bella egipcia.
Pocas líneas después, Murray recuerda de repente que hay leyes que impiden sacar objetos arqueológicos del país, dejando ver a sus lectores que se limitaron a deleitarse con ellos nada más. Me da la impresión de que posiblemente se trate de una licencia del autor para no reconocer que los sacaron de contrabando sin muchos problemas; porque, a pesar del buen trabajo del todavía joven Servicio de Antigüedades Egipcias, la exportación fraudulenta de Antigüedades era algo muy común por esas fechas. En cualquier caso, lo cierto es que en uno de sus viajes Murray y su grupo de amigos entraron en posesión de varios objetos faraónicos, y que uno de ellos era una tabla de momia a la que no tardó en colgársele el sambenito de “maldita”.
La historia de la maldición tiene su origen en una reunión del Ghost Club, en el que los comensales debían relatar una historia de 'fantasmas'
LA MALDICIÓN
El único relato que tenemos sobre la supuesta maldición de boca de uno de sus protagonistas, lo encontramos en las actas de una particular asociación a la que pertenecía Murray, el Ghost Club. Creado en 1882, el club reunía a sus miembros una vez al mes para una cena al final de la cual, entre copas de oporto y puros, los comensales debían relatar a sus compañeros una historia de "fantasmas". Los miembros tenían obligación, no sólo de guardar el secreto de lo que escuchaban, sino de narrar una historia de estas características al menos una vez al año; siempre experiencias propias o de fuentes contrastadas.
Fue en 1900 cuando Murray ofreció a sus compañeros de cena la trágica historia. Según contó y quedó reflejado en las actas, tras haber adquirido los objetos, los cuatro amigos los echaron a suertes y la tabla de momia le tocó a Wheeler. Y, como no podía ser de otro modo, a partir de ese momento su vida se fue al traste, porque perdió todo su dinero apostando en las carreras de caballos, viéndose obligado a emigrar a Estados Unidos, donde sus inversiones en algodón también le fueron mal. Una mala fortuna que parece haber contagiado a los miembros de su familia inmediata, hasta el punto de que al final tuvieron que vender las tierras familiares. Sin embargo, por mucho que se empeñe Murray, hasta aquí no hay nada de "maldito" o "misterioso" que se diga, únicamente la historia de un ludópata con mala visión comercial. Seguramente, por eso adornó su relato con algunos añadidos de su cosecha, como la peculiar historia de la fotografía.
Ruina y desgracias, fotos fantasmales y muertes misteriosas componen el rosario de extraños fenómenos que rodean a este objeto 'maldito'
Según su relato de fantasmas, años después, cuando ya había ingresado en los fondos del Museo Británico, se tomó una fotografía para enviársela a un experto y que descifrara el nombre visible en un cartucho. Al ser revelada, la imagen mostró una forma humana invisible a simple vista cuando uno mira la tabla. No termina aquí la cosa, porque el experto devolvió la fotografía sin dar explicaciones y quince días después se suicidó de un disparo. Y, por si no fueran suficientes desgracias, el pobre mensajero que le llevó la foto falleció de unas fiebres a las pocas semanas y el propio fotógrafo al cabo de dos años. Si consideramos que en la tabla sólo hay dibujos y no tiene ningún texto que descifrar, podemos comprender la fiabilidad general del relato. Más todavía si caemos en la cuenta de que no era necesario ningún especialista, pues en su calidad de conservador del Departamento de Antigüedades Egipcias y experto en lengua egipcia, Wallis Budge hubiera podido leer el inexistente nombre nada más entregársele la tabla.
Por otro lado, resulta muy interesante que el propio Murray se considerara ajeno a la maldición. Según él, ésta solo habría afectado al pobre Wheeler. No le falta razón, porque Murray tuvo una vida feliz en la alta sociedad londinense y murió de viejo a los setenta años de edad. No obstante, en su autobiografía, el hermano mayor de Murray narra la historia de la tabla de momia de un modo por completo diferente, y mucho más digno de una maldición faraónica que se precie. Según él, fue casi inmediatamente después de hacerse con la tabla de momia cuando la "maldición" comenzó a actuar. Un día, Murray estaba cazando cuando la escopeta que llevaba al hombro se le escurrió y se disparó al golpear contra el suelo, dándole justo debajo del hombro. A duras penas consiguió que su acompañante le hiciera un torniquete, lo cual retardó lo suficiente la perdida de sangre como para ser llevado a El Cairo, donde le amputaron el brazo. Extraño, muy extraño que un acontecimiento como este no se haya sumado nunca a la historia negra de la tabla de momia. Sobre todo, porque fue a raíz del accidente cuando Murray decidió deshacerse de la tabla y traspasarla a otro de sus compañeros de viaje ¡En esta historia nada de sorteo! Según el hermano de Murray, la maldición también se cebó en este segundo miembro del grupo, que moriría de un disparo al poco de aceptar el regalo. Fue entonces cuando la tabla pasó a manos del tercer amigo, que moriría arruinado, siendo su viuda quien la que donara al Museo Británico. Como vemos, las historias se suceden y ninguna concuerda en los detalles, sólo en el tono trágico y "misterioso"
En su interior hay un espíritu maldito que aparece en sus ojos
¿A BORDO DEL TITANIC?
Por lo que respecta a la llegada de la tabla de momia al Museo Británico, el único relato que se conserva sobre la recepción de la misma se lo debemos a Henry Rider Haggar. El autor de Las minas del rey Salomón narra la historia en su autobiografía. Dice que un día, estando en su despacho, Wallis Budge aceptó recibir a un caballero y que éste le ofreció la tabla. Justo después del apretón de manos que formalizaba la entrega, el misterioso visitante habría exclamado:
¡Gracias a Dios que se hace cargo de la maldita cosa! En su interior hay un espíritu maldito que aparece en sus ojos. Me la trajo a casa un amigo mío que estuvo viajando con Douglas Murray, y perdió todo su dinero cuando un banco de China quebró, y su hija murió. Me llevé la tabla a mi casa. Sus ojos asustaron tanto a mi hija que se puso mala. La cambié de habitación, y derribó un armario con porcelanas y destrozó un montón de porcelana de Sèvres que había allí…”
Tras lo cual salió de la habitación y Wallis Budge no volvió a verlo. En sus propias memorias, el conservador del Museo Británico no menciona en absoluto este episodio, lo único que dice al respecto de la tabla es que llegó al museo con la reputación de llevar "calamidades, enfermedades y desastres" a todo el que tuviera que ver con ella. Lo curioso es que quizá fuera el propio Wallis Budge quien contribuyera, sin pretenderlo, a que la leyenda cobrara cuerpo hasta terminar convertida en casi una epidemia.
El periodista Bertram Flectcher Robinson, que escribió sobre la historia en el Daily Express, murió de forma repentina en 1907
Hasta 1904, a parte de Wallis Budge y los propios interesados, prácticamente nadie conocía la historia de la supuesta maldición. Fue justo ese año cuando el conservador del Museo Británico le comentó la anécdota al joven periodista Bertram Fletcher Robinson, de treinta y cuatro años. Éste se había ganado fama de intrépido reportero durante la guerra de los Boer y, a los pocos días, le envió una nota al egiptólogo solicitando ver la tabla de momia. Era un tema que le interesaba, pues con anterioridad ya había publicado con neutral desapego historias de fantasmas boer y escrito algún que otro cuento gótico. El resultado de sus pesquisas en el Museo Británico fue un artículo publicado ese mismo año en el Daily Express con el sugestivo título de "Una sacerdotisa de la muerte. La extraña historia de un ataúd egipcio". Discreto con la personalidad de los protagonistas de la historia, a los cuales cita por sus iniciales, Robinson considera la historia digna de haber sido redactada por la pluma de Poe, Balzac o Kipling… Fue un artículo de éxito, que incluso atravesó el Atlántico y llegó a los Estados Unidos. Fue así como unos hechos oscuros y sin comprobar pasaron a ser del dominio público.
La brillante trayectoria periodística de Robinson quedó truncada de forma repentina en 1907 por culpa de unas fiebres entéricas (tifus). Sin embargo, poco importó que su muerte no hubiera levantado ninguna sospecha en el momento de producirse. Cuando transcurridos un par de años del deceso un periodista anónimo necesitó un titular que ofrecer a su redactor jefe, recordando el éxito del artículo sobre la unlucky mummy y la muerte a destiempo de su redactor, no tuvo escrúpulos en mezclar ambos y publicar la historia bajo seudónimo en la Pearson’s Magazine.
El giro definitivo de esta leyenda se produce cuando se achaca a la 'maldición' el hundimiento del mismísimo Titanic
El caso es que este nuevo artículo de 1909 despertó en William Stead el interés por escribir la historia de la momia, la cual había conocido de boca del propio Murray, quien lo había invitado al Ghost Club; pues ambos eran participantes activos en los círculos psíquicos y espiritistas de Londres, tan en boga por entonces. Stead encargó la distribución de su artículo a una agencia periodística y éste alcanzó difusión mundial. Las cartas sobre esta cuestión conservadas en los archivos del Museo Británico lo demuestran, porque contienen incluso recortes de prensa con cartas al director de periódicos norteamericanos donde se comenta la supuesta "maldición".
Wallis Budge intentó refutar toda la leyenda. Quizá esto ayudara a tranquilizar un poco el ambiente, pero por poco tiempo; pues en 1912 tuvo lugar la tragedia del Titanic, ¡entre cuyos pasajeros se encontraba… Stead! Y, lógicamente, se produjo un rebrote de la maldición. Stead era un personaje apreciado y conocido, que mereció numerosos obituarios y comentarios sobre sus últimas horas, los cuales terminaron por mezclarse de algún modo con la historia de la tabla de momia. Según este nuevo giro de la leyenda, el Museo Británico habría decidido deshacerse de la pieza "maldita" y venderla o bien a un museo o bien a un ricachón norteamericano, las diferentes versiones no se ponen de acuerdo. Sea como fuere, rojo de cólera por esta mudanza que lo alejaba todavía más de sus añoradas tierras del Nilo, el espíritu que habitaba la tabla (todos lo consideraban una sacerdotisa de Amón) causó el naufragio del transatlántico, donde era transportada. Como debido a su valor no se guardó en la cubierta de carga, sino en el puente de mando, la tabla acabó flotando y siendo rescatada. Así es como llegó a los Estados Unidos, donde pasó un par de años sin causar desgracias antes de ser retornada a Inglaterra en el Empress of Ireland en 1914. Desgraciadamente, este barco también naufragó en su viaje de vuelta al Reino Unido, llevándose consigo a más de un millar de almas. Como sucediera en su anterior desgracia acuática, el embalaje de la tabla de momia era de tanta calidad que ésta de nuevo pudo flotar y ser rescatada…
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