El museo de las obras malditas
El arte siempre ha estado envuelto por un aura de misterio en ocasiones insondable para sus contemporáneos. Muchos artistas creaban siniestras figuras que parecían cobrar vida en el lienzo. Arte "maldito", o mejor, artistas malditos que sintieron fascinación por la muerte, la brujería, las artes oscuras y el mismísimo diablo...
Dorian Gray descubre el poder de su presencia y ruega por mantenerla eternamente. Dorian Gray se ve retratado por el magnífico pintor Basil Hallward y suplica que nunca se deteriore el resplandor del aspecto que muestra. Y su súplica un día se hace realidad, su belleza deja de ser efímera, de curvarse ante el tiempo. ¿Quién no quisiera robar al arte su inmutabilidad, qué juvenil vanidad no desea permanecer majestuosa eternamente, reprimir la voluntad marchitadora de la vida?
El arte va mucho más allá del lienzo en que está representado. El artista ejerce de médium, trata de desentrañar lo más hermético para trasladarlo al cuadro
La imaginación de Oscar Wilde lo hace posible en la obra cumbre de la novela simbolista, de la ficción decadente. El autor británico permite que su protagonista no envejezca durante toda su novela. Las arrugas que los años imponen son trasladadas, son asumidas por el retrato pintado por Basil, mientras Gray se convierte en un cuadro en vida, en un individuo al que el paso del tiempo no afecta físicamente… Sin embargo, esta mudanza de la realidad acabará cobrándose una importante venganza. La vida del siempre joven Dorian Gray acabará siendo horrible, el cuadro terminará por cobrarse la misma vida del protagonista.
Cierto. Se trata tan solo de una obra de ficción, pero la asociación de la historia de arte tanto con lo réprobo como con lo maldito es una realidad forjada en todas las épocas. El arte va mucho más allá del lienzo en que está representado, de la piedra manipulada que lo soporta. El artista ejerce de médium, trata de desentrañar lo más hermético, lo que permanece oculto en el alma humana, sus frustraciones, lo desconocido, para después trasladarlo al cuadro. Y es en ese viaje a las profundidades donde algunos encuentran que, en ocasiones especiales, han podido alcanzar unas capacidades singulares, extraordinarias, que pueden haberse establecido en la obra de arte. Quizá el cuadro, la escultura, guarde una esencia precognitiva, quizás alcance a anticipar la propia muerte del artista, del espectador, quizá esté maldita…
Durante la Edad Media, la capacidad del arte para atemorizar al pueblo es evidente en muchos casos. Las imágenes empujan al espectador a temer a Dios
Ya en las consideradas primeras representaciones artísticas, en las pinturas rupestres, se percibe una dimensión que supera y prácticamente anula la simple dimensión estética. Bisontes y cazadores no son bisontes y cazadores sin más, son la anticipación de la caza. Las figuras son un elemento mágico que propiciará la caza, esas representaciones son la forma de llegar al alimento, guardan en sí la esencia de la subsistencia de la tribu.
Pero quizá es difícil atribuir un malditismo determinado a las obras de arte hasta el Renacimiento. Su capacidad para atemorizar al pueblo es evidente en muchos momentos de la Edad Media. Las imágenes empujan al espectador medieval a temer a Dios, esconden una violencia interna que no se muestra en el hieratismo de las figuras, pero que advierte de los males que acechan a todos aquellos que no cumplan la voluntad divina, la voluntad de la Iglesia. Y el respeto hacia estas pinturas, hacia los relieves escultóricos hacen de ellos prácticamente objetos sagrados que sirven para cambiar la actitud del fiel. En cierto modo, como hemos dicho anteriormente, existe un componente mediúmnico, el artista es un simple mediador entre Dios y los hombres, el que da vida en esta vida a lo que puede ser el más allá, al terror del infierno si no se respeta lo que pide el archirrepresentado Jesucristo.
A partir del Renacimiento, son muchos los artistas que comienzan a formar parte de sociedades secretas, de grupos de poder en ocasiones emparentados con el satanismo
Pero es a partir del Renacimiento cuando el artista comienza a ser considerado como tal, como un ser con talento superior, cuando puede ejercer de maestro y es cuando, desde el conocimiento de su biografía, se puede hablar con mayor "seguridad" de un arte maldito, y, sobre todo, de un artista maldito. Porque son muchos los pintores, escultores, son muchos los artistas que comienzan a formar parte de sociedades secretas, de grupos de poder en ocasiones emparentados con el satanismo. Caravaggio, Giorgione, El Bosco, Leonardo, Miguel Ángel… Las nómina de artistas de existencia oscura, en la que las sombras prevalecen sobre los demás aspectos, es interminable. Y, claro, si usan el lienzo o el mármol para expresar la intimidad de su espíritu, es normal que en ocasiones sus obras estén plagadas de las mismas supersticiones, experiencias satánicas o malditismo que su propia persona. Y, quizás, este aspecto legendario del individuo, del artista, se extrapola a sus creaciones.
Si, para algunos, es el mismo Belcebú el que controla la personalidad del creador, ¿no será el mismo Belcebú el que pinta el cuadro, el que esculpe la piedra y ejerce desde él su poder maligno? Observen con atención algunas de las obras que forman parte de este particular museo. Algunas parecen estar vivas. Quizá bajo esas capas de color está presente el mismo diablo.
MALDITOS, OBSESOS Y ADORADORES DEL MALIGNO
La obsesión por el trabajo de muchos artistas ha sido en ocasiones proverbial, rayana en la locura. Esto, unido a su extravagancia, haría que en tiempos pretéritos muchos de ellos fuesen considerados poco menos que nigromantes o adoradores del maligno. Su afán por conocer los secretos de la anatomía humana que sin duda les serviría para alcanzar un alto grado de perfección en sus obras artísticas, llevaría a algunos de ellos a mantener un estrecho contacto con la muerte que hoy resulta cuanto menos grotesco.
Se sabe que el brillante Leonardo da Vinci disecó al menos treinta cadáveres para sus investigaciones, de las que se conservan 779 dibujos que iban a formar parte de un libro de anatomía. El artista Bartolomeo Torri, que vivió en la primera mitad del siglo XVI, fue expulsado de la casa de su maestro en Roma por su alarmante devoción al estudio del cuerpo humano, al parecer, según Vasari, porque "guardaba tantos miembros y trozos de cadáveres debajo de su cama y por todas sus habitaciones que envenenaban toda la casa", descuidando además su higiene personal hasta límites insoportables.
Miguel Ángel tenía un acuerdo secreto con el prior del Santo Spirito mediante el cual el religioso le permitía estudiar cadáveres en una habitación especial del monasterio
Leonardo da Vinci: la mecánica del hombre - El esqueleto (c.1510-1511) - Crédito: Royal Collection Trust/ Her Majesty Queen Elizabeth II 2013.
No fue el único que en el Renacimiento se obsesionó con los misterios entonces insondables de la anatomía humana. El pintor y grabador holandés Hendrick Goltzius (1558-1617), considerado el mejor grabador de los Países Bajos del Barroco, viajó a Roma en 1591 en tiempos en que la Ciudad Eterna estaba sumida en una terrible mortandad. Las calles parece ser que estaban atestadas de cadáveres y no era difícil encontrar a Goltzius dibujando "en lugares donde el hedor de los cuerpos sin vida le acercaba al desmayo". El artista holandés era reconocido por su célebre mano lisiada –de la que llegó a realizar un grabado de gran realismo–; siendo niño, Goltzius sufrió graves quemaduras en un incendio, quedando varios de sus dedos mutilados. Curiosamente, aquello le permitía coger con mayor destreza el buril.
Cavaliere Paolo Guidotti tenía por costumbre acudir de noche a aquellos cementerios donde se había enterrado a un hombre recientemente, exhumar su cádaver y quitar la parte del cuerpo que necesitaba
También el artífice de la Capilla Sixtina y niño mimado de la Santa Sede –a pesar de sus extravagancias–, Miguel Ángel, tenía un acuerdo secreto con el prior del Santo Spirito mediante el cual el religioso le permitía estudiar cadáveres en una habitación especial del monasterio. Esta es sin duda la razón que explica, además de su genialidad, el grado de perfeccionamiento alcanzado por estos semidioses en sus obras pictóricas y escultóricas en unos tiempos en los que la anatomía era todavía un misterio y manipular cadáveres se consideraba un hecho antinatural, prácticamente una herejía y era fácil que acusaran a uno de necromancia –adivinación mediante la consulta a los muertos y sus espíritus o cadáveres–, por ello.
El renacentista Cavaliere Paolo Guidotti (1560-1629), sentía tal curiosidad por la anatomía humana que tenía por costumbre acudir de noche a aquellos cementerios donde sabía que se había enterrado a un hombre recientemente "y del cadáver exhumado –contaba su discípulo Matteo Boselli– quitaba aquella parte del cuerpo que necesitaba para su estudio, y llevándola a un lugar solitario, como por ejemplo la parte más alta del Coliseo, lo disecaba y hacía tantos estudios como necesitaba".
MIEDO A LA MUERTE
Si estos genios estaban obsesionados por la anatomía, otros lo estaban por la muerte, temiéndola hasta el punto de creer que la Parca les acechaba en cada esquina. El pintor Federico Barocci (1528-1612) creyó durante años que había sido envenenado y durante la mayor parte de su vida su obsesión le llevó a sufrir terribles dolores ocasionados por los continuos vómitos que le sobrevenían nada más comer; aún así, nunca dejó de trabajar y apenas dejó algunas horas de su vida para algo parecido al ocio.
También Lucas van Leyden (1494-1533) estaba atormentado por las sospechas de que algunos rivales envidiosos le hubiesen administrado veneno, lo que le hizo pasar grandes temporadas postrado en la cama. Pero a todos ellos ganó en extravagancia el genovés Giovan Domenico Cappellino (1580-1651) que mantuvo una obsesión por la limpieza durante toda su existencia que sorprendió a propios y extraños en su tiempo; temía al polvo y a la suciedad hasta el punto de que en una ocasión en que su madre se cayó en el barro, el pintor se abstuvo durante un tiempo de acercarse a ella, afirmando continuamente que percibía el olor a barro. Paradójicamente, Cappellino acabó sus días sucio y desatendido, debido a que jamás permitía que nadie limpiara sus aposentos o cambiara sus sábanas, algo que él hizo también escasas veces a lo largo de su vida.
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