La cara oculta de Merlín
Nos adentramos en el verdadero Merlín que bien pudiera ser un oscense sefardí conocido con el nombre de Petrus Alfonsus
Adentrarnos en la génesis de Merlín es un auténtico reto. Ha tenido tantas formas y tantos nombres a lo largo de la historia que la memoria del más grande de los magos se resiste a develarnos sus secretos. Como la Luna, esta figura va mutando periódicamente y siempre tiene visible una cara, mientras la otra permanece en la oscuridad. Esta bicefalia es parte de su encanto: ¿Qué hay de realidad y que de ficción en él? Pongamos un pequeño rayo de tenue luz, en este adivino legendario.
Aunque cueste de creer parece casi seguro que en el siglo VI existió un bardo y poeta que vivió en Escocia. En las primeras crónicas lo llaman Lailoken. Sería posteriormente, que en la traducción al galés, tomaría el nombre de Myrddin. De él se relata que, tras la batalla de Arfderydd, en el año 574, cayó en la locura y abandonó la civilización para huir a lo más profundo del bosque y se convertirse en una suerte de profeta u oráculo.
Así se concibió en los viejos cuentos galeses y escoceses, durante varios siglos, la figura de Myrddin: un bardo loco. Pero, a las islas británicas arribaría en el siglo XII un sabio que cambiaría por completo esta figura. Era un consejero y mentor de príncipes y reyes; conocía los secretos de las estrellas como la palma de su mano; también era un gran médico; sabía leer lenguas desconocidas por completo y, en ocasiones, creaba cuentos moralizantes que cautivarían a los pocos que, en aquella época, sabían leer.
La figura que hoy todos asociamos con el mago fue creada por un autor llamado Godofredo de Montmouth. Para que el nombre del personaje, no sonase demasiado mal cambió Myrddin por Merlín.
En su primera obra, titulada Profecía Merliniae, el personaje era un joven, nacido de la unión de un íncubo y una mujer terrenal, que dejó varias profecías. Esas ambiguas frases, podían ser interpretadas de tantos modos que, como ocurriría posteriormente con Nostradamus, siempre era posible que acertasen.
Pero sería en su obra posterior, Historia Regum Britanorum (Historia de los reyes de Britania), escrita hacia 1136, donde se uniría finalmente a Merlín con el rey Arturo. Es en esta pseudo-crónica donde aparece ya como un poderoso y anciano mago y este modelo sería el que -finalmente- asociaría el mundo entero a la figura legendaria de Merlín.
A solo 48 kilómetros del Montmouth se encuentra la abadía de Malvern. Allí dio clases durante las primeras décadas del siglo XII el erudito sefardí Pedro Alfonso. Resulta evidente que Godofredo conocía las enseñanzas de este sabio.
A la hora de comparar la figura del sabio profesor, venido de Hispania, con el prototipo literario creado por el autor británico, las similitudes son evidentes.
Este personaje histórico había nacido en el seno de una familia judía de Huesca como Moshé Sefardí. Fue el tutor de los hijos del rey Sancho Ramírez y se convertiría a la fe cristiana en el año 1106. En su bautismo se puso en nombre de Petrus Alfonsus en honor a Pedro y Alfonso, los dos infantes a los que había dado clases.
Petrus Alfonsus llevó sus conocimientos a Britania y llegó a ser médico personal de Enrique I de Inglaterra
Estaba muy versado en matemáticas y astronomía. Llevó a Britania sus conocimientos, entre ellos el manejo del astrolabio, un mágico artilugio que permitía a los marinos orientarse en el mar con suma precisión. Llegó a ser el médico personal de Enrique I de Inglaterra, aunque no desde la concepción que tenemos en el siglo XXI. Entre las funciones de un galeno del siglo XII, estaba la de hacer de astrólogo y consejero.
De sus obras destaca Disciplina clericalis donde introduce, por primera vez en Europa, el estilo de narrativa oriental. Este nuevo modo de contar las historias, lo podemos ver reflejado en la Historia Regum Britaniae, del citado Godofredo Montmouth. En su momento fue tal su fama que su rostro fue incluido entre las personas más importantes de su época.
El parecido entre esta imagen y las primeras representaciones del famoso mago es, cuanto menos, sospechoso.
Pero, hasta aquí, las similitudes entre la figura del terrenal de Pedro Alfonso y del imaginario Merlín, solo son conjeturas. No existe ninguna prueba tangible que lo demuestre. Deberemos recurrir a la magia, para que, nuestro científico modo de pensar actual, sea convencido.
Como todo aprendiz de Harry Potter debe recordar, hay que repetir tres veces en voz alta la invocación, para que el encantamiento surja efecto.
“¡Caput draconis, caput draconis, caput draconis!”.
Ya sé que no lo has hecho, en la era digital no queda espacio para la magia. Pero, aun con todo, te lo contaré pequeño muggle.
Resulta que, según estudio la doctora Elizabett J.Bryan, en un fragmento de La historia Regum Britaniae, el propio Merlín hace referencia a unos conocimientos de astronomía que, solo unos años antes, Pedro Alfonso llevó a las lejanas islas verdes. ¿Casualidad?
Geoffrey de Monmouth codifica en la Historia Regum Britanniae diferentes significados y usos astronómicos y astrológicos muy novedosos. Un concepto -en concreto-, fue introducido en la Inglaterra del siglo XII a partir de la ciencia del sefardí aragonés.
Cuando Merlín anuncia el apellido de Utther, el padre de Arturo, como Pendragon, el autor está narrando en su historia un término astronómico introducido por Pedro Alfonso. La cabeza del dragón era un término que hacía referencia a dos momentos de la elíptica de la Luna en los que pasa por la cabeza y la cola de la constelación del Dragón. Los “mágicos” eclipses solares y lunares solo se dan en esas etapas. Pero, estas conjunciones, solo son identificables matemáticamente, ya que no son visibles por el ojo humano. Es por eso que Merlín decide darle este nombre a la dinastía en alusión a esta conjunción astronómica “caput draconis, Pen-dragón”.
Los británicos nunca reconocerán que sus legendarios Pendragón se llaman así gracias a un oscense
Pero la magia tiene sus límites. Los británicos nunca reconocerán que sus legendarios Pendragón se llaman así gracias a un señor de Huesca. Mejor que sea un mago celta que construyó con sus poderes Stonehengue. El rentable, neo-paganismo necesita ser alimentado.
En la posterior literatura artúrica, también podemos encontrar referencias a un judío converso que sabe mucho de estrellas. En concreto en la epopeya artúrica del Parsifal, escrita a principios del siglo XIII, se cita a un tal “Flegatanis” como el creador primigenio del cuento del Grial.
Se da la coincidencia, de que otra de las numerosas ciencias que conocía el sabio oscense, era la de realizar tetragramas. Este era un arte en el que se usaba el nombre de Dios y la geometría. Pese a ser de tradición Judía, Pedro Alfonso sería el primero en adecuarlos a las creencias cristianas.
Recientemente el profesor en diseño Gabrial Songel al hacer un análisis comparado entre estos tetragramas y la inscripción que existe en el Santo Cáliz de Valencia vio tantos parecidos que llegó a la conclusión de que el creador de esta inscripción fue Pedro Alfonso. Pero, el genio sefardí puede que diseñase este mensaje con la idea de que apareciese y desapareciese cuando se iluminara el Grial.
La magia de Pedro Alfonso sigue hoy en uso. Cuando contamos ovejitas para dormir estamos en cierta manera usando una de sus enseñanzas. La primera vez que aparece por escrito este truco es, precisamente, en uno de los cuentos creados por nuestro hombre.
El mago Merlín es ya parte de nuestros sueños y como la Luna, tiene una parte oculta, que tal vez, nunca podamos ver.
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