Historia oculta
18/10/2021 (09:00 CET) Actualizado: 05/08/2022 (15:12 CET)

Bailando con el diablo: los artistas y la magia negra

La brujería, el demonio o la alquimia fueron temas que obsesionaron de forma recurrente a algunos de los grandes artistas de la historia.

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18/10/2021 (09:00 CET) Actualizado: 05/08/2022 (15:12 CET)
Bailando con el diablo: los artistas y la magia negra (Fuente: Wikipedia)
Bailando con el diablo: los artistas y la magia negra (Fuente: Wikipedia)

Durante siglos estuvo muy extendida la creencia en la brujería y la magia negra, no sólo entre las gentes más humildes, sino también entre personajes reputados y muchos artistas. El célebre pintor Guido Reni (1575-1624) temía sobremanera a las hechiceras en un tiempo en el que se desarrolló una auténtica caza de brujas que asoló el Viejo Continente. Influido sin duda por la literatura antibrujeril que proliferaba gracias a la labor inquisitorial a través de los llamados "Martillos de Brujas", que vinculaba normalmente la brujería con el sexo femenino, Reni jamás dejaba entrar en su casa o estudio a mujeres y temía principalmente a las de mayor edad, a las que consideraba siervas del maligno.

Cuentan que Giovan Francesco Rustici enseñó a hablar a un cuervo haciendo uso de sus artes oscuras

Cuando perdía algo sospechaba que se debía a algún acto relacionado con la hechicería y, según Malvasia, que fue testigo directo de su mundo de terrores imaginarios, mientras éste le miraba pintar, el artista le preguntó si alguien podría hechizar las manos de una persona de modo que ya no pudiera manejar el pincel y trabajara mal forzosamente, y afirmó que en Roma, cuna de los grandes genios y los mayores locos, un francés le había enseñado un sortilegio "mediante el cual se podría, al tocarle a uno la mano de modo amistoso, comunicarle en poco tiempo una enfermedad incurable de la cual moriría infaliblemente". Haciendo honor a su desequilibrio, Reni afirmaba no obstante que conocía un antídoto para sí mismo.

Giovan Francesco Rustici (1474-1554), asiduo de los jardines de los Médici y amigo de Leonardo da Vinci, sintió una gran afición por la nigromancia, por medio de la cual "dio extraños sustos a sus criados y ayudantes; y así vivía sin cuidado alguno"; al parecer, sentía verdadera devoción por los animales salvajes. Había domesticado a un puerco espín y, haciendo uso –según algunos– de sus artes oscuras, enseñó a un cuervo a decir tantas cosas que, según la pluma siempre recurrente de Vasari, "era igual que un ser humano".

El genio Francisco de Goya sentiría verdadera obsesión por el tema de la brujería

La brujería y toda la parafernalia demoníaca asociada a ella fue el tema principal de las obras del extraño pintor alemán Hans Baldung Grien (1484-1545), cuyo impecable pincel recogió escenas de aquelarres, vuelos nocturnos de viejas hechiceras a lomos de animales, preparación de pócimas con los más extraños y repugnantes ingredientes… un arte macabro que continúa desconcertando a aquel que visiona sus cuadros, con escenas tan diferentes a las recogidas por sus contemporáneos –eminentemente religiosas, costumbristas o mitológicas– que sólo se verían más de dos siglos después de su muerte en las pinturas de uno de los grandes genios de la pintura, Francisco de Goya. En 1509 Baldung se trasladó a Estrasburgo, donde al parecer entró en contacto con círculos humanistas entonces muy interesados en temas como la alquimia y la brujería. En sus obras, además del gusto por lo grotesco, destaca también un marcado erotismo, y una obsesión por la muerte que absorbería también a algunos de los propietarios de sus obras, como el español Felipe II, que tuvo entre su magnánima colección artística Las edades de la muerte (1539) y Las Tres Gracias (1540) del pintor germano; un monarca, el Rey Prudente, que también sentiría devoción por El Bosco, otro de los pintores más extraños y "malditos" de todos los tiempos.

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Sabbat de las brujas, de Hans Baldung Grien (Wikipedia)

En los grabados de Baldung Grien, como digo, abundan los trabajos sobre brujería. Una de sus obras más emblemáticas y extrañas es la titulada Sabbat de las brujas (1510), en la que aparecen representadas varias adoradoras de Satán, acompañadas de algunos de sus atributos más representativos: horquillas y palos –métodos de transporte a las ceremonias satánicas–, la cabra sobre cuya grupa vuela una de ellas, la ofrenda diabólica que sostiene sobre su cabeza otra de las brujas o una vasija con una inscripción indescifrable, probablemente alguna letanía de tipo satánico o extraña fórmula ceremonial. Una obsesión, la brujeril, que no abandonaría a Grier hasta el final de su vida, al igual que una velada pasión alquímica que también atraparía a Durero o Parmigianino, entre otros.

Tampoco los artistas se libraron de la sospecha de la posesión demoníaca en unos siglos en los que era difícil discernir entre el supuesto acecho del maligno y la enfermedad mental

Otro de los artistas que sentiría verdadera obsesión por la brujería –aunque desde un punto de vista mucho más escéptico que el de pintores anteriores–, fue el genio Francisco de Goya, cronista de la herejía de un tiempo, el XVIII, en el que la era de las luces y la razón todavía pugnaba contra los demonios de las supersticiones atávicas. En una de sus obras "brujeriles" más célebres, Aquelarre (1797-1798), Goya representaba un sabat, un reencuentro nocturno de brujas y brujos que acudían a la reunión prohibida sobre la grupa de animales reales –asnos y machos cabríos– o fantásticos –dragones y basiliscos–, o bien volando en palos de escoba, al igual que reflejó Hans Baldung en sus grotescas pinturas. Siguiendo la tradición inquisitorial, en la pintura del genial artista aragonés el aquelarre está presidido por un macho cabrío negro, oficiante e ídolo del rito satánico, una transfiguración del demonio. Los participantes llevan máscaras y disfraces para ocultar su verdadera identidad al resto, y bajo los mantos que cubren sus rostros podían esconderse representantes de cualquier estrato social. En otra célebre escena de aquelarre, Goya muestra a varias ancianas y jóvenes madres ofreciendo a sus hijos en sacrificio a un gran macho cabrío negro; era común la creencia de que las brujas sacrificaban infantes en loor del príncipe de las tinieblas, quien a cambio les otorgaba poderes sobrenaturales que éstas solían utilizar, una vez más, para causar el mal. En muchos de sus "caprichos" el artista insiste en el tema de la brujería, los condenados por herejía, la noche y el crimen que acabarían por convertirse en obsesiones recurrentes de sus pinturas de madurez.

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Aquelarre. de Goya (Wikipedia)

LA EXTRAÑA "POSESIÓN DE HUGO VAN DER GOES

Tampoco los artistas se libraron de la sospecha de la posesión infernal en unos siglos en los que era difícil discernir entre el supuesto acecho del maligno y la enfermedad mental. Esto mismo le sucedió al pintor flamenco Hugo van der Goes (1440-1482). Fuertemente vinculado a grupos religiosos de Bruselas, desde muy joven se impregnó de un sentimiento piadoso y un buen día se convirtió en monje, entrando a formar parte de un famoso monasterio dirigido por Tomás de Kempis.

Cinco años después de tomar los hábitos, Van der Goes emprendió un viaje en compañía de varios religiosos, entre ellos el hermano Nicolás, que dejó testimonio de lo sucedido al pintor: "Una noche durante el viaje de regreso el hermano Hugo fue acometido por una extraña enfermedad de su mente. Gritaba incesantemente que estaba perdido y sentenciado a la condenación eterna. Incluso se hubiera lesionado de no haberlo impedido por la fuerza sus compañeros".

Algunos hablaron de frenesí magna, 'el gran frenesí del cerebro'; otros le creyeron poseído por el diablo

A pesar de los intentos de sus hermanos por "curarle", siguió diciendo incoherencias y considerándose hijo de la perdición. Algunos, los más cabales, hablaron de frenesí magna, "el gran frenesí del cerebro"; otros, como era de esperar, le creyeron poseído por el diablo. Sin duda había influido en su mentalidad excesivamente religiosa la obra de su mentor, Tomás de Kempis, Imitación de Cristo (1441), y su Pequeño abecedario de los monjes, en el que se pueden leer consejos –o sentencias– como las siguientes: "El diablo está continuamente tentándote a buscar cosas sublimes, de perseguir honores. No empieces a vagar tras los varios deseos del mundo, cuando te tiente el diablo. El escuchar las cosas perniciosas es perjudicial para el alma; el contemplar la hermosura es tentación". Para Van der Goes el arte, por tanto, era, cual culminación de la hermosura, una tentación, y es muy posible que se sintiera atormentado por ello. El arte, digámoslo así, fue su propio demonio.

Hubo un reducido grupo de artistas que decidieron buscar la Piedra Filosofal

OBSESIONADOS POR LA ALQUIMIA

Los oscuros e intrincados caminos del llamado "arte" de la alquimia sirvieron, en no pocas ocasiones, para inspirar a un bueno número de artistas en los siglos pasados. En unos casos, fruto de aquellas ideas heterodoxas vieron la luz hermosísimos –e incomprensibles– manuscritos iluminados o bellos grabados; en otros, los pintores aprovecharon las escenas de laboratorios y alambiques para criticar o simplemente reflejar una práctica habitual de la época en la que vivían. Por último, un reducido grupo de artistas fue un paso más allá, convirtiéndose ellos mismos en buscadores de la Piedra Filosofal. Uno de los casos más singulares es el protagonizado por el pintor italiano Parmigianino (1503-1540).

Parmigianino, como tantos otros, se volvió totalmente loco

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El alquimista, de Pietro Longhi (Wikipedia)

Según recuerda el célebre biógrafo y artista Vasari en su Vida de los mejores arquitectos, pintores y escultores italianos, Parmigianino quedó tan fascinado por la práctica de la alquimia que desatendió sus tareas artísticas y dilapidó todos sus ahorros. En 1531 había sido contratado para decorar las bóvedas de la cúpula de Steccata, en Parma, pero ofuscado como estaba en su búsqueda de la Piedra Filosofal, no concluyó el encargo, para enfado de los engargantes. Finalmente, nos explica Vasari, "Parmigianino, como tantos otros, se volvió totalmente loco (…) Cayó víctima de una fiebre alta que en unos días le hizo pasar a mejor vida". El caso del célebre pintor no fue único. Medio siglo antes, otro artista italiano, Cosimo Roselli, gastó todos su dinero por culpa de la misma obsesión, acabando sus días en la mayor de las pobrezas.

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