El «hechizo» de Felipe IV
En pleno barroco español, el Rey Planeta, Felipe IV, fue considerado víctima de un hechizo mágico por parte de su principal valido.
El caso más célebre de hechizo regio en el siglo XVII sería el del malogrado Carlos II, que precisamente ha pasado a la historia como “el Hechizado”. Sin embargo, parece ser que su padre, Felipe IV, también fue hechizado. Así al menos intentaba explicar el vulgo los veintidós años de privanza que ejercía el conde duque de Olivares sobre el rey.
Se acusó al valido de tener haber tenido durante su juventud relación con algunos hechiceros de Sevilla y que ya como primer ministro “leía el Corán”, por lo que le delató al Santo Oficio el cardenal Monti. Fue acusado también –al menos en panfletos y crónicas– de introducir como médico de cámara de la reina al mago don Andrés de León, que “maleficó diez camisas, perfumándolas con polvos muy finos, rojos o cenicientos –según la versión–“. Además, se le relacionaba con el nigromante Miguel Cervellón, acusado con pacto con el diablo y con una mujer de nombre Leonor que vivía en la calle Barquillo y a la que acusaron dos vecinas de haberles confesado poseer “hechizos sin peligro, probados en la persona del Rey por el Conde-Duque, y fabricados por una amiga suya, llamada María Álvarez”.
Se relacionó a Olivares con un nigromante que había sido acusado de realizar un pacto con el diablo
Aunque algunos miembros de la Administración que tuvieron conocimiento del caso intentaron abrir diligencias, el conde-duque parece que tomó represalias, por lo que el caso quedó en agua de borrajas. No obstante, en los últimos años del reinado de Felipe IV, ya muerto el conde duque, los rumores de un encantamiento volvieron a resurgir con mayor fuerza y hacia finales de 1661 corrió por los mentideros el rumor del hallazgo de extraños objetos que estaban destinados a hechizar al rey y al valido don Luis de Haro, recientemente fallecido. Pero sería en 1665 cuando el rumor corrió como la pólvora en las esferas cortesanas y el Inquisidor General, P. González, y el confesor del rey, P. Juan Martínez, después de examinar una bolsita de reliquias y amuletos que el soberano llevaba consigo, hallaron “un libro antiguo, negro, de magia, y ciertas estampas con el retrato del Rey, traspasadas por alfileres. Todo esto fue solemnemente quemado, después de una ceremonia de exorcismos, por el Inquisidor General en la capilla de Atocha”.
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