"Conocí a mi donante gracias a un sueño premonitorio"
Olivia era una persona muy especial, a la que le ocurrieron muchas cosas, quizá demasiadas. Una de las más impactantes tuvo lugar cuando fue trasplantada de riñón y páncreas. Fue el día, uno de tantos, que estuvo a punto de morir. Y entonces sucedió. Fue testigo de un espectacular sueño premonitorio gracias al cual pudo conocer… a su donante.
"Ya llevaba casi un año esperando mi doble trasplante de riñón y páncreas. Debido al estrés y angustia generadas tanto a mí como, especialmente, a mis padres, quienes llevaban un tiempo soportando una situación extrema, decidí irme unos días de agosto con ellos a Torrevieja. Aunque no me apetecía demasiado, lo hice por ellos, porque ser un mero e impotente observador en circunstancias tan dramáticas, era realmente duro para ambos, que veían como la vida de su hija se apagaba poco a poco. De hecho, aún llevaba el catéter y no podía bañarme ni tomar el sol.
En aquel viaje me sucedieron un par de hechos tan surrealistas como insólitos. El primero de ellos aconteció un día antes de volver a casa. Mis padres, mi perro Vipi y yo salimos a dar un paseo a orillas de la playa. Las vistas eran preciosas y, cuando cayó la noche, pedí a mi madre que me hiciera una foto con las luces de la ciudad de fondo. Me acerqué casi al borde de un pequeño acantilado que daba a la arena de la playa. De repente, vi a un niño de unos siete años y cabello rubio que corría hacia mí, riendo. Iba con otro niño que se dirigió hacia el lado opuesto. La verdad es que me asusté al pensar que aquel pequeño, que venía derechito hacia donde yo estaba, lo hiciera con la intención de empujarme.
Pero al llegar a mi altura, le sonreí y, de repente, pegó en mi brazo izquierdo una pegatina redondeada de color verde mientras decía: «te dará mucha suerte, tendrás mucha suerte». Y tal como vino, se marchó al trote y riendo. Tanto mi madre, que estaba frente a mí esperando a hacer la foto, como yo, nos sorprendimos de tal forma que no pudimos evitar cierta sonrisa cómplice. Ella dijo: «a ver si ha sido un ángel... no te la quites, ¡por si acaso!». Y así lo hice. Me la quité para ducharme y me la volví a pegar después.
UN EXTRAÑO SUEÑO
Aquella misma noche, tuve un sueño muy extraño. Algo que nunca había sucedido. Soñaba con algo de lo más cotidiano, nada fuera de lo común. El caso es que, repentinamente, se paró, como si dieran al botón de pause a la «película» en la que yo participaba. Entonces, surgió una curiosa neblina de la que salió una mujer vestida de blanco, de unos 50 años, bajita y regordeta, de pelo corto y rizado, que identifiqué claramente como una enfermera. Se dirigió a mí diciendo: «Olivia, ya tenemos tu trasplante», algo por lo que sentí un gran pesar, puesto que aquello significaba que alguien había fallecido o iba a fallecer. Dicha enfermera me tranquilizó explicándome que saldría todo bien.
Al momento, apareció otra persona. Se presentó como mi futura donante, una muchacha joven cercana a la treintena, algo más alta que yo, de cabello liso y vestida de azul. Se acercó a mí y me dijo que no me sintiera mal por el hecho de que para que yo pudiera seguir viviendo antes había de fallecer otra persona, en este caso ella misma, ya que ella estaba feliz de que sus órganos fueran a ser para mí, tranquilizándome por la pena que yo sentía…
Tuve un sueño en el que una chica joven que no conocía me informaba del día en el que sería mi trasplante
Incluso se mostró agradecida, pues yo dudaba de si ella querría que yo tuviera sus órganos. Para mí eso era muy importante. A lo que la chica, que me hablaba telepáticamente, me hizo saber que estaba satisfecha pues sabía que yo los cuidaría pensando en mi donante. Me comunicó el día del trasplante, el miércoles. Lo mismo que, minutos antes, me había dicho la presunta enfermera. También me comunicó que habría ciertas complicaciones posteriores. El sueño quedó ahí. Me impactó tanto que, según desperté esa mañana, se lo conté a mis padres, hermanos y a algunos amigos entre los que se encontraba David. Y es que el sueño, pese a serlo, me pareció tan real...", Así sentenciaba Olivia su increíble experiencia onírica.
Hago paréntesis para, efectivamente, ratificar el relato de Olivia. Horas después de haber tenido ese sueño, ella me contó tanto lo del niño como lo de su sueño con la presunta enfermera y su supuesta donante. Me lo transmitió tal cual, con pelos y señales, pues ya me encargué yo de preguntarle cada detalle. Y este es importante, porque de tratarse de lo que a todas luces parecía, un sueño premonitorio, no es lo mismo que se cuente una vez este a sucedido… que días antes de que pueda o no cumplirse. ¿Cómo acabó la historia? Atentos:
"Volvimos ese mismo lunes 19 de agosto por la tarde-noche a casa. Avisé a los médicos del Hospital 12 de Octubre de que ya estaba de vuelta para que me incluyeran, de nuevo, en la lista de trasplantes. Al día siguiente, martes, a eso de las 16:00 recibí una llamada y, sin mirar el teléfono, le dije sonriendo a mi familia: «esto va a ser del hospital, otra falsa alarma. Hoy no es miércoles…».
Descolgué el teléfono y era el doctor Enrique, que me comunicó que tenían listo un trasplante para mí y que llegara al hospital antes de las 19:00. Pensé mucho en no avisar a nadie de mi posible trasplante, principalmente debido a que podía volver a tratarse de otra falsa alarma. Pero las palabras de David, quien me había acompañado en las dos últimas falsas alarmas, fueron claras y tajantes antes de irse de vacaciones: «ni se te ocurra no avisarme si vuelven a llamarte, porque si no mueres en la operación, te mato yo después». Decidí llamarle por miedo a que se molestara. No perdió ni un instante en coger el primer tren a Madrid para plantarse en el hospital.
Al respecto del extraño sueño que anteriormente narraba, pensé que la supuesta predicción del mismo no se iba a cumplir ya que horas después, el mismo martes, tendría lugar el trasplante. No el miércoles". Pero…
¿SUEÑO PREMONITORIO?
"Llegamos al hospital a eso de las 19:00 y comenzó el ritual de pruebas previas, que consistía en radiografías, muestras de sangre, identificación de grupo sanguíneo, etc. La cosa marchaba según lo previsto. David llegó en ese momento. El nefrólogo que me había llamado por teléfono horas antes, me dijo que le acompañara al despacho pues tenía que firmar unos papeles que la vez anterior quedaron pendientes de rúbrica. Ambos entramos de muy buen rollo y nos sentamos. Debido a mi buena fama en cuanto a conocimientos sobre la mentada intervención, y los problemas de mi cuerpo, así como mi buen humor, él bajó la guardia. Entonces le pregunté:
- ¿Los órganos son de una chica, verdad?
- Sí - respondió.
- ¿Entre los 27 y los 30, quizás?
- Sí. Tenía 27 años - me dijo con cierta sorpresa.
- Pobre chica. ¿Ha sido muerte cerebral, verdad? - volví a preguntar al nefrólogo.
- Sí, un derrame. Ha muerto en el hospital La Princesa. Es una donante excepcional.
En aquel momento, no supe qué pensar al encajar la descripción con la muchacha de mi sueño de hacia un par de noches. Hablamos de otras cosas y firmé el documento que eximía al hospital en caso de mi posible fallecimiento (u otros problemas) en el trasncurso de las operaciones (y sus días posteriores). Entonces volví a la sala donde se encontraban los míos y, asombrada, les comenté lo ocurrido. Algunos se lo tomaron como una simple casualidad.
Las enfermeras volvieron a llamarme y me pusieron una bolsa de antibióticos vía intravenosa. Mientras tanto, en otro lugar del hospital, un grupo de cirujanos y médicos trabajaban con los órganos de la donante, sometiéndolos a las valoraciones pertinentes. En ese momento, me hicieron entrar en la sala donde iban a prepararme para el quirófano. Como ya conocía el protocolo, fui desde casa duchada y rasurada. Me pusieron una bata y comenzaron a aplicarme varios tratamientos intravenosos. Desde ese momento, me prohibieron mantener contacto con mis allegados, pues estaban bajando mis defensas, con el fin de preparar mi cuerpo ante la inminente operación. Dieron las 23:00 y el médico entró muy contento diciendo: «Los órganos están en perfecto estado. Prepárate porque te vamos a operar ya». Seguía siendo martes.
Aunque entre en quirófano en martes, Pasaron las 00:00. Ya era miércoles. El sueño se estaba cumpliendo a la perfección
Mi cabeza continuaba dando vueltas. La incertidumbre era total. Había cosas que indicaban que la premonición podía cumplirse, y otras que no. Pasaron las 00:00. Ya era miércoles. Aquello hizo que me alegrase mucho. El sueño se estaba cumpliendo. A eso de la 1:00, el médico me comunicó que el trasplante se iba a retrasar, pero que no me preocupase pues todo iba según lo previsto.
A las 3:00 de la madrugada, el camillero vino a por mí. Así atravesé las puertas del quirófano y me sumí en el maravilloso sueño de la anestesia. Ya era miércoles. La cosa se alargaba más de lo que ellos creían habitual, y el nerviosismo crecía con cada minuto que pasaba. Finalmente, a eso de las 10:30 de la mañana, un médico informó que todo había salido a la perfección y que debíamos esperar aún hasta que me trasladaran a la sala de reanimación.
¿QUIÉN ERA LA CHICA DEL SUEÑO?
Recuerdo despertar en la sala de reanimación (REA) mareada, con la noción del tiempo y el espacio perdida. Horas después, me llevaron a otra sala donde se practica la hemodiálisis, y en la que apenas me dejaban recibir visitas. Al tercer día, encendí por primera vez mi teléfono móvil y publiqué en Facebook un mensaje de agradecimiento a todo el equipo médico y a mi donante, la cual especifiqué que se trataba de una chica joven, de 27 años, a la cual estaría eternamente agradecida. Me habían llegado muchos mensajes y, entre ellos, el de Raquel, una conocida, que decía: «Creo que conozco a la chica que te donó los órganos». Me quedé anonadada.
- ¿Sabes algo más de tu donante? -me preguntó-. Es que estoy hablando con su hermano y nos parece mucha coincidencia. Creemos que podría ser ella.
- Obtener datos no es nada fácil -le dije-. Los donantes son anónimos. ¿Dónde y cuándo falleció?
- En el hospital La Princesa -me dijo Raquel.
- ¿Fue muerte cerebral?
- Sí. Se lo detectaron el lunes, y murió el martes a la 13:00.
- Es que yo soñé con una chica la madrugada del lunes y encaja con lo que me estás contando -le dije, atónita.
- ¿Le pido una foto a su hermano?
- Creo que no podría soportar verla. Lo estoy pasando muy mal, Raquel.
“La conversación continuó y le pedí, como recién trasplantada, que trasmitiera mucho ánimo y fuerza de mi parte a la familia de la chica, fuera o no mi donante. Aquello me impactó de tal manera que, acto seguido, lo comenté con las enfermeras que se encontraban en la sala. Todas me dijeron lo mismo: «eso es imposible. Ni nosotras mismas tenemos acceso a esa información». Les conté como había transcurrido la conversación, y se quedaron alucinadas, pidiéndome por favor que no contactara con la familia de la presunta donante, pues tanto ellos como yo debíamos pasar el pertinente duelo.
También lo comenté con los médicos y me dijeron lo mismo, insistiendo mucho en el tema del duelo, pues de lo contrario sería traumático para todas las partes. Aquel consejo me hizo mucho daño, aún sabiendo que era lo mejor. Aún así, me sentía en deuda con mi donante y su familia. Por un lado, profesaba la necesidad de agradecerles tan increíble regalo como es la propia vida. Por otro, necesitaba darles ánimo y consuelo, pues ahora creía que mi sueño fue real. Se lo debía a ella. Tal vez se me apareció con la intención final, no solo de tranquilizarme, sino también de que yo consolara a los suyos. Debió ser una persona maravillosa”.
Hago un alto en el camino para explicar algo acerca del sano escepticismo de Olivia en lo que respecta a ciertos fenómenos aparentemente paranormales. En esta ocasión, ella tenía pocas dudas. Lo que apareció en su sueño premonitorio fue real, tal y como de hecho demostraron los acontecimientos posteriores. Esa chica hizo acto de presencia ante ella en estado onírico. Una muchacha joven, menor de treinta años, cuyo nombre conozco pero no haré aquí publico pues no es, digámoslo así, especialmente común.
Para saber más: Ella sonrió para que tú no llores (Ediciones Cydonia, 2020), de David Cuevas, en el que se narra, entre otras cuestiones, la brutal historia real de superación de Olivia, que falleció en febrero de 2020. El 100% de lo recaudado por la venta de este libro en lo referente a sus derechos de autor, será íntegramente destinado a dos asociaciones sin ánimo de lucro: la Federación Nacional de Asociaciones ALCER, de atención a personas con enfermedad renal crónica; y La Camada, una Asociación Protectora de Animales de Guadalajara.
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