Experiencias Cercanas a la Muerte: así es la luz de Dios
Los protagonistas de experiencias cercanas a la muerte (ECM) suelen describir el contacto con una luz de belleza indescriptible, dentro de la cual se sienten en su verdadero hogar. Es la luz de Dios, de la cual todos formamos parte
Es una de las descripciones más repetidas en los relatos de experiencias cercanas a la muerte (ECM): un túnel con una claridad de indescriptible belleza al fondo. Cuando la atraviesan sienten que se encuentran en presencia de Dios y en un estado de paz, felicidad y dicha absolutas, pero también que ellos forman parte de esa Inteligencia Creadora, que la luz de Dios es su verdadero hogar. ¿Significa esto que Dios no es una entidad externa a nosotros, sino que todos somos parte de ese Principio de Todo?
Sólo veo luz a mi alrededor, una tremenda luminosidad blanca. Es blanca, brillante, y transmite una gran pureza
No es extraño que esa luminosidad al final del túnel guíe el repaso a la propia vida de aquellos que viven una ECM. Pero nadie juzga, sino que es el propio individuo quien se hace consciente de las repercusiones de sus acciones. En Vida después de la vida (Edaf), el best seller del Dr. Raymond Moody, leemos el siguiente caso: «Cuando apareció la luz, lo primero que me dijo fue: "¿Qué tienes que enseñarme de lo que has hecho con tu vida?" o algo parecido. Y entonces es cuando empezaron esas escenas retrospectivas. Yo pensé: "Pero ¿qué me está pasando?", porque de repente retrocedí a la primera infancia. Y a partir de ahí es como si fuera recorriendo desde los primeros momentos de mi vida justo hasta el presente. Las cosas que venían a mi mente lo hacían en el mismo orden que en mi existencia y eran muy vívidas. Las escenas eran como cuando uno sale de ellas y las ve desde fuera. Completamente tridimensionales, en color y en movimiento».
También el médico psiquiatra José Miguel Gaona se ha preocupado por este asunto. En su imprescindible libro El límite (La Esfera de los Libros) da a conocer varios casos en los cuales los protagonistas tratan de describir esa luminosidad, que algunos identifican con Dios. Por ejemplo: «Estoy totalmente deslumbrado, sólo veo luz a mi alrededor, una tremenda luminosidad blanca. Aunque gire la cabeza de un lado u otro, sólo veo eso. Permanezco así un tiempo y me doy cuenta de algo extraordinario: no me hace daño a los ojos, a pesar de estar completamente cegado, sino todo lo contrario. Siento una agradable sensación al mirarla; se le podría llamar placer. Es blanca lechosa, brillante, envolvente y a la vez transmite una gran pureza».
Nunca me había encontrado tan bien. La luz me envolvía hasta el punto de que comencé a fundirme con ella
AMOR INFINITO
Otro de los testimonios obtenidos por Dr. Gaona es todavía más descriptivo: «Era una luz más que blanca, cegadora. Pero no sólo era eso, sino que transmitía amor. Nunca me había encontrado tan bien. La luz me envolvía hasta el punto de que comencé a fundirme con ella. Sabía que ya no había vuelta atrás. La luz y yo éramos la misma cosa, en comunión, viajando hacia el infinito, hacia el lugar de donde todos venimos». Y qué decir del siguiente: «Después, inesperadamente, apareció un círculo, una redondez de luz blanca que despedía un amor inmenso. Me acuerdo que pensé en aquel momento: "Lo que dice la religión es verdad, Dios es amor"».
Esa misma sensación experimentó José Saiz minutos después de recibir una brutal agresión. Ocurrió el 9 de septiembre de 1979 en Benalmádena (Málaga). Tras una pequeña discusión con un compañero de trabajo, éste se acercó a nuestro protagonista por la espalda y le asestó una cuchillada en el costado. Inmediatamente lo trasladaron al Hospital Carlos Haya de Málaga, donde lo intervinieron de urgencia. Tal como me relataba José, en cierto momento pudo observar la delicada operación desde una posición elevada: «Mi cuerpo estaba entubado y los médicos iban de aquí para allá intentando salvarme. Me sentía muy feliz y para nada preocupado por lo que le pudiera pasar a mi cuerpo. Entonces contemplé una luz que me atraía hacia ella. Era preciosa, grandiosa, de una blancura y una belleza sin igual. Era muy potente, pero no dañaba los ojos, podía mirarla con toda tranquilidad. Cuanto más me acercaba a la ella más feliz y más pleno me sentía. Notaba que esa luz, la luz de Dios, era mi verdadero hogar. Dentro de esa luminosidad, o quizás detrás, no lo puedo especificar, había unas sombras de aspecto humano que extendían sus brazos hacia mí y los movían como indicándome que me fuera hacia ellas. Te puedo decir que no sentía ninguna clase de apego hacia la vida terrenal. Al revés, cada vez me encontraba más a gusto. Notaba una paz y una tranquilidad absolutas. Nunca jamás en la vida tuve tal sensación». Sin embargo, cuando estaba punto de entrar en esa luminosidad, una fuerza tiró de él hacia atrás y poco a poco comenzó a alejarse del resplandor.
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