El hombre que vive sin cerebro
Se trata de uno de los mayores enigmas de la ciencia: qué es exactamente eso de la conciencia y dónde se encuentra. Ahora, un sorprendente caso médico ha vuelto a poner de actualidad este asunto.
Uno de los grandes enigmas que acompañan al hombre lo llevamos a cuestas: la conciencia. Durante muchos siglos, se ha mantenido muy vivo el debate acerca de dónde reside nuestra capacidad para experimentar conscientemente el mundo. Desde posiciones idealistas se abogaba por una separación nítida entre la mente y el cerebro. Siendo la mente algo autónomo e independiente, no necesariamente emanada de nuestra materia gris.
Se ha impuesto el paradigma de que la conciencia es una función más del cerebro
Hoy en día, por el contrario y dentro de la neurociencia, se ha impuesto el paradigma de que la conciencia es una función más del cerebro y, sin este, no hay conciencia que valga. Pero, de vez en cuando, aparecen casos reales muy extraños que nos hacen cavilar. Anomalías que obligan a replantearse cuál es la auténtica relación operativa entre lo mental y lo cerebral.
En 2007, un hombre francés de 44 años entró en una clínica aquejado de un dolor en la pierna persistente durante dos semanas. La sorpresa de los médicos fue mayúscula cuando, al intentar desentrañar la causa del padecimiento, hicieron una resonancia magnética de su cabeza y vieron que al paciente le faltaba el 90% del cerebro. Es decir, esa masa gelatinosa que albergamos sobre sobre nuestros hombros habitualmente pesa kilo y medio. Pues bien, en este sujeto apenas rondaría unos pocos centenares de gramos repartidos como una delgada capa neuronal a lo largo de la pared interna de su cráneo. Una reducción notable de tamaño que nunca le había impedido vivir con completa normalidad. De hecho, nunca advirtió la carencia de masa cerebral hasta que le empezó a incomodar la pierna.
PLASTICIDAD CEREBRAL
Al reconstruir la historia clínica del paciente, los doctores averiguaron que a la temprana edad de 6 meses, los ventrículos de su cerebro se llenaron de líquido cefalorraquídeo. Después, en la adolescencia, desarrolló pérdida de control y parálisis parcial de la pierna izquierda. Pero el problema fue solucionado mediante la colocación de un stent.
El paciente se había casado, había sido padre de familia y desempeñó laboralmente un puesto de funcionario
Evidentemente, la hidrocefalia debió de seguir su curso hasta la citada edad de 44 años, donde el problema salió a la luz. El líquido había reemplazado prácticamente todo su cerebro, convirtiendo sus restos en una fina lámina cortical periférica. Si bien, a lo largo de tan largo periplo vital, el paciente se había casado, había sido padre de familia con dos hijos y desempeñó laboralmente un puesto de funcionario con plena destreza. Al efectuarle pruebas neuropsicológicas para completar la historia clínica, los médicos cifraron su cociente intelectual en 75, el verbal en 84 y el rendimiento en 70.
Una primera conclusión para valorar este extraño caso sería que, al producirse la hidrocefalia en los primeros meses de vida, la plasticidad de nuestro órgano cerebral pudo adaptarse a tan inhóspito panorama. El cerebro afrontó la situación, sacando adelante las funciones neuropsicológicas fundamentales. Esta explicación concordaría con la tesis denominada Teoría de la Plasticidad Radical formulada por Axel Cleeremans, conforme a la cual la conciencia aflora como resultado de aprender e interactuar con el entorno. Por un lado, en el ambiente externo y a través del resultado de las acciones que ejecutamos en él. Pero, también, el cerebro aprende y se hace consciente reflexionando sobre sí mismo. Surgiría así un ecosistema interior dentro de nuestro cráneo que, a la postre, acabaría siendo tan importante para la emergencia de la conciencia como el ecosistema exterior donde habitamos.
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