Genie: la niña salvaje
Tras años de maltrato y un confinamiento inhumano, Genie se convirtió en una cobaya para experimentos de todo tipo
Los experimentos con niños nos pueden parecer casos exóticos, propios de otros tiempos más crueles e imposibles de repetir en nuestros días. Desafortunadamente, no es así. El siguiente ejemplo es uno de los más recientes y espantosos.
En 1970 los servicios sociales de California acudieron raudos a avisar a la policía. Una madre se presentó en las oficinas junto a una niña con evidentes signos de maltrato. Cualquier caso de esta naturaleza ya es de por sí grave, pero éste presentaba además características fuera de lo común. La pequeña había padecido un prolongado confinamiento de más de doce años en condiciones absolutamente inhumanas. Por sufrir tan brutal experiencia la cría ha pasado a la posteridad de los estudios psicológicos con el nombre de Genie, un apelativo ficticio utilizado para proteger su privacidad. Pues bien, una vez libre de su cautiverio, Genie era un muñeco roto en cuerpo y alma.
Según explicó su madre a las autoridades, la niña había sido la cuarta entre sus vástagos y, en contra de lo que pudiera pensarse, Genie tuvo bastante fortuna porque otros dos hermanos anteriores perdieron la vida en penosas circunstancias. El matrimonio se casó, si bien al esposo nunca le gustaron los niños, pero tampoco hizo gran cosa para evitar concebirlos. Al cabo de cinco años, la mujer quedó embarazada y su marido, harto de los llantos del bebé, decidió encerrarlo en el garaje para no escucharlo. La criatura, progresivamente desatendida, terminó muriendo de neumonía. Un segundo bebé nació al año siguiente y falleció a los pocos días supuestamente ahogado por sus propias mucosidades. Finalmente, el matrimonio alumbró un tercer hijo que presentaba ciertas taras sanguíneas que le repercutieron negativamente en el habla, el caminar o a la hora de hacer sus necesidades. La pareja decidió desprenderse de la criatura temporalmente enviándola con la abuela paterna. Entonces nació Genie el año 1957.
Geenie permaneció atada durante el día a una silla-orinal desde los veinte meses. Por la noche, era trasladada a una cuna enrejada con una malla metálica para que durmiera
Los médicos enseguida detectaron en el nuevo bebé similares problemas sanguíneos congénitos que su hermano, a los que añadieron una complicación en la cadera que requería prótesis, fisioterapia y cuidados constantes. El padre se negó a darle a Genie la más mínima atención terapéutica y encerró a la niña permanentemente en una habitación. El confinamiento fue aún más terrible porque la cría permaneció atada durante el día a una silla-orinal desde los veinte meses. Por la noche, era trasladada, sin salir de la misma estancia, a una cuna enrejada con una malla metálica para que durmiera.
Desde tan siniestro cubículo, la pequeña subsistía bajo una constante penumbra, sin disfrutar de ningún gran estímulo exterior a la vista. No había adornos, no había juguetes, ni siquiera más muebles. La ventana casi siempre estaba cerrada y las cortinas echadas, aunque a veces le permitían contemplar un trozo del cielo. Los sonidos de la calle próxima llegaban allí con dificultad y durante algún tiempo pudo oír los ensayos al piano de un vecino, pero poco más.
Tampoco Genie podía moverse para acariciar con las yemas de sus dedos las texturas del entorno, salvo algunos cubiertos cuando comía. Por otro lado, jamás pudo focalizar la mirada más allá de las paredes. Vivía hora tras hora inmovilizada y dentro de una improvisada cámara doméstica al borde de la completa privación sensorial. Por si fuera poco, nadie más que el padre podía acceder al cuarto y si Genie intentaba expresar cualquier emoción como gruñir, llorar o reír, su progenitor golpeaba las paredes con gran estrépito para asustarla y que dejara de hacerlo. En ocasiones, él incluso simuló el ladrido de un perro feroz delante de ella, arañándola y pegándola después. A la hora de cuidarla, la madre terminó desistiendo, pues se fue quedando ciega, y su otro hijo la sustituyó, aunque sometiendo a su hermana al mismo régimen de terror mediante sustos y aullidos que su padre.
Cuando las autoridades retiraron la custodia de Genie a sus progenitores, los servicios médicos estaban estupefactos
Cuando Genie acabó con su madre ante las autoridades, ésta había discutido con su marido. Ella le había pedido más libertad para ver a sus padres y él aceptó. Entonces aprovechó para sacar a su hija y llevarla a hacer una gestión. Quería solicitar la ayuda gubernamental por padecer un cierto grado de ceguera y necesitaba una revisión en un centro clínico oficial. Sin embargo, debido a su escasa visión, la mujer equivocó sus pasos y entró por error en el centro de servicios sociales colindante al hospital. El trabajador social que la atendió enseguida advirtió el estado lamentable de la cría: malnutrida; incapaz de hablar; incapaz de subir escaleras; sin fuerza en las piernas para andar medias distancias; con la vista deteriorada por no haber enfocado la mirada nunca demasiado lejos y un largo etcétera.
Cuando las autoridades retiraron la custodia de Genie a sus progenitores, los servicios médicos estaban estupefactos. El diagnóstico más profundo de la niña deparó un reguero infinito de nuevas conductas anómalas y discapacidades: la pequeña se masturbaba compulsivamente; no controlaba sus necesidades fisiológicas; babeaba en todo momento; no sabía masticar; se mostraba asustadiza; descontrolada; con evidentes problemas de reacción a las preguntas o indicaciones que se le formulaban y la circunstancia, al principio insuperable, de no conocer los más mínimos rudimentos del lenguaje por no haber pronunciado nunca una palabra. Un panorama, sin duda, desolador. Pero justo ahí fue cuando empezó un segundo calvario.
Los miembros del personal al cargo de la niña pasaron de ser sus cuidadores y educadores a sus investigadores
EL EXPERIMENTO PROHIBIDO
Aquel mismo año se había estrenado la película francesa El pequeño salvaje donde su director François Truffaut narraba la historia real de un joven indómito, criado a su suerte entre animales salvajes, y encontrado en los bosques de Francia a principios del siglo XIX. El guion exponía la reclusión del chico en un centro para su investigación y el éxito internacional del film reavivó el ancestral debate sobre la educación del individuo y la construcción social de la personalidad. El peso del ambiente frente a las características psicológicas innatas en el ser humano. Genie ofrecía una oportunidad de oro para intentar resolver ese y otros dilemas académicos como averiguar cuáles son los períodos críticos de la infancia en los cuáles se adquiere un idioma; la manera en que se aprenden o surgen los afectos; la autogestión de las emociones; etc. Por consiguiente, los miembros del personal al cargo de la niña pasaron de ser sus cuidadores y educadores a sus investigadores, lo que en la práctica se tradujo de una manera siniestra: en lugar de tratar de hallar el mejor remedio terapéutico para la cría, optaron por experimentar con ella e, incluso, recibieron financiación para llevar a cabo esos ensayos. Dominados por una tremenda ansia de obtener resultados espectaculares y ofrecerlos a la comunidad científica, Genie fue sometida a pruebas de análisis y aprendizaje duras y agotadoras, sin el conveniente descanso, para que adquiriera lo antes posible nuevas habilidades. A la vez, se formulaban, probaban y ensayaban con ella una amplia gama de hipótesis sobre el origen del lenguaje y el comportamiento humano.
Todo terminó viciándose de tal manera que, como subrayan Ángel Moñivas, Carmen San Carrión y Mª Carmen Rodríguez, de la Escuela Universitaria de Trabajo Social de la Universidad Complutense de Madrid en su artículo Genie: La niña salvaje. El Experimento Prohibido –Un caso de maltrato familiar y profesional–, "el equipo de investigación no consiguió definir una línea de investigación coherente para Genie, primando a Genie como objeto de investigación y no como ser humano –de hecho, algunos investigadores la adoptaron con fines partidistas–. El caso acabó siendo denunciado, a través de la madre, las subvenciones a la investigación retiradas y todos los principales investigadores encausados". Después de pasar por varios hogares de acogida, en algunos de los cuales la pequeña volvió a recibir malos tratos, actualmente Genie reside en un centro de adultos no revelado, en completo anonimato y bajo la tutela del Estado de California.
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