Los científicos no definen el límite entre vida y muerte
Un neurólogo ha estudiado 175 casos en los que el corazón de los pacientes "muertos" siguieron latiendo durante 14 años, lo que les pone muy difícil establecer una frontera entre la vida y la muerte.
Tras una década en estado vegetativo, la mañana del pasado 11 de julio de 2019, murió Vincent Lambert en el hospital de Reims, Francia.
Este hombre de 42 años quedó tetrapléjico tras sufrir un accidente de tráfico en 2008 lo que le dejó daños cerebrales irreversibles y le obligó a estar postrado en una cama. Respiraba y se alimentaba artificialmente. Por tres veces los médicos del Hospital de Reims aplicaron la eutanasia pasiva, es decir, desconectarlo de las máquinas que le mantenían con vida y, sin embargo, Vincent nunca terminó de cruzar el umbral que separa el mundo de los vivos de la muerte.
¿Qué es la muerte? ¿Dónde establecer la línea divisoria? Por mucho que pueda sorprendernos la ciencia no lo tiene claro.
En 2009, Colleen Burns se hallaba hospitalizada en Nueva York en un coma inducido por drogas y un fallo protocolario hizo pensar que estaba muerta. La mujer despertó en el quirófano poco antes de que fueran a extraerle sus órganos. El estado comatoso tiene actividad cerebral y, por tanto, el paciente puede llegar a recuperarse completamente. A diferencia del estado vegetativo de Vincent que tiene dañado una parte del cerebro que controla el pensamiento y el comportamiento pero otra (concretamente el hipotálamo y el tronco del encéfalo, encargados de las funciones vitales, como los ciclos de sueño, la temperatura corporal, la respiración, la presión arterial, la frecuencia cardíaca y la consciencia) sigue funcionando.
Para la ciencia, por tanto, la muerte la determina el electroencefalograma plano, es decir, cuando no hay actividad cerebral de ningún tipo y, sin embargo, en la década de los 50 fueron reportados numerosos casos de pacientes sin actividad cerebral y que, sin embargo, ¡su corazón seguía latiendo!
Por eso la definición de muerte cerebral tiene, a día de hoy, muchos críticos, como el neurólogo de la UCLA, Alan Shewmon que identificó 175 casos en los que los cuerpos de las personas sobrevivieron durante más de una semana después de ser declaradas muertas. En algunos de los “presuntos” cadáveres, los corazones siguieron latiendo durante 14 años y, por supuesto, sus órganos siguieron funcionando en todo ese tiempo.
Estos datos ponen en un brete lo relativo a las visiones de las ECM (Experiencias Cercanas a la Muerte) pues, es posible que alguna recóndita parte de nuestro cerebro nos prepare para el deceso liberando alguna sustancia bioquímica que ayude al tránsito.
En una revisión de 611 pacientes diagnosticados de muerte cerebral resultó que los científicos encontraron actividad cerebral en el 23% de los casos.
Qué pasa con las ECM
Más difíciles de explicar son aquellos casos de ECM que incluyen EFC (Experiencias Fuera del Cuerpo) como la que vivió mi buen amigo Miguel Ángel Pertierra, quién sufrió un accidente de moto y fue ingresado en la Unidad de Críticos del hospital en el que él mismo trabajaba como otorrino: el Hospital Carlos Haya de Málaga.
Mientras le hacían las pruebas para detectar los daños internos Miguel Ángel (completamente inconsciente) se vio desde fuera del cuerpo y como la que entonces era su pareja, también médico, entraba en la unidad y la obligaban a marcharse. Extremo que posteriormente comprobó. ¿Cómo es posible ver desde fuera? ¿Es que acaso la conciencia tiene ojos propios? ¿Se trata de la mejor demostración de que “nosotros” sobrevivimos en otro estado después de la muerte física?
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