Fantasmas en el hospital
En su ya dilatada historia, el edificio del que vamos a hablar ha servido de Hospital, como Orfanato y actualmente como sede de diversos estamentos públicos en la provincia de Sevilla. Y según dicen, están encantado…
Hay que decir que este edificio se encuentra situado a unos 50 metros del Antiguo Hospital de las Cinco Llagas –Parlamento Andaluz–. Fue reconstruido en 1958 por el arquitecto municipal Antonio Delgado Roig, y su configuración gira alrededor de diversas alas entorno a un patio central que es presidido por la antigua capilla.
Bueno, pues gracias a las labores de investigación de dos buenos amigos e investigadores, los sevillanos José Manuel García Bautista y David Flores, hemos podido saber que los testigos aseguran que se están produciendo fenómenos extraños bastante llamativos. Fenómenos que no sólo pertenecen a esta época, sino que cuando en la primera mitad del siglo XX albergaba a niños huérfanos, ya se producían.
Los testigos, entre otras muchas cosas refieren la presencia de un pequeño aparentemente espectral y de una monja que camina ajena a cuanto la rodea por los pasillos del edificio. Hay que decir que todo se acentúa cuando en la zona del coro de la vieja capilla, tras una serie de incidentes menores –mal funcionamiento de luces, audición de risas de niños en la zona alta, o extraños susurros– se observa a una monja contemplando el desarrollo de las clases de baile que allí se han impartido, de aspecto severo, vestida de celeste y con cofia blanca. Además ese día las lámparas se movían como un péndulo, como si las empujasen unas manos invisibles. Conviene advertir que dichas lámparas se encuentran a más de 6 metros de altura y no existen corrientes de aire. Los testigos, algunos de ellos trabajadores del lugar, también afirman haber oído golpes en la antigua sacristía, como si todos los objetos, sillas y demás materiales que allí se guardaban se derrumbaran cual castillo de naipes. Y sin embargo, al abrir la puerta, todo estaba en su sitio.
Algunos testigos afirman haber observado a una monja de aspecto severo, vestida de celeste y con cofia blanca... que no debía estar allí
Pues bien, buscando las causas de este asunto, ambos investigadores lograron localizar a una señora llamada Luz Esperanza. A la edad de tres años sus padres decidieron dejarla, a ella y a sus dos hermanos, en el Hospicio Virgen de los Reyes. Como ella misma contaba, fue una privilegiada en aquel entonces, pues los niños con la edad de Luz eran llevados a la «Casa Cuna», y los separaban de sus hermanos, cosa que en este caso no ocurrió. Pronto podría comprobar lo estricta que era la vida entre aquellos muros, donde los rezos y unos horarios muy rígidos era la tónica común. Pues bien, la testigo confirmó a nuestros compañeros que entre los 9 y 12 años, subía con sus amigas a un lavadero situado en las plantas superiores del Hogar. Allí, escondidas de las monjas, observaban una especie de “nubes de vapor” que paseaban de un lugar a otro, y que les provocaba miedo, por lo que corrían a avisar a las religiosas y les contaban lo que habían contemplado. Y éstas, para su sorpresa, les decían que eran «ánimas benditas que vivían allí y que no abandonarían el lugar».
En otras ocasiones, cuando estaba junto a sus compañeras en los bancos del Hogar sentían «como si alguien les agarrara del cabello y tirara de ellas». Recordaba sobrecogida que a veces, cuando se disponían a bajar por las escaleras de mármol del Hogar, «una mano pequeña, gélida, se posaba en sus espaldas y las empujaba con la intención de hacerlas caer, teniéndose que agarrar muchas veces del pasamanos para no perder el equilibrio». Tanto Luz, como otros antiguos internos entrevistados, nos hablan también de un ser espectral que provocaba el terror entre los niños.
Cuentan que una monja «se paseaba durante las noches por los dormitorios que se encontraban divididos en habitaciones de 25 camas. Esta monja, a quien muchos de ellos reconocerían como Sor María, una antigua superiora del Hospicio y que se encargaba de las funciones de portera, parecía vigilar durante las madrugadas que ninguno de ellos estuviera fuera de sus camas». La cuestión es que Sor María existió, y era una mujer muy mayor que permanecía sentada nada más entrar al edificio a la izquierda, vigilando y al cuidado de toda la documentación que se custodiaba en el archivo situado justo enfrente de la portería.
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