CONTACTOS CON EL MÁS ALLÁ EN LA PREHISTORIA
Cuando observamos los paneles de petroglifos distribuidos por medio mundo, nos encontramos a veces con algunas siluetas extrañas, pertenecientes a unos seres de gran tamaño, muy altos en comparación con las otras figuras acompañantes, que parecen representar a seres humanos corrientes, animales, objetos diversos de mobiliario y herramientas. Tales entidades desmesuradas parecen haber salido de una gran puerta o ser proyectadas desde una grieta de la misma roca, destacada en ese caso mediante líneas quebradas, grecas o espirales. Estas escenas en piedra serían las pruebas de contactos con el «otro lado» en la noche de los tiempos Por José Luis Cardero
La conciencia de los seres humanos suele decidir muy pronto, casi en el comienzo de su propio despertar, sobre la realidad de su ser y de su existencia misma, sobre su singularidad y expresión peculiares. Una de las primeras cuestiones que se plantea es, precisamente, si su desarrollo se lleva a cabo en soledad o precisa de la compañía de otras conciencias para completarse y alcanzar sus objetivos.
Así, la búsqueda de esas conciencias hermanas o competidoras, de otras realidades diferentes a la cotidiana y el deseo de entrar en contacto con ellas, es un motor que impulsa todas las realizaciones humanas y fundamenta uno de sus logros más notables y definitorios: la cultura.
Del examen de pruebas y testimonios con los que la cultura misma suele edificarse y ser sostenida dentro del terreno de la realidad que nos envuelve, parece desprenderse un hecho cierto: nuestros antepasados más remotos, los primeros cazadores-recolectores, y más tarde, los primeros cultivadores de la tierra, se encontraron no una sino muchas veces con los representantes de otras conciencias distintas a la humana y dejaron plasmados esos encuentros en las obras que nos han legado y que han permanecido a través de los milenios como pruebas de un acontecimiento decisivo.
En nuestro primer viaje a la búsqueda de ese cruce de conciencias, llegamos hasta Coso Range, en el desierto de California (EE UU). Cruzamos un territorio de colinas y farallones. Un gran silencio parece abrigar los secretos que la tierra, torturada por el sol inclemente y por las heladas nocturnas, quiere esconder a los extraños. Sin embargo, con nuestra observación atenta, algunos de esos enigmas comienzan a salir a la luz, asomándose aquí y allá. Si nos fijamos bien, esquivando los duros rayos del sol que asoma sobre los riscos, las paredes de piedra y las rocas que parecen querer cortarnos el paso están cubiertas de dibujos. Hay centenares de ellos que se muestran a nuestros ojos y apenas podemos distinguir, entre esa multitud de grabados, el discurso que los ha motivado, la razón que ha terminado por crearlos y disponerlos allí, ante nosotros. Pero si permanecemos en el empeño por entender e intentamos, pese a la confusión aparente de las líneas y trazos que se superponen y cruzan, encontrar el sentido oculto de todo aquel esfuerzo de figuras y representaciones, tal vez algo misterioso y estremecedor comience a revelarse por fin, desvelando los signos de una realidad perdida con el paso del tiempo.
PUERTAS DIMENSIONALES
Detenemos nuestro caminar al pie de una gran roca. La pared decorada se opone al curso del sol, permitiendo con su volumen la contemplación detallada de lo que allí se representa. Retrocedemos unos pasos para abarcar mejor el conjunto y, poco a poco, como si fueran presentándose con cierta cadencia y ritmo propios ante los ojos del observador, igual que lo harían los distintos planos de una película, comenzamos a ver de una manera particular los motivos que forman la escena y a interpretar el relato que nos presentan.
Dos seres grandes, con su cabeza rodeada de rayos y extendidos los brazos, parecen querer avanzar hacia nosotros. Ante ellos, una línea quebrada que cruza de un lado a otro toda la escena, quiere cortar su avance. Pero uno de aquellos gigantes la está atravesando ya con su cuerpo. A la izquierda del plano de la escena, por detrás de los gigantes, una especie de puerta sobre la que se dibuja un signo cruciforme de extremos curvados, que casi llega a ser una esvástica, parece indicar la procedencia de aquellas figuras. Comenzamos a entender que, al menos en el espíritu del desconocido artífice que elaboró el cuadro, podríamos hallarnos ante la representación de una puerta abierta entre dos mundos, de un umbral por donde acaban de salir aquellas dos grandes figuras representativas de otra conciencia, de una realidad, tal vez externa a nuestro universo cotidiano… (Continúa en AÑO/CERO 298).
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